EL PAíS › ENTRE LOS BALANCES DEL BICENTENARIO > REFLEXIONES EN EL MARCO DE LAS CELEBRACIONES POR EL ANIVERSARIO NACIONAL
› Por Norma Giarracca
Un antropólogo europeo preocupado por el nacionalismo, Benedict Anderson, definió la nación como una comunidad política imaginada, inherentemente limitada y soberana. ¿Por qué imaginada? Los miembros de la nación no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán hablar de ellos. En segundo lugar, se imagina limitada porque tiene fronteras finitas, más allá de las cuales se encuentran otras naciones. Por último, se imagina como comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que prevalece en cada caso, la nación se concibe siempre como fraternal, y ese imaginario es el que permite que tantos millones de personas maten y se dejen matar por imaginaciones tan limitadas. Estas ideas fueron muy discutidas en Europa y nuestros territorios latinoamericanos, sobre todo por los intelectuales que encuentran en el concepto de Estado-nación europeo (una creación reciente en la historia de la humanidad) la solución a todos los problemas y males.
En estos tiempos de efemérides que interpelan los orígenes de nuestra comunidad política, sólo el gobierno nacional (y los provinciales) alude a esta unidad imaginada, la da por sentado y no podría ser de otra forma. Pero junto con estos festejos oficiales se han impulsado muchos otros “bicentenarios” que dan cuenta de la precariedad de la imaginada “unidad” y la ineludible necesidad de revisar estos artefactos culturales (“nación”, “Estado”, “gobierno”). Aunque siempre se activa un “olvido” de los hitos históricos que contextualizaron esas construcciones para remarcar el logro buscado, el trauma, el “pachakuti”, insisten en hacerse presentes.
Por eso, uno de los primeros manifiestos que circularon en estas otras celebraciones se titula “Caminemos por la verdad hacia un Estado Plurinacional”, firmado por un número importante de comunidades originarias que fue comentado en un artículo de Página/12 (12-5-2010). Sólo recordemos que 1810 no significó lo mismo para los pueblos originarios que para los criollos y españoles que decidieron hacerse cargo del gobierno ya sin la tutela de España. El Bicentenario debe ser la oportunidad histórica para generar el acto de reivindicación que las naciones originarias esperan en el silencio de sus montes, cordilleras, estepas, valles y montañas, sostiene el documento. “Un silencio que ha sido interrumpido por el tronar de motosierras que todo desmonta, el rugido de topadoras y explosivos de las mineras que todo lo vuelan, el ingreso de petroleras que todo lo envenenan, la penetración de iglesias y sectas que todo lo convierten, partidos políticos y ofertas electorales que quiebran toda la unidad comunitaria.” La propuesta es un Estado plurinacional que supondría una gran constituyente social donde todo se revea y cuestione; donde debatamos y creemos nuevos y creativos consensos.
Muchas otras organizaciones están preparando sus propios bicentenarios, muchas parcialidades que nos advierten de las dificultades para sostener la imaginada comunidad nacional. En las redes de la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC) circula una propuesta que firman varias organizaciones y aun utilizando el ya generalizado “otro”, lo subtitulan “el bicentenario de los pueblos”.
Hace mucho veníamos trabajando en estas ideas de “muchos bicentenarios” que mostraran la necesidad de no pensar en “sociedades homogéneas”, sino en parcialidades, que como nos recuerda Arturo Roig para América latina, no remiten necesariamente a una misma unidad. Tampoco el sujeto argentino –ese “nosotros los argentinos”– se ha identificado mediante una misma unidad referencial, lo que resulta en diversos y diferentes “horizontes de comprensión”. Nuestro “Otros bicentenarios” se realizó en La Rioja, el 7 y 8 de mayo, organizado por las Asambleas Ciudadanas Riojanas: se escucharon las cadencias de muchos pueblos cordilleranos, muchos acentos incluidos otros de América latina. Fueron voces asamblearias, de intelectuales, artistas y de un grupo de docentes luchando por preservar el maravilloso edificio histórico de su Escuela Normal Castro Barros.
Por todo esto es difícil pensar que el artefacto cultural “nación” que (imaginariamente) cumple 200 años funcione como unidad y hermandad en estas fechas; los horizontes de comprensión son diversos y muchas autoridades así como el poder económico se empeñan en la consonancia musical, en una única voz desvalorizando la estética de la disonancia. Más complicado aún, cuando esas voces anuncian despojos de nuestros recursos naturales y violencia en los territorios. No obstante, es una excelente oportunidad para pensar cómo volvemos a generar consensos para sentirnos “argentinos” sin perder la identidad mapuche, kolla, guaraní, wichí, criolla, de hijos de gringos o de las nuevas corrientes migratorias; sentirnos “argentinos” respetando identidades, historias (en plural); la necesidad de elegir autónoma y libremente un modo de reproducción material; la posibilidad de rechazar la que los gobernantes y las corporaciones nos imponen; debatir culturas y modos de situarnos en el mundo y en la vida. Después de esa necesaria reparación de nuestra historia reciente (que nos avergonzaba en nuestra identidad nacional), estaremos en mejores condiciones para caminar hacia un nuevo “constructo” que sea plurinacional, intercultural, que habilite la posibilidad de un amplio debate de quienes somos y deseamos ser “nosotros los argentinos”. Sería, por lo menos, el comienzo de un debate decolonial como los iniciados en otros países y lograríamos un Bicentenario que proponga construir colectivamente nuestras historias en un precario proyecto de comunidad política y social.
Socióloga, profesora e investigadora (Instituto Gino Germani-UBA).
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