EL PAíS
› LA ASAMBLEA DE PRESENTACION DEL LIBRO DE MIGUEL BONASSO
Una empecinada actitud militante
El Palacio y la calle, el libro que devela la trama del 19 y 20 de diciembre, fue lanzado en el marco de una asamblea popular.
› Por Susana Viau
“Esto no lo escribí yo –dijo, señalando al auditorio y parafraseando la incierta anécdota de Picasso–; esto lo escribieron ustedes.” A las ocho y media de la noche, el techo de chapas de la fábrica recuperada IMPA guardaba intacto el calor de la jornada; las ventanas mezquinas de los lugares pensados para el trabajo asalariado apenas daban un respiro a las más de trescientas personas convocadas para la presentación de El Palacio y la Calle, el libro donde Miguel Bonasso realiza una obsesiva investigación de los hechos del 19 y 20 de diciembre pasado.
La reunión había empezado a las ocho y media, una hora más tarde de lo previsto. Pero a nadie le importó porque nada de lo que allí iba a ocurrir respondería a lo que suele estar prescripto en estos casos: la mayor parte de la concurrencia la conformaban piqueteros, asambleístas, motoqueros, organismos populares y hombres y mujeres de la política, el sindicalismo y la cultura ligados de un modo u otro a esas historias. Fue el propio Bonasso quien definió el marco: “esta asamblea”, la llamó cada vez que se hizo necesario. De pie sobre el escenario y micrófono en mano fue él mismo el encargado, como en El Palacio y la Calle, de presentar a cada uno de los protagonistas. Así se fueron alineando en el multitudinario panel Martín Galli, el joven baleado en la cabeza el 20 de diciembre, “el Toba”, su salvador, la hermana de Fernando “Petete” Almirón, la compañera de Gastón Riva, Gustavo Lesbegueris, segundo de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad y detenido esa tarde por la Policía Federal, Luis D’Elía de la FTV, un representante del grupo de prensa alternativa Argentina Arde, una piquetera del Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, un obrero de IMPA, la abogada María del Carmen Verdú, de la Correepi, Simeca, el sindicato de los motoqueros que descubrieron en esas horas que “los caballos le tienen miedo a las motos. La policía tampoco lo sabía”. Sobre la pantalla que reproducía y agigantaba lo que sucedía sobre el escenario comenzó a proyectarse un video realizado por Ojo Obrero –colectivo de cine ligado al Partido Obrero y al Polo Obrero– que, sobrio y maravillosamente musicalizado, levantó gritos de euforia entre los asistentes.
Luego, Bonasso agradeció y la primera fue su mujer, la periodista y cineasta Ana de Skalon, después Paloma García, su ayudante, jefa de archivo y de protocolo, los jóvenes periodistas que lo asistieron en la investigación, los informantes que se agregaron al trabajo de “la banda de la calle Uriarte”, según aclaró aludiendo a la calle en que vive, al economista Eduardo Basualdo, a sus hijos. A los agradecimientos siguió la mención de una larga lista de amigos presentes y dispersos en la improvisada platea: Emma Illia, hija del ex presidente Arturo Illia, Pino Solanas, Juan Carlos Dante Gullo, Ricardo Horvath, Carlos “Beto” Borro, Gregorio Lebensohn, Héctor y Pedro Cámpora, Alicia Castro, Tristán Bauer, Jorge Taiana, Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. En la penumbra, los integrantes de organismos sociales distribuían sus periódicos y volantes mientras Bonasso, desbordante de alegría, seguía hablando, muy poco de su libro, mucho de las víctimas y los testigos que reconstruyeron junto a él los asesinatos. Afuera, acodados sobre una zorrita de las que se utilizan para el acarreo de materiales, su editor Alejandro Ulloa y otro colaborador de Planeta custodiaban dos pilas de El Palacio y La Calle.
Pasadas las diez de la noche, “la asamblea” todavía continuaba. A dos cuadras de la fábrica se escuchaban los aplausos que arrancaban las palabras de Bonasso y rompían el silencio de ese barrio plácido. Era un acontecimiento singular, un reflejo de lo que, se puede apostar, llevó a Bonasso a indagar y escribir: la pasión por la literatura, su indisoluble unión con el periodismo y, sobre todo, una vital, empecinada actitud militante.