EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
De repente la oposición amaneció fragmentada y desorientada. Antes era más fácil porque podían echarle la culpa a Néstor Kirchner, pero ahora no pueden, porque está muerto. Sin embargo, ahora tendrían razón si se la echaran. La inesperada muerte del ex presidente y la sorprendente demostración popular en su despedida en Buenos Aires y en Santa Cruz trastrocaron el escenario. En unos pocos días empujaron todo para atrás, o para delante, depende de cómo se mire. El esfuerzo de tres años de la oposición se fue para atrás y Cristina Kirchner se fue para delante hasta un escenario muy parecido al de su asunción. Las encuestas la muestran casi en el mismo nivel con el que ganó en el 2007. Y las de aceptación de su gobierno, también. No es seguro que esa calificación se mantenga porque es un clima muy parecido al que rodea a un presidente recién asumido. Los tradicionales cien días de gracia. Lo que pase después dependerá del proceso político, de lo que hagan el oficialismo y la oposición.
Este capítulo del destino argentino llegó a ribetes novelescos como nunca cuando la muerte del ex presidente terminó convirtiéndose en un envión sobrehumano a su esposa, quien lo sufrió, en cambio, como el golpe más doloroso de su vida. Casi como en un sacrificio de algún antiguo mito. Y no se trata de metáforas.
Lo que es una historia entre dos personas se va ramificando y expandiendo hasta convertirse en la historia de un país. Alguna razón profunda y misteriosa deberá haber para que los argentinos pongamos tanta emotividad en la historia y la política. La muerte de Kirchner y el impulso a su esposa trastruecan el escenario político con una velocidad que solamente los más sensibles alcanzan a percibir y dar cuenta. Los mínimos y los más lentos siguen como antes y entran en crisis y arrastran a los demás. Eso fue lo que sucedió con la oposición en el debate sobre el Presupuesto 2011. Creyeron que no había cambiado nada, mantuvieron la misma estrategia y se estrellaron contra sus límites y contra un Gobierno que está más fuerte y legitimado que hace apenas unas semanas. La fotografía ya no es la del 28 de junio, sino la de 27 y 28 de octubre, aunque no se exprese en la cantidad de legisladores.
Una gran parte de la oposición mantenía también una lectura errónea del 28 de junio, sin reconocer la heterogeneidad del voto opositor ni que el Gobierno había mantenido la primera minoría, por lo cual no había perdido legitimidad de gestión. El Grupo A se gestó en ese equívoco, también estimulado por los grandes medios, a los que les convenía la instrumentación de esa lectura. El triunfo más importante del Grupo A, más el grupo de Solanas, fue el arrebato de las comisiones parlamentarias, pero allí en lo único que coincidían era en el reparto del botín. En teoría tienen mayoría en Diputados, donde además logran hacerle más daño al oficialismo cuando se suman Proyecto Sur y sus aliados. Pero el entusiasmo con el que trataron de restarle gobernabilidad al oficialismo, con el reparto de las comisiones, apenas sirvió para conquistar un magrísimo veto presidencial, cuando habían sembrado en la sociedad que Cristina Kirchner sólo podría gobernar a puro veto.
En aquel momento, con la oposición amparada en las distorsiones del discurso mediático más los resultados de los comicios, el recurso del veto podía parecer poco elegante. Pero en la situación actual, si la oposición tensara la cuerda hasta un punto extremo y obligara a la Presidenta a un uso reiterado del veto, la sociedad lo vería como un recurso legítimo ante una oposición destructiva que abusa de una situación coyuntural –como fue el 28 de junio–, que ya fue superada por otra –la del 27 y 28 de octubre–.
Si en aquella situación, el Grupo A, más el grupo de Solanas, apenas consiguieron arrancar un solo veto presidencial en todo el año y ni siquiera pudieron discutir la mayoría de los objetivos con los que hicieron campaña, desde la baja de las retenciones hasta los cambios en el Indec, si insisten con la misma estrategia en esta nueva situación, los resultados serán parecidos a los del debate del Presupuesto.
El ánimo más extendido en la sociedad, ni siquiera ya en las capas medias, no es entorpecer el gobierno de Cristina Kirchner. Podría decirse que en ese aspecto, la situación se retrotrajo a los primeros días de su asunción. Pero con la ventaja para ella de que gran parte de la población está más advertida de la manipulación mediática, que fue la herramienta más eficaz de desgaste en aquel momento.
Carrió trató de ocultar el fracaso con denuncias de corrupción por la compra de votos y ausencias. Clarín tituló con esas denuncias. Carrió habló incluso de “la Banelco de Cristina” y agregó que “por las buenas o por las malas, la Presidenta aprenderá a consensuar”. En otro momento esas denuncias habrían ocupado el escenario y se habrían multiplicado con resonancias en todos lados. Ahora nadie las tomó en serio. Solamente dos diputadas, una radical y otra independiente ex PRO dieron la cara y cuando se les pidió detalles se perdieron en un mar de generalidades. Lo real es que el Grupo A, por su cuenta, tiene los votos suficientes como para aprobar su dictamen sin el respaldo de Solanas. Y no pudieron llegar siquiera a la discusión para la aprobación en general del proyecto oficial.
De los 28 diputados que estuvieron ausentes en el debate, 21 eran de la oposición. Seis de ellos del PRO, ocho de la UCR, dos de la CC, dos del peronismo federal más tres peronistas disidentes. Pero además hubo algunos diputados de los bloques opositores que no estaban de acuerdo con la estrategia de su conducción. La idea opositora de imponer un presupuesto propio rompe las reglas entre oficialismo y oposición. Como dijo el jefe del bloque kirchnerista, Agustín Rossi, la oposición pone de manifiesto que no piensa ganar las próximas elecciones al romper esas reglas de juego. No solamente es la primera vez que no se aprueba el presupuesto enviado por el Ejecutivo, sino que es absolutamente inédito que la oposición intente imponerle al Ejecutivo su propio plan de gobierno. Para eso existen la división de poderes y las elecciones. Donde es oposición, como en Santa Fe, el kirchnerismo aprueba el presupuesto que envía el gobernador Hermes Binner, pero en el Congreso nacional, los socialistas santafesinos fueron desleales con esa premisa. Pese a todo, en el radicalismo, el PRO y el socialismo había legisladores que se inclinaban por aprobar en general el proyecto del Ejecutivo y después expresar sus disidencias en las votaciones en particular.
Los dos grupos más coherentes fueron los de Carrió y Solanas, que se disputan el mismo viejo voto del odio antikirchnerista y por lo tanto –en eso coinciden también con el cobismo– no pueden conciliar ni una coma con el oficialismo. El grupo de Solanas lleva tan al extremo esta máxima que presentó una propuesta propia de presupuesto.
Pero la estrategia del oficialismo también fue desconcertante porque negoció primero el quórum con algunos bloques opositores, e incluso llegó a tantear una posible aprobación en general. Hasta allí se evidenció su interés. Después, sabía que lo más probable era que perdiera la votación en general y, si no, seguro perdería las votaciones en particular. La estrategia del Gobierno parecía indicar que estaba apurado por discutir el tema sin postergaciones. Las negociaciones fueron para acordar el quórum, no para evitarlo. Por eso resulta contradictorio que Carrió acuse al mismo tiempo a sus socios del Grupo A de corruptos por haber negociado el quórum y también de corruptos por haber aceptado supuestas cometas para no asistir. Es decir, acusan de haber coimeado tanto para que estén como para que no estén.
El oficialismo mostró interés por que se discuta el tema lo antes posible. Ahora pidió que se vuelva a discutir con urgencia el próximo miércoles. Negoció para conseguir quórum y, si era posible, la aprobación general del proyecto. Pero no negoció nada del contenido. Quiere decir que está dispuesto a perder la votación y que la Presidenta está dispuesta a vetar lo que haya que vetar. Cristina está decidida a gobernar con el nuevo respaldo que siente desde la sociedad y que le muestran las encuestas. La oposición todavía está unos meses atrás y eso le puede costar caro.
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