EL PAíS › OPINION
› Por Horacio Verbitsky
Según el encargado de las relaciones de la Iglesia Católica con las entidades de la sociedad, Alcides Jorge Pedro Casaretto, el documento titulado “La pobreza, un problema de todos” no podrá difundirse debido al alto nivel de fragmentación que habría en el país. Agregó que no había intención de confrontar con el gobierno.
Casaretto, quien es obispo de San Isidro, fue asistido por su principal colaborador laico, el poderoso empresario sojero Eduardo Serantes. Entre los redactores del texto estuvo el viceministro de Economía de Domingo Cavallo durante el gobierno de Carlos Menem y ministro de Educación de Fernando de la Rúa, el sociólogo Juan Llach. Entre los firmantes estaban la Asociación Empresaria (AEA), que reúne a las principales empresas que actúan en el país y cuyos líderes son el Grupo Clarín y la transnacional italiana Techint; la Sociedad Rural y sus satélites en la Mesa de Enlace de las patronales agropecuarias, la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresas (que es el brazo del Episcopado entre los hombres de negocios), la Unión Industrial y las asociaciones de grandes bancos.
Primero Clarín y luego La Nación publicaron extensas síntesis del documento, sin informar que las dos centrales obreras se negaban a firmar ese texto que denunciaba el “modelo económico” vigente. Clarín dijo el 2 de abril que la CGT lo firmaría. La Nación sostuvo el 6 que tanto la CGT y CTA estudiaban hacerlo. Nada de eso era cierto. Este diario informó el 21 de marzo (“El parto”) que ninguna de las centrales obreras suscribiría esa posición. La CTA entregó un documento alternativo que incluía un cuadro con las ventas de las 200 principales empresas del país en 1997, 2005 y 2007 y planteó la necesidad de redistribuir el 6,1 por ciento del Producto Interno Bruto para terminar con la pobreza. Esa propuesta fue rechazada y la CTA dejó de asistir al foro. Esa es la verdadera fragmentación que padece la sociedad.
Cuando conocieron esta deserción, las otras entidades patronales replantearon su participación. Sólo el núcleo militante del Frente del Rechazo y el Odio (FRYO) insistió en seguir adelante. Casaretto fue el último en admitir que un documento sobre la pobreza firmado por quienes han tenido en estos años las ganancias más extraordinarias era más apropiado para el primer centenario que para el segundo. Aun después de resignarse a que en esas condiciones el documento no tendría sentido, Casaretto dijo que la base era buena y sólo se reprochó “ingenuidad” y “falta de perspicacia”.
Dentro de pocos días Casaretto deberá enfrentar a los demás miembros de la Conferencia Episcopal, que celebrarán su primera plenaria del año. Su presidente, Jorge Bergoglio, no estará feliz por la torpeza política de su ministro político. Pero eso no quiere decir que su posición de fondo sea diferente. La semana pasada un vocero de Bergoglio expuso con todas las letras en Clarín que “en la Iglesia creen que la sociedad está llegando a un nivel de saturación que se acerca peligrosamente a la época en que la gente exclamaba el famoso `que se vayan todos`, mientras que la política se aleja de su noble sentido de servir al bien común”. Pura expresión de deseos.
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