EL PAíS › JUAN SEBASTIáN RIAL TENíA SIETE AñOS CUANDO SE LLEVARON A SU MADRE Y RECIéN AYER LO CONTó ANTE LA JUSTICIA
Graciela Moreno estaba con su familia en una casa de Temperley cuando entró una patota y se los llevó a El Vesubio. A los tres chicos se los entregaron a una vecina. Secuestraron a Graciela y su compañero y a otra pareja.
› Por Alejandra Dandan
“Mi mamá estaba en camisón, así se la llevaron, recuerdo que durante varios días pensaba cómo iba a hacer para volver en camisón, adentro de mi cabeza, me la imaginaba yendo a tomar el colectivo.” Juan Sebastián Rial nació en el ’69, tenía siete años en abril de 1977 cuando secuestraron a su madre. Graciela Moreno estaba en una casa de Temperley, la cuarta o quinta a la que había mudado a toda su familia en aquel tiempo. La llevaron al centro de exterminio de El Vesubio. Juan Sebastián nunca había declarado sobre la noche del secuestro. Habló por primera vez ayer en el marco de las audiencias por el juicio oral contra los represores del centro clandestino.
La casa de Temperley tenía un jardín adelante, explicó Juan Sebastián, con un ventanal que daba a un living, pegado al cuarto de sus otros dos hermanos más chicos. Al lado de la habitación había un pasillo de distribución al que daba el cuarto de su madre, la entrada al cuarto de los hermanos, un baño y, en la parte de atrás, había una cocina con el comedor ante otra puerta de entrada, una puerta de chapa. “El hecho ocurrió una noche tarde de abril de 1977, estábamos durmiéndonos, yo estaba en la cama”, contó. “Comenzaron a golpear la puerta trasera, golpeaban la puerta de chapa con la intención de derribarla, del ventanal rompieron todos los vidrios, ingresaron a la casa, a mi mamá la agarraron de los pelos y se la llevaron.”
Su cama estaba pegada a la pared de la pieza de la madre. En la casa, vivían su madre, su pareja Marcelo Soler; también Federico, el hermano del medio y Esteban que era el menor, hijo de la nueva pareja. Con ellos estaba otra pareja, María Teresa y Manolo con Joaquín, un bebé de meses.
“No tengo registro de Marcelo –dijo Juan Sebastián–, no sé de qué forma lo llevaron, a mi mamá sí porque la agarraron y la pasaron al lado de mi cama hacia el fondo, eran no menos de cuatro o cinco personas, pasaron al lado de mi cama, uno me preguntó mi nombre, se lo dije, me dijo que era muy valiente.”
Fue tal el ruido de las patadas en las puertas y de los vidrios, contó, que una vecina de varias casas más adelante llamada Josefa se acercó para ver qué pasaba. Cuando llegó, le dijo a uno de los integrantes del grupo de tareas que creía que era Marcelo que se había olvidado las llaves. La mujer acordó llevarse a los niños con uno de los integrantes de la patota, explicó Juan Sebastián. “Yo me asomé a la habitación de mi mamá, vi que estaba todo revuelto, como si hubiesen vaciado el placard, agarré a mis hermanos y me los llevé a la casa de esta vecina.”
Una de las personas que estaba en la casa preguntó a otra si llevaban algo de ropa. No, le respondió “porque no la iba a necesitar”. Pasaron la noche en la casa de la vecina, al otro día fue a buscarlos la abuela materna. Desde allí, su hermano Federico y él fueron recogidos por su padre, Esteban se quedó porque era hijo de Marcelo. “Y a partir de ese momento –dijo Juan Sebastián–, fue empezar de nuevo, era otra cosa, otra familia, otra escuela, fue como nacer de nuevo. A mi hermano Esteban lo habré visto dos o tres veces como mucho; mi viejo, por miedo, terror o lo que sea no propiciaba el contacto con la familia de mi mamá, mis abuelos maternos nos esperaban alguna vez a la salida del colegio y eran no sé, diez minutos y no más que eso.”
Esteban estaba sentado metros más atrás en esa misma sala de audiencias. El mismo ya había estado sentado en esa misma silla destinada a los testigos a fines de mayo. Adelante, como sucede cada día, estaban sentados los represores destinados a El Vesubio, los tres militares a cargo del centro clandestino y los hombres del Servicio Penitenciario destinados a las guardias.
Alrededor de los 20 años, Juan Sebastián decidió buscar a su hermano. Le pidió algunos números a su padre, y habló con una persona que finalmente le dio el contacto. “A partir de ahí me empecé a encontrar con cosas que no sabía que existían –explicó–, como cartas que mi mamá escribió mientras estuvo detenida, manualidades”, entre las que estaba un muñeco de trapo que Graciela le mandó a Esteban para una Navidad. En aquel momento, Juan Sebastián también hizo una copia del expediente Conadep de su madre.
“Cuando pasó esto no me extrañó ni me llamó la atención”, dijo. “Estaba esa sensación de que estábamos perseguidos, nos mudábamos mucho, creo que en la casa de Temperley fue en la que más tiempo estuvimos, había reuniones, muy pocas que se hacían en mi casa, me acuerdo que debajo de mi almohada en alguna de esas reuniones había un arma. Yo internamente al menos sabía que algo iba a pasar, y tenía 7 años.”
En las cartas que llegó a escribirles Graciela a sus hijos les contaba anécdotas de cuando estaban juntos, les explicaba qué era lo que a cada uno más les gustaba. Al padre de Juan Sebastián en cambio le decía otra cosa. “Que esa gente sabía que ella no tenía nada que ver y que estaba esperando que la soltaran en cualquier momento. Cosa que no sucedió.”
Graciela Moreno sigue desaparecida.
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