EL PAíS › OPINIóN
› Por Washington Uranga
La conmemoración del Día del Periodista puede resultar una buena oportunidad para hacer una pausa y reflexionar sobre la profesión, pero sobre todo, acerca de lo que esta labor significa en el escenario de la Argentina actual. Para ello será necesario entender que el periodista no es sino un eslabón –importante, pero sólo un eslabón– de una cadena de actividad humana entendida como la comunicación. La comunicación –el proceso de comunicación, para ser más preciso– es una práctica social cooperativa de la que participan empresas, ciudadanos, dirigentes, líderes económicos, sociales y políticos y, también, los periodistas. Si alguno de estos actores falta, falla la comunicación. Es cierto que, de la misma manera que los maestros y docentes son vitales para la educación, los periodistas lo son para la comunicación. Pero su importancia estratégica vale, en todo caso, para medir su responsabilidad y, en ningún caso, para arrogarse derechos por encima de los restantes actores del sistema. Los periodistas, aunque nos cueste admitirlo, nos equivocamos mucho y frecuentemente. Sirva lo anterior para sostener, tal como lo afirmó el prestigioso periodista colombiano Javier Darío Restrepo en una conferencia recientemente dictada en Bolivia, que el profesional de la comunicación tiene que “estar dispuesto a examinar las certezas de uno frente a las certezas del otro”, partiendo de la seguridad de que “nadie tiene la verdad completa y nadie está en el error completo”. Para tener en cuenta en la Argentina de hoy.
Tan importantes como los periodistas lo son las empresas. Cada quien con intereses y funciones diferentes. Los periodistas son asalariados a los que se les paga por su trabajo, por un servicio que brindan a ese proceso cooperativo de la comunicación en el cual la ciudadanía sigue siendo el actor preponderante. También por encima de las empresas. Se puede decir que los periodistas venden su trabajo. Nunca que las empresas compran las opiniones o las ideas de los profesionales de los medios. Porque, como bien lo señala el código internacional de ética periodística (París, 1983), “la información se comprende como un bien social, y no como un simple producto”, y esto significa que el periodista es “responsable no sólo frente a los que dominan los medios, sino, en último énfasis, frente al gran público, tomando en cuenta la diversidad de los intereses sociales”.
Se puede pensar también la actividad periodística desde los fines. ¿Cuál es el bien que el periodismo aporta a la sociedad? La información es un bien social que sirve de insumo para el discernimiento de los individuos y de los colectivos sociales. Es diferente de un producto. Un producto se ofrece, es una mercadería sujeta a la oferta y la demanda. Un bien social no puede estar sometido solamente a estas reglas, sino que requiere de regulaciones y de consensos porque afecta de manera directa al funcionamiento de la sociedad. Por esta razón, sostiene la filósofa española Adela Cortina, la “meta” del periodismo sería “generar una opinión pública madura, de modo que haya ciudadanos y no vasallos, pueblo y no masa” (Cortina, Adela, “Etica de los medios y construcción ciudadana”; en Oclacc-UTPL, Comunicación, ciudadanía y valores, Quito, 2008, pág. 21).
La tarea periodística hoy más que nunca tiene que situarse y entenderse en términos sociales. Algo que resulta sumamente difícil dada la mediatización de las relaciones sociales, el atravesamiento del poder en el escenario mediático y la hipermercantilización del negocio de la comunicación. Atendiendo a lo dicho al comienzo respecto de la comunicación como una actividad cooperativa en la que intervienen distintos actores, también es cierto que el periodista termina siendo el eslabón más frágil, más débil, de esa cadena. Las pruebas están a la vista.
Pero ello no exime de responsabilidades. “El periodista tiene que ser un constructor de ciudadanía” dice Javier Darío Restrepo. Construir ciudadanía es aportar a la generación de opinión pública y hacerlo es trabajar, con honestidad y veracidad ciudadana, en la facilitación del diálogo entre actores diferentes y diversos, en el escenario público de la comunicación. En medio de presiones, tensiones e intereses, que aumentan el desafío pero no disminuyen la responsabilidad.
Son apenas algunas ideas para pensar. Sin ninguna pretensión de verdad. Pero sí como un intento de aportar a la reflexión sobre esta profesión que necesita (necesitamos) mirarse (mirarnos) autocríticamente. También y fundamentalmente porque somos... ciudadanos periodistas.
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