Golpes y reacciones, lo que va del ayer a hoy. Unasur, breve historia con muchas presencias. Los presidentes, a coro. Ecuador, tan distinto y con tantas semejanzas. La información en debate, apuntes sobre Telesur, la SIP, el Twitter. Los grandes medios, su coherencia regional. Y algo más.
› Por Mario Wainfeld
Hace pocos años, cuando triunfaba un golpe de Estado contra un mandatario surgido de las urnas en este Sur los demás gobiernos, con algún amago o variante, dejaban pasar un tiempo prudencial. Sopesaban la viabilidad de los usurpadores y, en tal caso, los reconocían. En general, los Estados Unidos reconocían primero, a menudo eran mentores o socios mayoritarios de los golpistas. En el siglo XXI, los reflejos y las conductas son otros.
Los presidentes reaccionan con presteza y nitidez, condenando de volea la ruptura del orden constitucional. Se convocan y se reúnen a velocidad asombrosa, que comprueba la importancia que asigna su agenda a la paz y la estabilidad institucional. Ocurrió en esta semana: todos volaron hacia Buenos Aires salvo Lula da Silva (por las inminentes elecciones) y el paraguayo Fernando Lugo (enfermo) para probar su solidaridad activa con la democracia ecuatoriana.
Aterrizaron ya de noche, todos se pararon frente al micrófono en el Aeroparque. Más allá del color local, el discurso fue unívoco, contundente, como lo serían el pronunciamiento conocido de madrugada y el traslado de los cancilleres a Quito. No hubo fisuras derivadas de diferencias ideológicas: Colombia, Chile y Perú afinaron con el resto. El presidente Alan García sorprendió al cronista apostrofando (como lo haría también, más previsiblemente, el bolivariano Hugo Chávez) a los “gorilas” sediciosos.
Mucho queda por construir en la institucionalidad regional, incluida la propia Unasur. Pero el activismo presidencial, expresado con el propio cuerpo en reuniones cara a cara, hace lo suyo.
A veces es central para suturar situaciones difíciles. Los buenos oficios de Brasil y Argentina, bajo los mandatos de Lula y Néstor Kirchner, primaron para llegar a las elecciones que llevaron a Evo Morales a la presidencia de Bolivia. Kirchner y Lula convencieron al presidente Chávez para que se expusiera al referéndum revocatorio que ganó, distendiendo una crisis que parecía escalar sin límite. El ataque armado de Colombia a Ecuador y el golpe de la “rosca” oligárquica contra Evo habilitaron otras acciones fructíferas y sistémicas.
En Honduras no bastó la respuesta conjunta, en la que Lula se jugó a fondo asilando al presidente Manuel Zelaya en la embajada de su país en Managua. En Ecuador, el cónclave de Unasur fue simultáneo a la liberación y reasunción plena del presidente Rafael Correa. Los repudios se habían difundido no bien se conoció el levantamiento.
El vecindario es vigil y presente, un actor protagónico. Los últimos dos ejemplos (uno aciago, otro saludable) comprueban que la refrescante novedad tiene su gravitación pero también reconoce límites, fronteras que siguen existiendo. “Es ostensible la primacía de lo nacional”, explica bien Carlos “Chacho” Alvarez en un artículo reciente, publicado en la revista-libro Desafíos.
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Límites: La Patria grande, la Nación sudamericana fueron anhelo de próceres, bandera de movimientos, propuesta de estadistas o militantes. La división política, en muchos casos inducida por grupos dominantes locales o por el imperialismo foráneo, cimenta.
Las fronteras son, en principio, artificiales, el discurrir histórico constituye identidades. El mapa federal argentino es un ejemplo sencillo, hay muchísimas provincias demarcadas parcialmente por líneas rectas: Chubut, La Pampa, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba entre tantas. Las trazas son artificios humanos, no demarcan separaciones geográficas. La continuidad constituye las tradiciones locales, su diferente devenir. Algo similar pasa en el terreno internacional. La narrativa emancipatoria fulmina la fundación de Panamá como un artilugio de los yanquis o al Uruguay como un estado tapón entre los grandes vecinos, “un algodón entre dos cristales”. Uruguay y Panamá son tan estado nación como cualquier otro, a esta altura, desde hace mucho.
Ecuador es parte de la Gran Colombia fragmentada, le sobran factores comunes con sus vecinos-hermanos. Pero es, ante todo, un Estado con trayectoria particular. Su presidente, como varios contemporáneos, es un crítico de las políticas noventistas, tanto como del sistema político decadente que vino a convulsionar. Correa, Morales y Chávez (la tríada más radical de la etapa) construyen su liderazgo apelando a la movilización social y a la permanente reválida a través del voto.
Correa tiene a su cargo un país sin moneda: la dolarización plena limita la política monetaria aún más que nuestra nefasta convertibilidad. Habla cuatro idiomas, estudió en Europa y Estados Unidos. Tuvo militancia católica de base. Es un orador formidable, en registro de estadista, de líder de masas o académico.
El país, el presidente, son únicos en varios sentidos. Pero, en esencia, comparten mucho con sus contemporáneos, empezando por los objetivos más vastos y por quienes son sus principales adversarios democráticos y enemigos destituyentes.
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Un brazo armado: Correa marca su impronta, encara a los policías golpistas, los enfrenta, es agredido. Lo lastiman, lo afrentan, lo detienen. El hombre jamás ceja ni deja de comunicar, al mundo, a sus aliados en la región, al mundo.
Con una tendencial disminución (de alcance muy variado, según las realidades domésticas) del poderío de las Fuerzas Armadas el protagonismo policial es una señal de alerta. Concuerdan en resaltar su significación el colega Martín Granovsky en este diario, el juez Eugenio Raúl Zaffaroni en declaraciones a Radio Nacional, la politóloga María Esperanza Casullo en el blog La Barbarie. Contingentes con armas, diseminados en todo el territorio nacional, de baja formación cultural y democrática, pueden ser caldo de cultivo y brazo ejecutor de sectores más lúcidos, con ideología precisa y objetivos desestabilizadores.
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La tele y el Twitter: El día fragoroso fue notablemente cubierto por el canal Telesur. Como destacó el periodista Emanuel Respighi en una columna publicada ayer en este diario, era la única opción seria. Sus imágenes, indubitables, probaban la existencia del golpe. Otros medios divulgaban versiones sesgadas, se inclinaban a describir algo así como un reclamo sindical un poquito exagerado. La CNN daba voz al ex presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez quien, tras una forzada y lábil reverencia a la continuidad democrática, defenestraba a Correa, mientras pedía concesiones absolutas a los insurrectos y elecciones presidenciales inmediatas. Analistas internacionales corroboraban ese relato golpista. Dicen que la cadena Fox es más de derecha que la CNN. Ha de ser difícil esa tarea, imagina el cronista que no tiene a Fox en su menú.
En Argentina, muchos bloggers nacionales y populares exaltan el peso y la eficacia de la comunicación vía Twitter durante ese día, al punto de imaginar el final más o menos cercano de los medios informativos tradicionales. Sin adentrarse en una discusión futurista, el cronista cree que, a la fecha, es abrumadora la mayoría ciudadana que sólo se informa vía radio y televisión. La defección de muchos de esos medios, la imposibilidad de muchos usuarios de cable a acceder a Telesur resta comunicación, data, acceso al conocimiento a multitudes. Otro argumento, salido del horno de la coyuntura, a favor de la ley de medios antitrust.
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SIP lo sabe, cante: Correa nunca estuvo incomunicado pero sí detenido, fue agredido físicamente y herido. Hubo edificios públicos tomados, varios muertos y una suerte de parcial acefalía fáctica. Se declaró el símil ecuatoriano de nuestro estado de sitio, una movida de manual. Se puso en cadena a los medios audiovisuales, otra acción lógica. Ni las versiones opositoras denuncian ataques o limitaciones a la libertad de nadie que no fuera un sedicioso. La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) puso el grito en el cielo por la cadena nacional. Parece un título de la revista Barcelona o un delirio de Capusotto, pero nada tiene de ficción.
La SIP muestra, impúdica, la hilacha. Los grandes medios son vanguardia de la oposición en Ecuador, también en países cercanos y hermanos.
Lula es exaltado por el periodismo canónico en la Argentina, a través de un relato falaz y desangelado. El estadista los refutó en el cierre de campaña: apostrofó a los grandes medios, les pidió que sinceraran su alineamiento con sus adversarios. Tiene un container lleno de motivos para señalarlos: lo trataron de ignorante, de ebrio, de corrupto. Inventaron, años ha, la imagen de una valija llena de plata: era un montaje que disfrazaron de información. Lula no polemiza a diario como sí lo hace la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En cada comarca hay modos, estilos, tácticas sobre un trasfondo muy similar.
Evo Morales es otro de los más denostados. Los dos líderes de extracción humilde acicatean los tics clasistas y hasta racistas.
Los medios ecuatorianos son también puntales de un arco político opositor diezmado y desacreditado tras años de hegemonía y tremenda inestabilidad.
Los que braman contra la cadena durante una emergencia feroz deberían observar, sin prejuicios, cómo actúan los medios en países centrales cuando hay interés nacional en juego. En Estados Unidos hubo guerras enteras en las que sustrajo información sobre las bajas, escenas de las batallas, muertos o heridos. En la transmisión de los atentados a las Torres Gemelas se evitó mostrar víctimas, sangre, despojos.
El País de España (un diario de izquierdas) difundió sin filtro e hizo propia la versión del presidente de derechas José María Aznar sobre el atentado de Atocha. Fue la ETA, tituló sin ambages ni establecer distancia con la fuente.
Tal vez lo de las Torres Gemelas sea razonable o admisible, no así las demás sustracciones. En todo caso, a la hora de la hora, los medios privados se encolumnan tras los gobiernos, poniendo entre paréntesis el mito del periodismo independiente.
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Premisas: La defensa de la democracia regional es pura racionalidad instrumental, que compensa parcialmente las dificultades de una integración compleja y en germen, obstruida en el pasado, ardua en el presente.
Los gobiernos nacionales, populares, progresistas, radicalizados o reformistas dan el tono de la época. La caída de la Concertación en Chile, la posibilidad de alternancia en otros lares, la fragilidad del Paraguay son puntos débiles. De cualquier forma, la nave va. Con propósitos parecidos, con poderes fácticos enardecidos contra las reformas, en muchos casos bastante moderadas.
Es una época novedosa, estimulante, plena de innovaciones y emociones. Conmovió ver a Correa exponiéndose, jugándose como no lo hiciera, por caso, Mel Zelaya.
Desde tribunas adversarias se levanta el dedito admonitor. Emilio Cárdenas, un prócer de la derecha autóctona, explica por radio que liderazgos tan centralizados fuerzan: las reivindicaciones deben sustanciarse con el presidente, sin mediaciones. Eso hicieron los policías, agrega. La “crispación”, cuando no, es la coartada de los golpistas.
Otros intérpretes locales adhieren: está mal dar golpes de Estado (se apuran a admitir), pero es una consecuencia insalvable de la división social generada por los regímenes populares. Una lectura trastrocada y mendaz que supone que la división se parió en esta coyuntura. No hay tal: tiene raíces lejanas. Ocurre que ha cambiado el paradigma de los gobiernos, se ha atenuado el predominio de las clases y corporaciones dominantes. La paz añorada en el fecundo Sur era la de décadas o siglos anteriores, con disciplinamiento social, exclusiones masivas y una agenda marcada por los poderosos de siempre.
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Subjetividades: El cronista no cree en un periodismo aséptico, desprendido de valoraciones, creencias, valores e ideología. La honestidad profesional consiste en exponerlos, antes que solaparlos, sin renegar de la información corroborable. Cada cual piensa, y por ende edita, como le parece.
El cronista, entonces, puede decir que le hubiera gustado estar en la plaza cuando Correa salió al balcón de la casa de gobierno para saludar a su pueblo. Cubrir el acto, conocer los rostros, cánticos y consignas de los manifestantes. O, aunque más no fuera, estar ahí aplaudiendo.
También estaría contento de poder votar a Dilma Rousseff en Brasil, uno entre la millonada. Sería una bonita manera de saludar a Lula da Silva al final de su segundo mandato. Estadista impar de la época, merece largamente ese homenaje virtual o el saludo admirativo que le dedica esta columna.
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