EL PAíS › OPINIóN
› Por Daniel Goldman *
Hay palabras –decía Cortázar– que como los caballos, a fuerza de ser usados, terminan cansándose, y fallecen en el agotamiento de la misma palabra.
Una de las funciones del intelectual es la de clarificar de manera crítica la palabra en su contexto políticosocial, denunciando de modo responsable cualquier hipocresía que legitime la injusticia y la represión.
Walter Benjamin, el ejemplo del intelectual, hizo honor a esa misión tan poco sumisa y tan altamente provocativa de querer, como decía él, pasarle el contrapelo a la historia para desafiar al pensamiento, a la actitud y a la acción que se acomoda y se adapta, lamentablemente, mucho más rápido de lo que imaginamos.
Entre su materia de escritura se encuentra una sección dedicada al concepto de la moda. Benjamin la denomina “Madame Moda”, dama mítica que acompaña a su camarada “Madame Morte”, ambas hermanadas en un diálogo que concluye con la aceptación de buena manera de estar juntas y arrastrarse al mismo destino. Dicho de otro modo, la moda es colega de la muerte y parodia del mismo cadáver. La moda cambia rápido, tan rápido que provoca la muerte. ¿Cómo se le encuentra una vuelta a la palabra, para que la palabra no sea moda y muerte, sino un objeto que enriquezca la vida y el entorno, de modo tal que retorne a ser significativa, y no agotada y no extinguida, y no perecida y no fenecida?
El 18 de julio de 1994 hizo que la palabra ciudadanía cambiara de rumbo para los que estamos aquí, para los que habitamos nuestra ciudad, esta ciudad, sus casas, sus calles y sus plazas.
Hasta esa fecha la palabra ciudadanía, el concepto de ciudadanía dominante, insistía en la idea de que “ser un ciudadano es algo que se otorga, ya que implica el explícito reconocimiento de un cuerpo de derechos civiles, políticos y sociales”. En este sentido, la concepción de ciudadanía era como una “simple moda” al decir de Benjamin, ya que si es algo que se otorga es pasiva. Y cuando la ciudadanía es pasiva se asocia a lo excluyente, a lo restrictivo, a lo sesgante, a lo discriminatorio.
Ahora, visto de otra manera, desde ese lugar de moda, muerte e incompletud, recuerdo a Max Kadushin, un profesor de Talmud, uno de los textos fundantes de la tradición judía, quien desarrolló una idea para analizar los procesos culturales al que él llamó de “concepto valor”. Kadushin, militante opositor a cualquier definición, dice algo así como que la idea de “concepto valor” se desarrolla a partir de que una enunciación puede tener cabida únicamente si se comprende su contrario, es decir su disvalor. Pero encontrar el disvalor no es una función simple, ya que debemos conceptuarla con una precisión tal que el disvalor funciona de manera disruptiva, que corta el ritmo, que no se da a partir de una lógica simple, de la lógica directa.
Ejemplo: lo opuesto a la paz no es la guerra. Lo opuesto a la paz es el exilio.
¿Y que significa exilio? Exilio significa estar en el lugar donde uno no debe estar para lo que fue creado.
Un padre que no puede mantener a su familia está en el exilio.
Un chico que vive en la calle y no tiene lo básico y lo mínimo está en el exilio.
Una mujer golpeada está en el exilio.
Y una víctima y un familiar de la víctima que no están amparados por el sistema de justicia están en el exilio.
La ciudadanía que simplemente se otorga, se arroja, es la ciudadanía pasiva que se despoja.
A partir del 18 de julio de 1994 una ciudadanía pasiva es una ciudadanía en el exilio.
En este mismo sentido, y adentrándonos un poco más, para pensar en ciudadanía deberíamos ver su disvalor. Si Ser ciudadano significa habitar la ciudad, es decir tenerla como hábito, poseerla como morada, como espacio concreto que me compromete en mi identidad, y que me permite tener una visión de ser y estar en esta ciudad, en esta sociedad, en este país, con acción y palabra, ese “ser ciudadano” se construye y se reconstruye en el territorio de la “memoria”. Por lo tanto, lo opuesto a la ciudadanía es el olvido, o sea la ausencia de memoria.
Desde el 18 de julio de 1994 lo opuesto a la ciudadanía es el olvido.
La célebre Rita Hayworth solía decir: “Qué afortunada que soy de poseer los dos atributos que marcan la felicidad: Una buena salud y una mala memoria”. Si esa es la fórmula de la felicidad, entonces no hay razón para que una parte de la ciudadanía, la que asume la ciudadanía de manera pasiva, no sea feliz. Obvio que la frivolidad no tiene pensamiento. Usa frases prefabricadas y silogismos falsos de ciudadanía barata. La falsedad es una enfermedad social. Y la enfermedad social siempre está vinculada con la amnesia, mientras que la ciudadanía es una actividad trazada por la línea de la memoria activa.
La literatura judía destaca que cuando en términos teológicos uno dice “yo creo”, en realidad está diciendo “yo recuerdo”.
Alegóricamente desde el 18 de julio de 1994 “Creer es recordar”.
Una interpretación exegética del texto bíblico del libro de Exodo, el libro que relata acerca de la esclavitud vivida por los antepasados en Egipto, se pregunta de manera profunda: qué es lo que produce el trabajo forzado, o sea ¿qué hace que el esclavo sea esclavo?
Primero. El esclavo no tiene nombre: nosotros recordamos en el texto bíblico los nombres de los abuelos de los esclavos, Abraham, Isaac y Jacob, pero ignoramos el nombre del esclavo; es decir, el esclavo no tiene identidad. Desde el lugar de la no identidad, cualquiera es reemplazable en la cadena de producción, porque la persona es un medio y no un fin en sí mismo. La ausencia de nombre es anonimato. Recordemos que los nazis en los campos de concentración borraban el nombre y colocaban un número tatuado en el brazo. La identidad se transformaba en cantidad, en objeto apilable.
El día 18 de julio nos recuerda que no son 85 víctimas, sino que cada víctima tiene un nombre.
Dice la poeta Zilda, “lejol ish iesh shem”, “cada persona tiene un nombre”. El nombre de una vida truncada, una saga que penetra en nuestra conciencia.
Segundo. El esclavo no tiene historia. Y perder la categoría de ser histórico es perder la vitalidad. La categoría ahistórica es antiintelectual, oscurantista y reaccionaria. Porque el hombre libre, el que habita la ciudad, como el primer hombre que ha probado del árbol del conocimiento ha sido arrojado a la historia, a su océano, al agua que es eco de sus propias preguntas.
El 18 de julio de 1994 nos enseñó que perder la historia es perder la mejor arma contra cualquier abuso autoritario.
Tercero. El esclavo, sumido en la ignorancia, considera que la categoría de la esclavitud es la libertad y, por lo tanto, carece de capacidad de resistencia. El esclavo no resiste ni se rebela. El esclavo es pasivo y está quebrado, está partido, está cortado al medio. Es a partir de ahí que ser ciudadano es esencialmente ser un individuo con identidad resistente y patrocinante de una memoria activa.
A partir del 18 de julio de 1994, ser ciudadano es ser verbo puesto en la memoria.
La dinámica ciudadana es una dinámica de la memoria creativa y es por lo tanto un valor organizado. Ser ciudadano es un acto saludable, es ser partícipe de la salud de la sociedad, y la memoria es la topografía de la ciudadanía. El silencio no es salud, como nos hacían creer. La memoria cuando se la activa es palabra que da fortaleza, vigor y creatividad.
Y vale la pena ahondar un poco más en este ejercicio de la memoria. ¿Por qué debo recordar?
Toda memoria se construye desde un presente hacia un futuro. Y la memoria es un deber militante que nos interpela. La memoria me interpela, me inquiere, me demanda, es una necesidad que me debe incomodar. La memoria me pregunta qué hago “ahora” con mi vida y con qué valores me comprometo, qué es lo que me resulta trascendente, qué es lo importante y qué debo dejar de lado.
La memoria frena la muerte y afirma la vida, y me compromete con la humanidad.
La memoria detiene cualquier abuso de poder, otorga espíritu de resistencia y dignifica.
Lo más importante: la memoria me saca de la humillación.
El 18 de julio de 1994 nos indica que lo opuesto a ciudadanía es la humillación.
Flaubert solía decir que veía humillaciones que se tornarían hábitos, veía defectos que se tornarían vicios, veía prejuicios que se tornarían crímenes. En 16 años hemos creado una generación de niños que se tornarían hombres sin saber lo que significa justicia ante los crímenes.
El cambio exige de una ciudadanía activa basada en la memoria activa.
El filósofo Avishai Margalit, en su libro Las sociedades decentes, dice que el objetivo del sometedor es eliminar todo rasgo de humanidad al sometido, porque el ser en el ser humano es ser consciente de uno mismo y del mundo en el que vivimos. La inclusión de la situación de la persona, de su condición social y del medio ambiente es de suma importancia para la dignidad del hombre. Los seres humanos son valiosos porque otros los valoran, y no en virtud de cualquier característica anterior que justifique tal valoración. Una sociedad puede ser humillante en el trato que dispensa a las personas que se encuentran en ellas y, al mismo tiempo, tener un claro concepto del respeto que debería otorgar a todas las personas como seres humanos. Cuando una sociedad no ve a una persona como un ser humano poseedor de una memoria, ésa es una sociedad que humilla. Esto significa tener actitudes como las de los explotadores, los que tratan a las personas como máquinas, las de los individuos que estigmatizan por tener ciertas enfermedades, por el color de la piel, por la raza, por las preferencias sexuales.
Una sociedad que humilla es una sociedad que no es decente. Existe la sociedad democrática y existe algo superador, que es la sociedad decente. Sociedad democrática es aquella en la que la gente puede llegar a tratarse entre ellos con dignidad. Sociedades decentes son aquellas en las que no solamente los individuos se tratan con dignidad, sino aquellas en las que las instituciones, como la Justicia, tratan con dignidad a la gente. Una sociedad que no logre este objetivo es una sociedad que desconoce la dignidad de las personas porque simple y sencillamente las humilla.
Para que las palabras no mueran en el abuso sepamos que desde el 18 de julio de 1994, una sociedad decente demuestra su salud ciudadana cuando posee una memoria activa; que por la memoria de esa lucha se debe arribar a la justicia, y que a través de esa memoria esta ciudadanía no debe disponer a cambiar su historia por ninguna forma de histeria.
* Discurso pronunciado por el rabino en el acto de Memoria Activa el 18 de julio de 2010.
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