EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Sigal*
La presidencia pro témpore de Argentina del Mercosur fue calificada por el presidente brasileño Lula como la mejor desde el tratado de Ouro Preto en 1994.
Se destrabaron durante este período importantes negociaciones que llevaban varios años acerca de cuestiones centrales como la eliminación del doble cobro del arancel externo y la aprobación de un Código Aduanero común para el bloque. El Mercosur ratifica su vigencia y su vitalidad cuando, entre sus adversarios, en todos los países miembros circulaban recurrentes fantasías sobre su estancamiento y retroceso.
Lo cierto es que la situación mejoró en todos los aspectos. A los avances institucionales en materia de unión aduanera hay que sumar el avance de importantes iniciativas en el rumbo hacia la integración productiva, la finalización del acuerdo de libre comercio con Egipto y el relanzamiento de las negociaciones en el mismo sentido con la Unión Europea. Nuestro país tuvo una influencia dinamizadora en las tratativas con los europeos: hoy está claro que las mayores dificultades para su exitosa finalización no están en nuestra región.
Ha cambiado el clima entre los socios del Mercosur. La región ha enfrentado exitosamente el desafío de la crisis internacional y hoy avanza en la resolución de los diferendos comerciales que esa crisis produjo. Y tiene una enorme importancia para las nuevas perspectivas el acuerdo alcanzado por los presidentes Mujica y Fernández de Kirchner, con relación al tema de la pastera situada en la margen uruguaya del río Uruguay. Brasil ha ratificado su compromiso con el desarrollo del bloque, a pesar de las presiones de importantes sectores empresarios internos orientados en dirección contraria.
Mercosur es hoy el punto más alto alcanzado por el proceso de integración en nuestra región. Como tal, constituye una sólida base para el desarrollo de otras iniciativas de cooperación y articulación sudamericana: Unasur es una decisiva herramienta de coordinación política, que se fortalece con los avances productivos y comerciales que se alcanzan en la región. No hay que olvidar que el Mercosur es el fruto de las conversaciones que en la década del 80 desarrollaron los presidentes Sarney y Alfonsín; su gran marca de origen fue la perspectiva de una región democrática y pacificada, en la que los intereses económicos de sus países, progresivamente articulados, se convirtieran en apoyos de ese rumbo.
Existen sectores de la oposición que agitan el supuesto aislamiento externo de nuestro país. No hay ningún indicador que justifique ese diagnóstico. Hemos construido un vínculo con Brasil de un nivel de confianza y acercamiento estratégico sin antecedentes históricos. Contribuimos activamente al fortalecimiento del Mercosur. El ex presidente Néstor Kirchner desarrolla, en su condición de secretario general de Unasur, una exitosa gestión pacificadora en el conflicto entre Venezuela y Colombia. Y desde la región nos proyectamos al mundo avanzando hacia acuerdos de enorme trascendencia como los que avanzan con la Unión Europea. Por supuesto que nuestro país y sus principales socios no tienen la misma visión de lo que significa la “apertura al mundo” que los gurúes económicos que predican y añoran las relaciones carnales y el alineamiento automático con los Estados Unidos.
Nuestro país estuvo gravemente aislado hace pocos años. Fue cuando el modelo de apertura neoliberal estalló en pedazos. Fue en el tiempo del default, de la ruptura generalizada de los contratos y el incendio social. Ahora no estamos aislados. Avanzamos junto con los países hermanos de la región, con una perspectiva de inserción inteligente y soberana en el mundo. El Mercosur es la herramienta más desarrollada en esa dirección.
* Subsecretario de Integración Económica Americana y Mercosur.
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