EL PAíS › OPINION
› Por Washington Uranga
Cuando la política es apenas la búsqueda del poder circunstancial no hay alianzas que perduren. Tampoco son duraderos los acuerdos cuando los mismos se celebran entre dirigentes que hacen política sólo al son de sus propias oscilaciones y cambios de humor. Y no existen proyectos políticos valederos que se puedan construir a la sombra de los intereses económicos de los grupos de poder, sencillamente porque el poder económico no sabe de lealtades, sino que se mueve pura y exclusivamente con la finalidad de maximizar ganancias. Muy probablemente en este párrafo estén al menos algunas de las razones de lo que está ocurriendo en el escenario político actual. Los que ayer –y sobre todo después de las elecciones de junio del año anterior y de la asunción del nuevo Congreso– aparecían como firmes aliados, hoy tratan de mantenerse a flote en el mar de las contradicciones. El Acuerdo Cívico y Social está jaqueado en sus bases, entre otras razones porque la diputada Elisa Carrió pregona coincidencias, pero es incapaz de traducirlas en acciones políticas. No debería extrañar a la luz de su trayectoria.
La historia política –aquí y en el mundo– demuestra que las alianzas políticas son efímeras cuando el único propósito es estar en contra. Vaya si lo sabremos los argentinos después de la experiencia de la Alianza, construida sobre bases nada sustentables y con el único fin de oponerse a Carlos Menem. Un buen propósito coyuntural sin proyecto político de fondo, que terminó en fracaso y en un enorme costo para el pueblo.
Por distintas razones, los hechos políticos están dejando en evidencia una vez más –quizá con mayor rapidez de lo imaginado hace poco tiempo– que la política necesita de acuerdos programáticos, de ideas y proyectos de mediano y largo plazo y no sólo de alianzas o matrimonios por conveniencia.
La “Mesa de Enlace” ya no enlaza tanto. Porque es evidente que Hugo Biolcati –con desmesuras que rozan con el golpismo– está muy lejos de representar a la complejidad del “campo”. Las ambiciones personales lo cegaron a Eduardo Buzzi y pensó que podría llegar lejos de la mano de quienes históricamente han sido los patrones de los pequeños y medianos chacareros reunidos en la Federación Agraria. Calculó mal. Ahora no sabe cómo volver y sus cómplices de andanzas lo llevan a la rastra y no le quieren soltar el lazo. Temen que, si le aflojan la cincha, Buzzi se desboque y lo que antes era una mesa se transforme en leña para el fuego.
La jerarquía de la Iglesia, que también se mueve como actor político, quiso reforzar su condición de interlocutor con poder generando una mesa de diálogo que expresara coincidencias entre diversos y que fortaleciera sus propios reclamos. El intento falló porque los obispos erraron en el diagnóstico: no dimensionaron la profundidad de las contradicciones que atraviesan a la sociedad argentina hoy y sobreestimaron sus propias fuerzas, desconociendo que la institución eclesiástica ya no tiene el poder corporativo de otrora. Sólo los sectores más retrógrados se aglutinaron junto a los jerarcas católicos en el intento de rechazar la iniciativa del matrimonio igualitario, y aun así no les alcanzó para imponer su mirada. Habrá que esperar nuevos movimientos de los obispos que intentarán cerrar filas junto a quienes ellos estimen que pueden ser alternativa política al actual gobierno.
Los candidatos del “pro-peronismo federal” sólo se reúnen respondiendo a la voz de orden del mandamás del Grupo Clarín, Héctor Magnetto. Fue un llamado de atención: “los necesitamos juntos porque de lo contrario no nos son útiles”, puede haber dicho, palabras más o menos, el jefe Magnetto sentado a la cabecera de su propia mesa. Y el que no responda se queda afuera. Mientras acomoda el frente de sus representantes políticos, el CEO del holding Clarín también pone orden interno. Juntó a sus directivos y periodistas estrella para darles instrucciones sobre todos los temas, pedir que se preparen para las “guerras” que se avecinan y fijar orientaciones editoriales para el “periodismo independiente”, incluyendo un documento de trabajo sobre “la agresión gubernamental a los medios” (ver Diario sobre diarios, del 11 de agosto de 2010).
Cuando desde el Gobierno o desde el Frente para la Victoria se defienden a ultranza ciertas alianzas con determinados intendentes o dirigentes de dudosos pergaminos, o cuando se intenta disfrazar como militancia prácticas que son claramente clientelares, se incurre exactamente en el mismo error. La oposición suele rasgarse las vestiduras frente a estos hechos, señalando las incoherencias y contradicciones del Gobierno como si ellos mismos pudieran convertirse en acusadores sin pasado y hablar ahora desde el altar inmaculado de la transparencia. La ventaja del Gobierno es, sin lugar a dudas, que tiene un proyecto, un modelo que queda en evidencia a través de sus acciones. Está expuesto. Para recibir críticas y para concitar adhesiones. Se echan de menos por momentos algunos de los criterios de pluralidad, participación y transparencia que le dieron sentido y permitieron consolidar un proyecto que se estrecha por el solo hecho de designarlo como “kirchnerista”. Por eso, el oficialismo tampoco está exento del riesgo que significa apostar, a cualquier precio, por alianzas destinadas sólo a mantener el caudal electoral o a mejorar las encuestas. Son efímeras si no sirven para consolidar un proyecto político que profundice los cambios estructurales.
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