› Por Washington Uranga
Es difícil describir la multiplicidad de sentidos atravesados en el hecho popular generado a partir de la muerte de Néstor Kirchner. La clave de lectura debería ser agradecimiento y reconocimiento a Néstor y solidaridad, fuerza, respaldo para Cristina. Y esto quedó en evidencia. Nadie lo programó. Se quedaron sin argumento los “denunciadores” de los aparatos y las maquinarias. Todo surgió con espontaneidad en los aplausos, en los gestos, en los llantos, en las plegarias, en las ofrendas amontonadas sin orden, sincréticamente, y golpeó los ojos con contundencia. Ni los habituales cirujanos de imágenes que construyen estéticas políticas a su antojo podrán manipular el colorido del torrente popular que se volcó a las calles.
Pero más allá de lo anterior, la multitud decidió acompañarse, amucharse, unirse en el dolor y en la esperanza. Sin dicotomías también en este caso. El pueblo, ese mismo al que algunos analistas prefieren llamar “gente” para no contaminar su lenguaje, necesitaba juntarse en el dolor para decir y para decirse, para sentir la cercanía y para expresar colectivamente su solidaridad. Dolor y esperanza, pero también compromiso. En la mayoría de las expresiones –nos referimos a las francas, no organizadas, tan sinceras como espontáneas– hubo también una cuota parte de decir “aquí estamos”, este “es el proyecto de todos”. “Vamos a bancar”, se escuchó reiteradamente.
Y en ese marco, de manera no imaginable apenas unos años atrás, reapareció la política como un brote saludable en medio de la liturgia popular que entremezcló sincréticamente ofrendas florales con carteles, banderas, plegarias, bendiciones y deseos.
De manera más que promisoria, esta recuperación de la política se hizo con participación mayoritaria de los jóvenes. Habría que tomar debida nota de la cantidad de jóvenes que, después de anunciar su no alineamiento partidario u organizacional, reconocieron ante los micrófonos que esta despedida a Kirchner es “mi primera experiencia política”. Habrá también que regar y cuidar el brote.
La transversalidad en este caso tomó su propio tinte. Las corbatas se mezclaron con las remeras, los zapatos con las zapatillas y la ropa de trabajo con algunos trajes de marca. Las barreras generacionales y las diferencias sociales encontraron al menos una pausa en el aplauso colectivo, sin importar dónde se inició o quién lo provocó. El sentido era el mismo y lo importante fue sumar.
No hubo problemas de seguridad. Los caranchos de las noticias violentas tuvieron que contentarse con ocupar sus pantallas con la movilización, con el sentimiento y el protagonismo popular.
A pesar de la evidencia de todo lo anterior, hubo quienes –más desde los medios de comunicación que desde la propia comunidad política– continuaron en la tarea de agregar capítulos al “pliego de condiciones” que pretenden imponerle a la presidenta Cristina Fernández, a quien suponen desvalida y necesitada de apoyos. Además de chantajistas, son ciegos. La manifestación popular habla por sí sola. Cristina Fernández ha demostrado que tiene capacidades propias y suficientes. Pero, además de rodearla de afecto, la manifestación popular la colmó de respaldo, de solidaridad y de compromiso, dejando sin espacio a los chantajes y sin sentido los pliegos de condiciones.
Otros, queriendo ser “políticamente correctos”, no pudieron sin embargo disfrazar su hipocresía. Aquello que en vida fue calificado de vicio, incapacidad o soberbia, no puede ser considerado como virtud en la muerte. Y tampoco sirve vaciar de sentido a las palabras. Por ejemplo: reconociendo “la fortaleza”, la “pasión” y el “compromiso” de Néstor Kirchner con sus ideas y olvidarse del contenido, del sentido de sus propuestas y de sus acciones. Rescatan ahora la forma que siempre criticaron y excluyen el valor político, la verdadera riqueza del cambio impulsado.
Nadie puede hacerse el distraído. El sentimiento popular ante la muerte de Kirchner es un hecho político de enorme magnitud. No leerlo así sería, además de un error, una estafa más.
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