EL PAíS › OPINION
› Por Carlos Pisoni, Walter Meza Niella,
Eduardo Toniolli, Agustín Di Toffino
y siguen las firmas
Somos hijos e hijas de detenidos desaparecidos y asesinados durante la última dictadura militar. Crecimos con el dolor y la angustia de no tener a nuestra madre o nuestro padre entre nosotros. Sufrimos la pérdida desde niños. Algunos de nosotros fuimos criados y crecimos con el ejemplo de nuestras abuelas, muchas de ellas integrantes de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Masticamos la impunidad que gobernó la Argentina con los distintos gobiernos democráticos. Pero nunca nos rendimos. Siempre resistimos, siempre seguimos luchando.
A partir de la asunción de Néstor Kirchner, nuestra historia individual y la historia colectiva de nuestra Patria comenzaron a cambiar. Vimos cómo aquello que considerábamos imposible empezaba a ser real. Festejamos la anulación de las leyes de impunidad. Participamos de la reapertura de los ex centros clandestinos de detención y su transformación en Espacios de la Memoria para nuestro pueblo. Somos parte de los juicios que se desarrollan en todo el país contra los genocidas que participaron del terrorismo de Estado. Levantamos la copa cada vez que encontramos a otro de nuestros hermanos apropiados o nacidos en cautiverio. Gritamos Presente, bien fuerte, en cada homenaje que se hace en conmemoración de todos y cada uno de los 30.000 mil detenidos desaparecidos.
Pero –por sobre todas las cosas– participamos y estamos orgullosos de este proceso de transformación del Estado que desde aquel 25 de mayo de 2003 tiene como unos de sus objetivos principales la construcción de un país justo, libre, soberano y emancipador, tal como lo soñaron nuestros viejos. Este proceso que entre sus banderas pregona la distribución de la riqueza, la unión sudamericana de naciones, el rol preponderante de los trabajadores como motor del país, el respeto a la vida y la ausencia de represión de las protestas sociales, la pelea contra los monopolios y oligopolios. En definitiva, la recuperación de la dignidad y la esperanza de los argentinos y la felicidad de su pueblo.
Por eso, este 27 de octubre sentimos cómo nuestra historia se volvió a repetir. Sentimos la pérdida nuevamente. Una pérdida que, nuevamente, se torna irreparable. “Somos hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo”, dijo al comienzo de su mandato. Nosotros lo sentimos parte viva de esta familia. Se nos va un padre para muchos de los que no lo tuvimos, se nos fue un tío para otros tantos. Pero, por sobre todo, se nos fue uno de los más brillantes dirigentes políticos que tuvo nuestro país en la historia. Y ésa es la pérdida más grande.
Sabemos lo que significa morder el polvo, resucitar, volver a levantarse. Lo sabemos, y es por eso que hoy nuevamente debemos seguir peleando. Por nuestra hermosa Argentina, por nuestros viejos y ahora también por Néstor. Nuestro más sincero pésame a la Sra. Presidenta, a sus hijos y familia, y nuestro apoyo incondicional en estos momentos.
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