EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
Con el escándalo de Mauricio Macri por el espionaje, que donde pone el ojo no se sabe qué más pone; Cobos que va al Colón, adonde no va nadie y en cambio no va a la cena adonde van todos, y el mambo de las dos catedrales, una con el arzobispo primado y toda la oposición, y otra con el enviado del Papa, la Presidenta y los gobernadores, este 25 de Mayo del Bicentenario se presenta movido. Es un país que después de muchos años propone y discute, que a pesar de soportar mal la polémica, por falta de costumbre, está envuelto en un debate que convoca pero que también confronta. Que produce acuerdos, rispideces y realineamientos. Es también una forma de proyectarse hacia el futuro al cumplirse los 200 años de la independencia.
Aunque también terminó por impactar en los festejos patrios, lo de Macri con el espionaje no tiene nada que ver con la independencia. El jefe de Gobierno porteño puede ser culpable o inocente en el escándalo del espionaje. Eso se verá en el juicio. Pero es evidente que existe una gran cantidad de indicios que lo involucran. Objetivamente, sus decisiones favorecieron el espionaje y además los espiados tenían intereses encontrados con él. Hay una cronología de llamados cruzados donde Macri aparece cada vez que Palacios y Ciro James jugaban a los espías. Son indicios más que suficientes para ser procesado. Hubiera sido escandaloso que Norberto Oyarbide no lo hiciera. Sin embargo, esos indicios no lo declaran culpable, todavía falta el juicio, pero desde el punto de vista político es una papa caliente que puede incinerar sus ambiciones presidenciales.
Al gobierno nacional no le conviene desbancar ahora a uno de los posibles competidores del 2011. Se ha dicho que la estrategia del kirchnerismo sería tratar de ganar en primera vuelta, pasando la línea del 40 por ciento de los votos y sacándole más del diez por ciento de ventaja sobre el segundo. En función de esa expectativa, el mejor escenario para una candidatura del oficialismo es el de una oposición fragmentada entre varios candidatos, Cobos, Carrió, Reutemann, Rodríguez Saá, De Narváez y Macri, con chances parecidas. Si los candidatos se empiezan a caer antes de largar, eso favorecería la concentración del voto opositor. Hoy menos que nunca le conviene al Gobierno sacar a Macri de esa competencia.
Pero Macri no puede explicar la trama de relaciones que lo complican con su viejo amigo Palacios y el espionaje. Tendría que decir que son todas casualidades. Lo que es difícil de creer y en política eso es definitivo. Tendría que decir que fue ingenuo, que no sabía que su amigo Palacios, el hombre a quien él, como gobernante, identificaba como el policía ejemplar, fuera capaz de usar métodos ilegales. Aun ese escenario de inocencia sería contraproducente en la política donde la estupidez es lo que menos se perdona.
Metido en el baile, inocente o culpable, para Macri todas son feas. Menos una: victimizarse y echarle la culpa al gobierno nacional, en lo cual también tendrá el respaldo de los grandes medios, más preocupados en desgastar a los Kirchner que por el espionaje de la gente de Macri. Pero como recurso tiene un techo: el jefe de Gobierno porteño está tan evidentemente involucrado que la queja será eficaz en el macrista más definido y no tanto entre el público en general. Para colmo, para ser creíble tiene que sobreactuar la furia contra el gobierno nacional por “el armado” perverso que le habría endosado.
En ese papel, desde que salió de la declaración indagatoria hace dos semanas, Macri disparó una andanada tras otra contra los Kirchner. Los acusa, sobre todo a Néstor, de haber armado la causa y sugiere que James era un submarino de la Policía Federal. Los funcionarios macristas que inundaron la TV con cuadros sinópticos surrealistas en un simulacro de explicación que no explicaba nada, sugerían que Ciro James ocultó que estaba en la Federal cuando se incorporó como funcionario de la administración porteña. Pero James ya había trabajado con Palacios, que encima no tuvo empacho en reconocerlo. Cualquier explicación que intentan se les escurre entre los dedos. El único recurso que les quedó fue tratar de desviar la atención.
En ese camino salió la peor imagen de las que puede proyectar Macri: la del cajetilla soberbio y algo tontón que hace desplantes y agresiones. El jueves a la mañana, poniendo cara de asco, entre burlón y grosero, dijo que el 25 de mayo debería soportar la presencia de Néstor Kirchner en la función de gala del Colón, sólo porque se trataba del consorte presidencial. Fue una sobreactuación de mal gusto. Esa misma noche, la Presidenta le envió una carta diciéndole que no asistiría para evitarle presencias molestas. Lo ridículo fue que después de insultarla, Macri volvió a sobreactuar su esfuerzo para lograr que asistiera a su fiesta. “La investidura que tenemos debe estar por encima de las cuestiones personales”, dijo.
Y parte de razón tiene. En la actitud de Cristina Kirchner había seguramente algo más que justa indignación. Porque, de alguna manera, con esa carta ubicó nuevamente a Macri como opositor-interlocutor, algo que el jefe de Gobierno porteño estaba buscando desesperadamente para recuperar espacio. No es la primera vez que el kirchnerismo hace eso con Macri al darle aire porque lo prefiere como adversario. Pero durante todo el escándalo del espionaje, el gobierno nacional se había mantenido en silencio. Sólo hubo alguna intervención esporádica de Aníbal Fernández para rechazar las acusaciones de Macri. Además del arrebato personal, la carta tiene consecuencias.
Macri, con el resto de la oposición, irá al Tedéum en la Catedral de Buenos Aires, mientras la ceremonia religiosa oficial se celebrará en Luján. Con excepción de los primeros gobiernos de Perón, nunca la Iglesia Católica estuvo tan confrontada con un gobierno nacional. El arzobispo Jorge Bergoglio emprendió de entrada una cruzada casi personal contra los Kirchner. A veces en forma abierta y otras más sinuosa al estilo eclesial, Bergoglio bombardeó proyectos oficiales y sostuvo los opositores, un ámbito donde en la Capital tiene varias relaciones personales, desde el mismo Macri hasta Elisa Carrió, pasando por Gabriela Michetti. Cuando Cristina Kirchner decidió hacer el Tedéum oficial en la catedral de Luján, Bergoglio anunció que también lo celebraría en Buenos Aires y allí se anotaron los principales dirigentes de la oposición con la intención de provocar un hecho político per se. Y en el medio de esas disputas, el vicepresidente opositor, Julio César Cobos, no fue invitado a la cena del 25 de Mayo en la Rosada, pero anunció que estará en la fiesta del macrismo en el Colón.
Esa es la Argentina real. Otra imagen hubiera sido Photoshop. La oposición no cedió ni un tranco de pollo en pos de la unidad del Bicentenario ni de nada, pero la reclama como si hubiera hecho algo por lograrla. En un escenario de pasiones menores, el más interesado en esa fotografía de la unidad hubiera sido el Gobierno. A la oposición, en cambio, le interesó menos la unidad que mostrar al Gobierno como intolerante y divisionista. La unidad tiene sentido en función de un proyecto. En el primer Centenario el proyecto no sólo dejaba fuera a los pueblos originarios y a los trabajadores, sino que además trataba de exterminarlos y sobreexplotarlos entre semanas trágicas y campañas del desierto. Esa fue la “unidad”. Esta vez, los pueblos originarios y los trabajadores han participado con su propia voz, con una mirada crítica pero propositiva. Y los que no coinciden con el proyecto que propone el oficialismo ni siquiera han sido reprimidos. La negativa del Gobierno a reprimir también ha generado división con esa oposición que al mismo tiempo que le pide que reprima, lo acusa de autoritario.
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