EL PAíS › CONSTRUCCIóN Y DECONSTRUCCIóN DE LA IMAGEN DE UN VICEPRESIDENTE
Tres especialistas en comunicación analizan el surgimiento y las oscilaciones de la figura de Julio Cobos, su controvertida permanencia en el cargo y la ausencia de un discurso político.
› Por Luis Alberto Quevedo *
Existen tres momentos en la imagen y el posicionamiento político de Julio Cobos. El primero es el del origen: Cobos era gobernador de Mendoza y afuera de la provincia tenía una imagen muy desdibujada y poco clara para el resto de la ciudadanía. En 2007 fue elegido por los Kirchner como un símbolo de la transversalidad y de la concertación política. Su imagen en aquel entonces era muy difusa y durante la campaña casi no tuvo una voz política: de hecho, lo poco que apareció en relación con él fue la crítica de la UCR por haberse ido con los Kirchner.
Esa imagen no cambia hasta la noche en la que vota desempatando contra la 125 con el famoso “mi voto no es positivo”. Esa frase, esa noche, cambió el lugar que tenía, incluso contra su voluntad. Los demás le otorgaron un lugar que él ni siquiera debe haber imaginado: la de alguien que les dice “no” a los Kirchner. Contra su propia estrategia, la sociedad lo constituye como una suerte de barra de contención. Pero al mismo tiempo que la ciudadanía lo pone en ese lugar, los Kirchner lo nombran “traidor” y no le dirigen más la palabra.
Un segundo momento ocurre cuando Cobos ya no puede evitar estar en ese lugar y decide transitar una delicada cornisa: “Soy el vicepresidente de un Gobierno con el que ya no comparto nada, y quiero ser el jefe de una oposición que no puedo encabezar por ser vicepresidente”. La decisión es suya, pero su lugar institucional lo deja mudo. Esta rara estrategia le sube su imagen y su intención de voto. No olvidemos lo que pasó con los vicepresidentes anteriores: Chacho Alvarez discrepa con su presidente y se va; el vicepresidente Scioli tiene un altercado con Néstor Kirchner, lo espera en su despacho hasta que lo atiende y luego decide subordinarse al Gobierno. Con estos antecedentes, esta idea de “me quedo sin ser parte del Gobierno y voy a ser el jefe de la oposición” es una originalidad.
Ahora asistimos a un tercer momento. El oficialismo lo presiona para que renuncie y la oposición lo presiona para que se quede (pero para que sea un operador en el Senado y en el Gobierno). Una vez más, él no dibuja la escena política actual sino que se la marcan el Gobierno y los opositores. El resultado es una baja en su imagen, un desdibujamiento de su candidatura –algo que aparece en todas las encuestas– y la imposibilidad de la palabra política, de un discurso propio. Su único discurso posible es ser una suerte de espejo de la ley y de la Constitución: “Yo cumplí con la ley”, “sólo hago lo que me dicta el reglamento”...
El verdadero intríngulis de Cobos no es tanto la defensa de la antipolítica (éste sería, en todo caso, De Narváez): su lugar no es tanto el de la no-política como el de la ley. Podríamos decir que hoy se encuentra en un no-lugar de la política.
* Sociólogo, profesor de UBA y Flacso.
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