Mar 24.08.2010

EL PAíS  › NUEVA AUDIENCIA EN EL JUICIO POR LA CAUSA CABALLERO, EN CHACO

“La tortura era un frenesí”

El escritor Miguel Angel Molfino declaró ayer en la causa por violaciones a los derechos humanos cometidas en la Brigada de Resistencia entre 1974 y 1979, donde están imputados policías y militares. “Si hay un infierno, ésa era la entrada”, dijo.

“Escupí el demonio”, le gritaba el represor José María Cardozo a Miguel Angel Molfino mientras era torturado. Durante dos horas, el escritor y periodista recordó ayer sus días en el infierno, en una nueva audiencia del proceso por la llamada causa Caballero, que juzga delitos de lesa humanidad cometidos en la Brigada de Investigaciones de Resistencia, Chaco, entre 1974 y 1979. Los acusados son diez ex policías y dos militares.

Molfino, ex militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), estuvo acompañado por su familia en pleno: en la sala estaba hasta el “más pequeño”, Martín Amarilla Molfino, el nieto recuperado 98º, hijo de los desaparecidos Gustavo Amarilla y Marcela Molfino.

Estrujando un papel que nunca leyó, Molfino comenzó jurando por “los compañeros muertos y desaparecidos”. ¿Conoce a los imputados? “Sí –respondió–, como torturadores.” Antes de comenzar su relato individual, hizo una breve reseña de la tragedia familiar: su madre, asesinada en España en el marco del Plan Cóndor; su hermana y cuñado, Marcela y Gustavo, continúan desaparecidos; sus otros hermanos y cuñados estuvieron presos o se vieron forzados al exilio.

Miguel Angel fue detenido el 23 de mayo de 1979, tomando un café con el arquitecto Eduardo Buticce, en un bar cerca de Congreso. “No entiendo, si estábamos tomando un café con Blancanieves y te metían en cana, hasta Blancanieves iba en cana”, ironizó. Había dejado Resistencia amenazado por la Triple A, que le voló el auto. Así Molfino terminó arrestado en Buenos Aires, en la Comisaría 3ª: le practicaron el “submarino”, hundiéndole la cabeza en un “tacho con mierda y meada”, contó. Luego, en avión de línea, esposado y con dos custodios, lo trasladaron a Resistencia y lo alojaron en la alcaidía policial. Allí pasó a disposición del Area Militar 233, con destino a la Brigada de Investigaciones, sobre calle Juan B. Justo de la capital chaqueña, donde lo esperaban, entre otros, el imputado Gabino Manader, “que era la encarnación del mal”, describió.

“Si hay un infierno, ésa era la entrada”, contó sobre la Brigada. Lo primero que escuchó fue “el grito de alegría animal” del comisario Carlos Thomas –el fallecido mandamás de la Patota–. “La tortura era un frenesí sin preguntar nada”, graficó Miguel Angel. “Ya la organización (ERP) estaba diezmada, no existía”, pero “querían destrozarme. Había una perversión por golpearme. Y no entiendo esa obsesión de picanear en los genitales y en el ano (...). Cardozo me decía escupí el demonio.” Lo obligaban a rezar. Había agudizado el olfato y el oído, hasta que “Manader, de un telefonazo, me rompió un tímpano”.

Masticando cada palabra, recordó la conversación de dos carceleros: “Los subversivos son todos putos”. Acto seguido, “me metieron un palo por el culo”. Tuvo una hemorragia y tras ser revisado por el doctor Vidal González, lo tuvieron que internar en el Hospital Perrando, donde lo atendió el médico Schamber, que preguntó qué había ocurrido: “Son marcas de nacimiento”, contestó Molfino, que no había perdido su ironía. El médico no le quiso dar el alta, pero se lo llevaron a la Brigada. “Ya no podía más. A esa altura, tenía ganas de morirme.” Fue trasladado a la alcaidía policial y después a la U7. “Pido médico y me llevan ante el doctor Schanton, un viejo conocido de la familia. Le cuento lo de la tortura en la Brigada y que meaba sangre. A lo que me contesta: ¿no te estarás haciendo mucho la paja vos?”. Más tarde, médicos de la CIDH constataron las heridas, entre ellos el doctor Castro, otro amigo de la familia Molfino.

De vuelta en la Brigada, lo encerraron en un calabozo: desde allí vio y sufrió a los represores Carlos Silva Longhi, Emilio Zárate –”que pegaba y se escondía como un ratoncito”–, Wenceslado Ceniquel –jefe de policía–, entre otros. Tras las penurias, lo sometieron a un consejo de guerra y su propio abogado, Soria Ojeda, le recomendó que se declarara culpable de al menos tres delitos o el crimen de Víctor Sánchez, para salir libre.

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