EL PAíS › OPINIóN
› Por Mara Brawer *
Cada vez que un caso conflictivo gana los titulares de los medios, se nos consulta acerca de qué puede hacer la escuela para que los chicos respeten a sus maestros, a sus padres, y se respeten más entre ellos. Después de responder cuál es el lugar de la escuela, siempre aclaramos que la escuela sola no puede. El contexto social también es una poderosa fuente de formación de los niños y adolescentes. Lo que se vive y se percibe en la familia, los medios, el barrio y el club, ejerce una influencia educativa que no puede ser dejada de lado en ningún análisis.
Sabemos que el contexto social enseña. Por eso, frente a la muerte del ex presidente Néstor Kirchner, aquellos que tenemos responsabilidades en el ámbito de la educación debemos hacernos una pregunta urgente. ¿Qué lecciones pudieron aprender de los acontecimientos sucedidos a partir del fallecimiento de Kirchner esos chicos que tenían 5 o 6 años cuando en la Argentina explotó lo peor de la crisis, y que ahora están en plena adolescencia?
Es probable que la primera reacción de muchos de ellos haya sido un desconcierto del que deben haber surgido muchísimos interrogantes. Nos imaginamos que se deben haber preguntado, ¿qué es esto? ¿Por qué durante tres días decenas de miles de hombres y mujeres, de todas las condiciones sociales, de todos los credos, de todos puntos geográficos, y de todas las edades –pero principalmente jóvenes– rompieron en un llanto desconsolado por Kirchner? ¿Qué es esa multitud que espera durante horas bajo el sol y la lluvia para darle un breve saludo final al ex presidente? ¿Qué significa esa familia abrazada en círculo y bañada en lágrimas en el medio de la Plaza? ¿Cómo puede ser que no sea ni un cantante, ni un deportista, sino un político en el poder, el que es objeto de un agradecimiento tan fervoroso de parte de miles de personas?
Esas preguntas surgen porque esos chicos son los hijos del “que se vayan todos”. Crecieron escuchando que sus padres, los periodistas, y hasta sus propios maestros, decían que la política era algo despreciable. Sin referencias, sin un proyecto, sin una identidad común que los orientara, los niños y adolescentes, y también la propia sociedad, estuvieron un largo rato navegando a la deriva.
El incesante desfile de gente durante el sepelio de Néstor Kirchner viene a demostrar que ahora el panorama social es muy diferente. Ya no se exige que se vayan todos los políticos, sino que se reconoce cuando un mandatario asume una responsabilidad institucional guiado por un proyecto de sociedad más justa. Hay un pueblo agradecido, con la madurez necesaria para juzgar las transformaciones que se han llevado adelante a lo largo de los últimos años. Allí donde hace una década había una bronca que indudablemente estaba justificada pero que no ofrecía soluciones plausibles, hoy hay fervor y esperanza por un proyecto concreto; ahí donde había un callejón sin salida, hoy hay un horizonte social plagado de expectativas positivas.
Así como aquel contexto anómico de 2001 tuvo un innegable efecto en la constitución de la subjetividad de los chicos, este marco social distinto tiene también sus consecuencias. Ese pueblo doliente en la calle expresa la recuperación del respeto por una autoridad que se ha ganado ese respeto en base al esfuerzo y el compromiso, y no al miedo. En esa Plaza colmada se construye un lazo afectivo entre gente que dice: “Acá estamos, acá estamos para defender un proyecto”.
Y ya sea que los chicos formen parte de una familia que esté de acuerdo o no con este proyecto, este cambio del contexto los educa.
Junto con los festejos por el Bicentenario, el sepelio de Kirchner habla de un cambio en el clima social. Ambos fueron las caras visibles, una triste y la otra alegre, de la refundación de una identidad colectiva sostenida por las ideas de Patria y Dignidad. Los dos hechos son también ejemplares para los chicos. Sirven de ejemplo de una comunidad unida por el afecto a un hombre público al que se le reconoce su vocación de servicio hacia los demás. Ejemplo de que cuando uno tiene un proyecto común, cuando uno encuentra un lugar de pertenencia, gracias a la necesidad de construir junto con los demás un futuro mejor, surgen el respeto y el cuidado mutuo.
Directamente, o a través de los medios, cientos de miles de chicos pudieron ser partícipes, por primera vez en su vida, de una escena política en la cual el amor fue protagonista. Un sentimiento visible en las cartas, las fotos, los dibujos y las ofrendas que miles de ciudadanos anónimos dejaron las puertas de la Casa Rosada. Un afecto que también se pudo apreciar en los gestos amorosos de Néstor y Cristina, reproducidos hasta el infinito en los afiches y las pancartas que llevó el pueblo a la Plaza. Un amor que habilitó que otros amores, que hasta hace poco no gozaban del visto bueno de una parte de la sociedad, hoy se encuentren bajo la protección del Estado. La muerte de un hombre joven, con todos los componentes trágicos que esto acarrea, permitió que esos chicos que nacieron bajo el signo de la de-sesperanza fueran testigos de un amor ejemplar que les marcará la vida.
* Subsecretaria de Equidad y Calidad Educativa, Ministerio de Educación.
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