EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
“Ninguna escena, ningún daño.
Simplemente fue un adiós
inteligente de los dos.”
Enrique Cadícamo, “Por la vuelta”
“Nosotros, que nos queremos tanto
debemos separarnos
no me preguntes más”.
Pedro Junco, “Nosotros”.
La separación entre Elisa Carrió y el (cada vez más virtual) Acuerdo Cívico y Social (ACyS) no se corresponde con los versos del tangazo y del bolerazo citados. Es lógico, las separaciones (personales o políticas) suelen tener su maceración, su acumulación de lesiones o dolores, sus razones y sus rencores ulteriores. Como tantas otras, de la esfera privada o pública, ésta se veía venir.
La líder de la Coalición Cívica es protagónica, excluyente, una aliada difícil de contener y de tolerar. También una adversaria de lengua filosa y recursos mediáticos superiores a la media, incluyendo a casi todos sus flamantes ex correligionarios de ruta.
El ACyS fue una astucia electoral que yuxtapuso distintas opciones antikirchneristas y dio por sumados sus votos. La afectio societatis tendía a extinguirse tras el escrutinio y así vino siendo. La victoria, paradoja solo aparente, catalizó la separación, incentivando la competencia interna. La percepción de la irrevocable derrota del kirchnerismo en 2011 (hoy día sujeta a revisión) aceleró aún más la centrifugación.
“Lilita” siempre se arrogó el rol de la opositora más extrema y de la conductora del magma resultante. Sus proyectos parlamentarios fueron (y serán) los más intransigentes, su distancia con el kirchnerismo, insuperable. Su sitial en los antípodas explica desde su propuesta de talar las retenciones hasta sus reproches a Ricardo Alfonsín o a Hermes Binner por dialogar o tener trato con la Presidenta.
La convivencia era difícil, en realidad ninguno de los socios tenía mucho afán de prorrogarla. Un solo lazo los unía, era el recelo de romper el mítico espacio apodado “la oposición” o en términos más sanguíneos “el Grupo A”.
Tras unas semanas de desencuentros más flagrantes que lo habitual, Carrió dio ese paso mediante una carta dirigida sólo a (algunos) dirigentes radicales: el presidente del partido, Ernesto Sanz, y un puñado de correligionarios a los que prodiga un trato diferencial. Los demás integrantes del ACyS, por caso el Partido Nuevo de Luis Juez o el socialismo, quedaron afuera hasta del aviso. Un modo de subestimarlos, que habrá fastidiado más al senador Rubén Giustiniani (quien fuera compañero de fórmula presidencial) que al gobernador Hermes Binner, quien desde hace mucho ha perdido toda ilusión con Carrió.
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Te vas porque yo quiero que te vayas: El diputado radical Ricardo Gil Lavedra respondió de modo conciliador, dijo esperar que la separación fuera sólo “una pausa”. La gran masa de la dirigencia boina blanca espera ansiosamente lo contrario. No imaginaban para ella un lugar en la fórmula presidencial y maliciaban que, en tal caso, la perderían en algún recodo del camino.
Los radicales calculan que la potencial fuga electoral será escasa. Su partido es el más grande del ACyS, el que tiene más legisladores y más mandatarios, el único expandido (sí que de modo irregular) en todas las provincias. Una herencia del presidente Raúl Alfonsín, la Constitución del ’94, juega a su favor. El enmarañado sistema de doble vuelta induce al votante pragmático a conductas bipartidistas, pues polariza en primera vuelta. Terceras fuerzas pierden perspectivas de captar el voto expresivo ante la amenaza de que el primero llegue al 40 por ciento y supere por diez puntos al segundo.
Si las terceras fuerzas se damnifican, para qué hablar de las sucesivas. A mucha distancia y admitiendo que toda profecía es transitoria y prematura con el cuadro de hoy, la Coalición Cívica estaría peleando el cuarto puesto con Proyecto Sur, detrás del Frente para la Victoria, el panradicalismo y el Peronismo Federal.
La primera línea del radicalismo supone que los votantes antikirchneristas se volcarán a las opciones más taquilleras para “no perder el voto”, lo que restaría potencial a Carrió.
Esta privilegia conservar su perfil irredento y, seguramente, concentrar esfuerzos en la Ciudad Autónoma. Los guarismos de las elecciones ulteriores a 2007, aunque maquillados por la presencia del ACyS, mutaron a la Coalición Cívica: de fuerza nacional (fortalecida por el desencanto radical) derivó a ser un partido con implantación firme sólo en la zona metropolitana. Revertir ese cuadro no es imposible, nada lo es en política, pero el escenario imaginado por los radicales le suena más factible al cronista.
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Todo es igual, nada es mejor: Carrió despotricó contra el “fracaso estrepitoso de la Alianza”, el peronismo, el radicalismo (al que reconoció excepciones internas) y otros partidos. Mauricio Macri caerá en la volteada, en el territorio más propicio para la diputada. Lo emparentará, ya lo viene haciendo, con el kirchnerismo, su bestia negra. La doctrina Cambalache, diría un politólogo tanguero, la doctrina “salta, salta, salta/pequeña langosta” motejaría un cuentista social futbolero. Es una mala noticia para el macrismo, dos fuerzas alternativas (Proyecto Sur y la CC) disputándole el feudo, lo que socava su ambición nacional.
La Ciudad Autónoma es quizás el distrito en el que la secesión de Carrió, de mantenerse, más podría afectar al radicalismo que está muy lejos de sus generosas cosechas de votos de los años 1983 a 1999. El “armado” de la UCR no resuelve ese territorio casquivano y determinante.
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“Lo nuestro terminó, dijiste en un adiós”: Profética y apodíctica, Carrió dividió la historia entre partidos del pasado, cargados de vicios y fracasos, y su fuerza, compuesta por jóvenes irredentos. Más allá de algunas elipsis (la diputada Patricia Bullrich y su estimado correligionario Gerardo Morales fueron polifuncionarios de la Alianza, llegando a ministros en el área social), eso traza una raya muy gruesa, que aleja a contertulios de todo tipo. Por ejemplo, será muy peliagudo que la diputada siga elogiando al senador Carlos Reutemann o al diputado Felipe Solá, quienes (aunque son peronistas con look compatible con la estética de los sectores medios y altos en los que se afinca Carrió) fueron menemistas y duhaldistas convencidos, mientras duraron los respectivos ciclos.
El impacto de la movida en el devenir parlamentario del Grupo A es difícil de predecir, aunque la Coalición Cívica viene marcando distancias de todo jaez, el más reciente en la ley de impuesto al cheque. Dista de ser imposible que, disminuida la CC como opción de poder, haya alguna o algunas deserciones de legisladores al espacio con más chances de batallar en las elecciones.
El imaginario mediático que construyó a “la oposición” como un sujeto único, consistente y dotado de un proyecto político, sufrió un nuevo revés. Habrá que ver cuál es la respuesta del empresariado que exige (sin mayor éxito) unidad en la acción al Grupo A.
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