Lun 07.06.2010

EL PAíS  › OPINIóN

Los que crispan

› Por Eduardo Aliverti

Hay que enlazar varios temas pero, si se lo hace con un poco de vocación y capacidad relacionales, la pregunta y la respuesta terminan siendo comunes a todos.

Pasados los festejos del Bicentenario, la enorme sorpresa por su convocatoria y el clima de armonía popular destacado en forma unánime (hasta por cínicos y deprimidos), cualquier recorrida por los medios de alcance masivo indicaría que el país volvió a las andadas de inmediato. Enfrentamientos, acusaciones, advertencias, agresiones físicas. Veamos una radiografía de ese clima reinstalado. Tal vez podamos extraer alguna conclusión que no es novedosa, pero sí categórica respecto de cómo se manipula la información; y de quiénes son, por lo menos, co-responsables de crear esa atmósfera de fastidio. Acaso se suponía que, después del desconcierto por la masividad de los actos patrios, era esperable una contrición de ciertas figuras y corporaciones mediáticas. Porque casi todo el mundo –aunque, naturalmente, algunos en voz muy baja– coincidió en apuntar que la participación y la alegría callejeras, de hace dos semanas, revelaron una ruptura bastante clara con el ambiente social mostrado por la prensa hegemónica. Al no haber sucedido que tal diagnóstico tuviera correlato, cabe interrogarse por los motivos de ese persistir en que todo marcha para atrás. ¿Es muy pronto y nadie es tan estúpido como para deschavar así nomás que estaba en una frecuencia sobreactuada? ¿Están encarcelados por la lógica del sensacionalismo como única vía de gran impacto? ¿No se replantearon nada de nada? ¿No creen que deban hacerlo? ¿O quizá se trate de estar cada vez más claro que esto es una batalla política, con los grandes medios dispuestos a seguir disparando con cuanto tengan a mano para defender sus negocios? Hay hechos que desencadenan una reacción obvia y no cabe esperar otra cosa, aunque uno insista en la necesidad de que lo hagan con respeto por la rigurosidad profesional. Es el caso de los hijos adoptados de la directora de Clarín, de quienes extrajeron pruebas escrupulosas para determinar si sus padres biológicos son desaparecidos de la dictadura. Ni siquiera sus propios abogados asentaron disidencias con el procedimiento, porque no tenían cómo. Sin embargo, el coro mediático y sus portavoces de la oposición hablaron de “vejamen”, “arbitrariedad”, “atropello”. En lo periodístico indefendible y en el cotejo moral más todavía –habría sido inolvidablemente digno que hubieran usado su poder para denunciar las violaciones de una carnicería militar que robó bebés–, la obstinación de Clarín en alguna parte se comprende sin llegar jamás a la justificación de la mentira.

En cambio, ¿cómo se explican títulos centrales de portada con las gambetas de Maradona para despegarse de los barrabravas que viajaron a Sudáfrica? ¿Cómo esconderían que el metamensaje, mucho más mensaje que meta, es exhibir a la patota de la concentración argentina en Pretoria como la misma del Indek? No hablamos de falsedad informativa sino de producción de sentido. ¿La noticia más importante del país llega a ser que viajaron barrabravas al Mundial, financiados por el repugnante esquema de complicidad entre el poder político y los dividendos del fútbol? ¿O es que un megagrupo mediático y afines se quedaron afuera de ese negocio, y deben aprovechar cada resquicio para endilgar lo delictivo sólo al Gobierno? Es mínimamente curioso que se acuerden recién ahora de darle cartel francés a la conexión entre hinchas violentos y establishment político-futbolero. Por las dudas, se repite: no es que no sea cierto. Es que no sucedía esta alarma periodística cuando la AFA era socia en la transmisión televisiva de los partidos.

También ocurrió un sugestivo despliegue mediático en torno de que podría ser de un agente SIDE, o de la Policía Federal, la voz anónima que advirtió sobre las pinchaduras telefónicas del macrismo. ¿Y? ¿Cambiaría ese dato la existencia de una banda de espías, jueces y policías dedicada a alojar causas truchas, y comandada –de piso– por gente muy cercana al jefe de Gobierno porteño? En absoluto. Pero sí demuestra que, además de clavar expedientes falsos, se puede plantar información irrelevante como si se tratara de descubrimientos explosivos. Esa producción simbólica se anotó igualmente en los episodios sufridos por Alfredo De Angeli y Eduardo Buzzi. Al primero le acertaron un huevazo. Al segundo le entraron en la casa de su pueblo para robarlo, más una nota que lo invita a callarse. Lo que le pasó a De Angeli se lo adjudicó al día siguiente un sindicato de la carne. Y el titular de la Federación Agraria dice que en un pueblito de 400 casas, donde se conocen todos, es incomprensible que haya sufrido ese hurto y más aún que lo invitaran a cerrar la boca. Precisamente porque se conocen todos, lo extraño sería que un grupo comando externo haya procedido así sin que nadie se diera cuenta. Ergo: lo normal consistiría en que los sucesos fueran endosados a la interna campestre porque, además, ¿cuál sería el sentido común de victimizar a Buzzi justo cuando todo lo que dice, incluyendo haberse pegado a Duhalde, le es funcional al kirchnerismo? Los medios hegemónicos, sin embargo, erigieron a los dos incidentes como producto del conflicto con “el campo”. Tienen la foto congelada. Atrasan dos años, porque ese frente se llamó a silencio gracias a que la soja, los chinos y los beneficios para el circuito ganadero y de tambos le hacen ganar más plata que nunca.

Dos más de una lista que no se agota ahí, ni muchísimo menos. La Presidenta se reunió con sus pares brasileño y uruguayo. Del encuentro con Lula surgió que las diferencias comerciales con Brasil las resolverá la vocación política de acuerdo. Y del cónclave con Mujica, del que sólo interesaba qué se haría con el corte en Gualeguaychú, brotó que la Argentina acatará lo que diga la Justicia. Ergo: si hay que desalojar el puente, se lo hará; aunque cuesta ver a este Gobierno despachando la Gendarmería para reprimir. Resultó –en la apreciación mediática dominante– que las declaraciones de los propios referentes del gobierno brasileño, minimizando los choques por las trabas importadoras argentinas, se convirtieron en que Guillermo Moreno sigue haciendo lo que le da la gana. Y las señales de arreglo con los uruguayos, para salir del laberinto Botnia, fueron resignificadas por la prensa como un retorno del oficialismo sobre sus propios pasos. Lo cual también es cierto, porque nadie debería olvidarse que Kirchner, en su momento, definió a la lucha de los asambleístas como una “causa nacional”. Pero eso no quita que, si en efecto están dispuestos a hacer lo que la misma derecha reclama (liberar el puente) para brindar signos de “madurez” política, la lectura del guiño sea un colmo gataflorístico. Si no hacen nada, es porque están presos, “como siempre”, de la extorsión de un grupejo de manifestantes. Y si tiran un centro, es porque desnudan su debilidad.

¿Quiénes son los que crispan, entonces? ¿Solamente el Gobierno, a través de las “anibaladas”, de no ir a la reapertura del Colón, del enfrentamiento con Clarín? ¿Y qué sería no crispar? ¿Cancelar la ley de medios, digamos? Hoy es el Día del Periodista. Deberíamos aprovecharlo para hacernos algunas preguntas. O para ratificar las respuestas que ya conocemos hace rato.

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