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› Por Eduardo Jozami *
Me enteré de la noticia cuando estaba reunido con los coordinadores de nuestro Centro Cultural, en el mismo lugar en que el difunto erigió su obra más importante. Emilio Massera no quedará en la historia por su degradado proyecto político que desafiaba la inteligencia de los argentinos, tampoco por su forzada figura de centurión romano, forjada quizás en la lectura de Jean Larteguy, menos aún por su imagen de varón triunfante dispuesto siempre a exhibir nuevos trofeos. Massera será por siempre el creador del centro clandestino de la ESMA, el lugar emblemático del exterminio y la tortura, en el mismo predio en que hoy nos encuentra la noticia de su muerte.
La ex ESMA no perderá nunca esa connotación siniestra, porque en ese reconocimiento se funda precisamente nuestro trabajo de Memoria. Pero hoy es también un espacio de vida y de cultura. Centenares de jóvenes debatían hace pocos días en homenaje a Walter Benjamin, son muchos los visitantes que recorren muestras que, como la de Gustavo Germano, simbolizan la magnitud de la pérdida. A pocos metros, avanza la refacción del espacio de Abuelas, la Casa de la Identidad. Un poco más allá, el Espacio Cultural Nuestros Hijos desarrolla una variada e intensa actividad. Delegaciones de escolares visitan a diario el Centro de Detención. De a poco, el Espacio para la Memoria va tomando forma.
Para Massera, la ESMA debía servir para encumbrar dentro de la Junta Militar a la Marina, que ya no aceptaba el lugar subordinado que tuvo en anteriores golpes militares. En la competencia de las fuerzas por mostrar más éxitos en la represión ilegal, la Armada podía jactarse, gracias al trabajo tenaz del Tigre Acosta y sus sicarios, de los éxitos logrados. Pero el proyecto masserista exigía algo más que represión. Fundó un diario y un partido político. Hizo un guiño a la socialdemocracia, pero no se atrevió a usar ese nombre e invirtió los términos: democracia social. Planteó sus reparos con la política de Martínez de Hoz para facilitar el diálogo con sindicalistas y dirigentes peronistas. Pero la Marina soportaba mal esos arrestos populistas, lo prueba lo ocurrido con su diario: Convicción debía servir para acercar a algunos peronistas, pero tuvo que poner como director a un hombre de la Revolución Libertadora, el más reconocidamente antiperonista de los periodistas.
Creyó que su estampa varonil abonaría sus proyectos de liderazgo. Pero su figura gardeliana venía acompañada de las marcas de la muerte, como para que pocos se animaran a acercarse. Aunque nos duela reconocerlo tenía algo de argentino, de lo peor del machismo vernáculo. Pero lo que en cualquier compadrito de barrio parece más que nada un resabio costumbrista era, en el poderoso Almirante Cero, expresión consumada de prepotencia y desprecio por la mujer.
Se equivocó en toda la línea. Ignoró que nunca podría superar la subordinación impuesta por el Ejército, sobreestimó su propia influencia en un arma donde seguía siendo fuerte una tradición de antiperonismo aristocrático que se avenía mal con el proyecto masserista. Pero nada de esto hubiera sido definitivo si él, como los demás dirigentes golpistas, no se hubiera equivocado en lo más importante. Aunque sus propios errores –como el de Malvinas– aseguraron el desenlace, lo cierto es que terminó por ser inviable el proyecto concebido para iniciar una nueva era de la política argentina.
Se dice que en otros casos el crimen aparecía cubierto por una mística contrarrevolucionaria que adquiría forma de religión. En el supuesto más que dudoso de que realmente existieran estos austeros gladiadores, no fue uno de ellos Massera, que calculó pragmáticamente cada paso, llegando a liquidar a todo aquel que incomodara sus proyectos políticos, comerciales o amorosos. Que era fundamentalmente un asesino quedó claro cuando queriendo añadir a su figura un matiz de héroe de tragedia, terminó una ceremonia militar vivando a la muerte, remedando al fanático franquista que enfrentara de ese modo a don Miguel de Unamuno.
Quizás esta muerte provoque el examen de conciencia de quienes no fueron inmunes a su seducción, pero la mayoría de los argentinos no sentirá más que una sensación de alivio, la misma que se siente cada vez que un criminal deja la Tierra. Diez días atrás despedimos con dolor a un gran presidente argentino, no sólo porque era uno de los nuestros, sino porque advertíamos cuánto podía aún aportar a la obra inconclusa. La muerte de Emilio Massera, de quien se hizo acreedor como pocos al odio de los argentinos, nos parece tardía, demorada, como la de Videla y algunos otros que ya no significan nada en el país de hoy. Massera es un pasado que la sociedad ha condenado y que no habrá de volver. Así pensamos a diario, trabajando en este lugar que él cubrió de sangre treinta años atrás.
* Director del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
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