EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
El Senado aprobó la ley de glaciares, en su versión más protectoria, acordada entre el diputado opositor Miguel Bonasso y el senador oficialista Daniel Filmus. La votación, para variar, fue muy ajustada y estuvo en suspenso hasta último momento.
El gran derrotado por la decisión, que la presidenta Cristina Fernández prometió promulgar, es el gobernador sanjuanino José Luis Gioja. El mandatario desplegó un activismo notable, con poco éxito. Procuró convocar muchos gobernadores a las audiencias públicas. Fueron sólo tres, aparte de él. Una, la fueguina Fabiana Ríos, se distanció de la postura del sanjuanino. Los otros dos provenían de provincias sin glaciares, lo que erosionó su legitimidad.
Las empresas mineras también mordieron el polvo, como es obvio. Aunque se expusieron menos, también perdieron empresas petroleras que hicieron mucho lobby entre los senadores pero que le hurtaron el cuerpo a las audiencias públicas.
El conflicto entre una defensa severa del medio ambiente y la lógica productivista de las provincias mineras fue el eje que, ejem, dividió aguas. Es una polémica interesante, menos lineal que lo que se suele plantear, desde una u otra trinchera. Se perfilan intereses diferentes.
Los bloques más importantes se partieron, al compás de esas razones. El peronismo federal tuvo dos facciones casi idénticas en número. El radicalismo apoyó el proyecto ganador y tuvo pocos disidentes. El Frente para la Victoria arrimó la parte del león del apoyo a la minoría aunque, llamativamente, sus votos por la propuesta mayoritaria fueron decisivos.
Filmus venía jugado desde el vamos pero, en algún momento, se pensó que era una patrulla perdida dentro del FpV. El titular del bloque, Miguel Pichetto, anunció días atrás que habría libertad de conciencia, unos cuantos desconfiaron. Sin embargo, él mismo y los senadores oficialistas José Pampuro y la chaqueña Elena Corregido adhirieron al proyecto Bonasso-Filmus. También lo hizo la santafesina Roxana Latorre, peronista itinerante. Sin su concurso, hubiera triunfado la otra moción.
Pichetto y Pampuro no destacan, precisamente, por su rebeldía ante la Casa Rosada. Otra referencia de interés es que el bonaerense, Corregido y Latorre habían viajado con la presidenta a Nueva York, un signo de proximidad. Desembarcaron y fueron al Congreso.
No es sencillo explicar la división del FpV. La hipótesis conspirativa de un giro presidencial es refutada por las decididas posturas de otros senadores muy fieles, como Marcelo Fuentes o Eric Calcagno que votaron con la minoría. La extrema paridad no habilitaba sutilezas como para hacer votar a algunos en un sentido y otros al revés, solo para distraer.
Así que la hipótesis de la libertad de acción parece confirmada por los hechos. Quizá Pichetto se cobró una cuenta pendiente por la decidida acción proselitista contra la ley del matrimonio igualitario del gobernador de San Juan y su hermano, el senador César Gioja. Se permitió ahí la decisión a conciencia pero Gioja, mascullan referentes del FpV, se excedió buscando cambiar pareceres de senadores que se habían comprometido a favorecer la aprobación, querida por la Casa Rosada.
Es imaginable que el revés para los Gioja pueda traer cola en el juego parlamentario. Y que, como es moda, las provincias mineras judicialicen la cuestión. Otro acicate a la “cautelar fácil”, tan en boga en estos tiempos.
Allende esos avatares, lo cierto es que se aprobó la ley considerada más progresista, merced a una mayoría transversal, de la que el kirchnerismo formó parte. Una confirmación de que esa vía, de difícil acceso cotidiano, es virtuosa. También una señal acerca del cuadro institucional vigente, menos maniqueo y pétreo que lo que se suele pintar.
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