EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo “Tato” Pavlovsky *
Arreglar los institutos de menores no da réditos políticos (Carmen Argibay).
Intentar pensar nuestro país es de un gran nivel de complejidad. Una semana con Redrado, otra con La Hiena, un mes con los Pomar. Otra con los mejores culos del verano y los chismes del espectáculo. Otra con la operación del ex presidente y las explicaciones de la operación. Otra con la decadencia boquense. Es muy probable que no se entienda el país con ideas. Sólo las imágenes van quedando. Son las que pesan y las que producen subjetividad social. La mayoría de la población no logra “pensar” la información sólo la “mira”. Mira las imágenes. ¿O alguien entendió algo acaso del conflicto del Banco Central? Todo da más o menos igual. Todas son verdades a medias. Lenguaje confusional exitoso. Pero los enfrentamientos son cada vez mayores. Se dice todo y de todos. Algunos mantienen una estrecha coherencia. Otros han cambiado de un día para el otro su manera de pensar o vivir.
De todo esto no podría opinar con claridad. Sinceramente, el bombardeo de imágenes también me afecta a mí. En este país denunciar sistemáticamente la corrupción corre el peligro de que algún diputado termine baleado como fue Solanas durante el gobierno de Menem.
Algunas cosas sí me quedan claras. En este maravilloso país, cuyas exportaciones y riquezas en recursos naturales son de gran magnitud, el 35 por ciento de la población vive debajo de la línea de pobreza y con alto grado de indigencia. ¡Parece increíble! Pero ya se ha vuelto un fenómeno obviamente creíble.
Los ricos tienen cada vez más plata y los pobres cada vez menos posibilidades. Los ricos viven en sus mansiones en los countries, los pobres e indigentes en casas de lata o en las villas. Es así. Carentes en mucho casos de las más elementales condiciones de higiene. Falta de espacio. Pueden vivir ocho en tres colchones tirados en el piso. Hacinamiento. Todo tipo de promiscuidad sexual, que justamente hay que buscarla en los espacios reducidos, que favorecen las situaciones incestuosas y el colecho. Ausencia de agua potable o agua contaminada con uranio muchas veces. Ausencia de cloacas. En fin, es difícil imaginar este infierno argentino. Pero todavía más difícil es imaginar la falta de respuesta del resto civil de la república. Hay organizaciones sociales, grupos que trabajan en todo tipo de ayuda social. Pero no existe una política de Estado.
Hay que construir planes de inclusión para los padres. Darles vivienda, trabajo, educación, sistemas de salud para que los niños no tengan mañana problemas con la ley penal (C. Argibay).
Hace poco, un prestigioso sociólogo brasileño sostenía que había muchas obras de inversión de Lula en las villas como política de Estado. Y sostenía que el fenómeno es difícil pero no imposible. Los narcotraficantes, creadores del crimen organizado, son defendidos en las favelas por los niños que las habitan. Esta niñez ha sido favorecida por los narcos en los problemas de salud y educación. Allí es donde Lula está interviniendo. Porque el problema de la inseguridad es bien claro que está organizado por los narcos que forman a los jóvenes para el crimen organizado.
En un plano menor, lo mismo ocurre aquí. Los narcotraficantes crean un ejército de jóvenes para la construcción de la sistematización del crimen organizado. ¿Quiénes ocupan las cárceles juveniles? Los niños miserables, sin educación y sin protección sanitaria. Cuando entre los delincuentes aparece un “joven de clase media”, todos los diarios expresan su asombro “¿¡Qué hacía un muchacho bien en un lugar como ése!?”
Tampoco creo que la construcción de planes de inclusión social desde el Estado proporcione rédito político. El bajo nivel socioeconómico con el subdesarrollo de los recursos humanos al límite, sin trabajo, sin esperanza es un caldo extraordinario para el crimen organizado. Con esta juventud subhumana, excluida, sin vida, sin proyectos, sin esperanza, con lesiones neurológicas por la hipoalimentación.
¿Pero a quién le importa todo esto? Todo lo que se escribe son registros o estadísticas. 800 mil jóvenes de la provincia de Buenos Aires no trabajan ni estudian. Con precios muy bajos (100 a 500 pesos) se construye un delincuente. Para robar o matar directamente y siempre con un poco de droga para el operativo.
Conversen con algún intelectual progresista de la política actual y seguramente este fenómeno “monstruoso” argentino no será mencionado. Pero estará de acuerdo en que hay que combatir el crimen organizado. Vidas desperdiciadas. Los no existentes. Los más allá de los excluidos. Los semimuertos.
Recordemos la complicidad civil durante la dictadura. Con todo, cada muchacho o muchacha tenían nociones de qué estaba haciendo y por qué luchaba. Las víctimas de la pobreza e indigencia mueren todos los días por causas evitables.
Es el momento de reinventar el mundo y las instituciones. El mundo ha perdido la capacidad de crear y soñar y debemos recuperarla. Otro mundo y otro camino todavía son posibles.
Hemos perdido la capacidad de creer en el mundo. Nos han robado la creencia de un mundo más justo (G. Deleuze).
Un buen tema para una nueva instrucción cívica. ¿Qué es ser cómplice civil? ¿Acaso la indiferencia ante el sufrimiento de un hermano?
* Psicoanalista, dramaturgo.
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