Dom 05.12.2010

EL PAíS  › OPINION > EL ESPEJO ECUATORIANO

Contra la economía autista

› Por Mario Rapoport

La respuesta del pueblo ecuatoriano y el apoyo de la Unasur permitieron que el presidente Rafael Correa y el sistema democrático prevalecieran en Ecuador. Correa recibió esta semana el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires y presentó un libro, Ecuador: de Banana Republic a la NO República (Debate, 2010), cuyas páginas reflejan una profunda comprensión de la historia económica y la economía actual de su país. Su calidad de economista no explica en sí mismo su mensaje: presidentes economistas, o rodeados de gurúes de similar formación, nacionales o extranjeros, han pasado por este continente, y algunos viejos conocidos nuestros, como Domingo Cavallo, asesoraron también a gobiernos ecuatorianos. Pero ninguno ha escrito un libro tan penetrante sobre la tormentosa historia de su patria como Rafael Correa, teniendo como meta delimitar de nuevo la frontera ideológica de una identidad ausente o perdida. Lo cual requiere –como sostiene a lo largo del libro– la recuperación de los recursos naturales y humanos, la aplicación de políticas dirigidas a favorecer al conjunto de la población y no a determinados grupos de poder, la acumulación de capitales provenientes del ahorro nacional, la urgencia de volver a tener una moneda propia.

Acosado, arrasado, casi entregando uno de sus territorios (las islas Galápagos) para pagar la deuda externa, abandonado el signo de su soberanía monetaria por los billetes verdes que hoy son responsables de una de las mayores crisis mundiales del capitalismo, beneficiado por riquezas (el cacao, la banana, el petróleo) que se esfumaron rápidamente en manos de piratas internos y externos, y sin poder aprovechar siquiera tímidos procesos de industrialización, castigado por la naturaleza, pero sobre todo por los acreedores y organismos internacionales propiciadores de una deuda externa insostenible, Ecuador trata de renacer, después de la crisis de 1999 y sus remezones posteriores, como el ave Fénix de sus propias cenizas. No sólo eso, nos brinda el ejemplo de tener un presidente que dispone de una pluma acerada y brillante y de un método de análisis económico que hace pie en la historia para comprender y modificar el rumbo de ese destino adverso.

Sabemos que lo que le pasó a Ecuador le ocurrió al conjunto del continente latinoamericano y que en los comienzos del siglo se comenzó a advertir, en la mayor parte de la región, la fractura de la hegemonía neoliberal, después de las fuertes crisis que mostraron su fracaso. Se produjo, sobre todo, una seguidilla de triunfos electorales que llevaron al poder a un nuevo tipo de líderes y fuerzas sociopolíticas, y se realizaron cambios de mayor o menor profundidad según los gobiernos en sus políticas económicas, sociales e institucionales, en la forma de relacionarse con sus vecinos y en su posicionamiento con respecto al orden internacional. Con ello se amplió geográficamente la voluntad política en el proceso de integración y se afirmó la defensa de los intereses nacionales. Correa nos describe en verdad una historia común, aunque en su caso desemboque en el extremo de la dolarización, relatando paso a paso “la larga y triste noche neoliberal”, una expresión que resume con una exactitud más implacable que la de las ecuaciones matemáticas tan caras a la economía ortodoxa, las razones de la crisis que padeció Ecuador.

Pero no se limita a ello. Luego nos da la definición de un populismo del que nadie habla: el “populismo del capital”. Enmarcados por una “teoría” pretendidamente científica, se imponen a la sociedad principios que benefician a unos pocos: el ajuste fiscal, la necesidad del libre comercio, la desregulación de las economías, la minimización del Estado, la desaparición de las soberanías nacionales. En resumen, el conocido “Consenso de Washington”.

Entre otras medidas está el caso de la política monetaria, que tanto afecta a Ecuador. “En toda América latina –nos dice Correa– se establecieron bancos centrales autónomos orientados al control de la inflación sin que exista evidencia alguna de que la independencia de los bancos centrales garantice mayores tasas de crecimiento.” La alta inflación es perjudicial –reconoce—, pero esto no significa que la deflación sea más beneficiosa.

Keynes opina a este respecto que “la deflación no es deseable pues produce una modificación en el patrón de valor existente [...] una transferencia de la riqueza en detrimento de la comunidad y en beneficio de la clase de rentistas y de todos aquellos que tienen sus acreencias fijadas en términos de monedas (Keynes, Essays in Persuasion, p. 166).

“Siempre nos imaginamos –señala Correa– lo terrible que sería que esta clase de economistas [los que pregonan esas políticas] hubiesen sido médicos, ya que habrían llegado a la brillante conclusión de que como la fiebre es mala, mientras más baja la temperatura corporal... ¡mejor!” “En los cementerios –Correa concluye– ¡por supuesto que no hay inflación!” Sale también al frente de una idea muy difundida: “Nos han vendido que la inflación es un impuesto para los pobres, lo que puede ser cierto –sostiene– si no existen las debidas compensaciones.” Como, por ejemplo, aumentos salariales y crecimiento con empleo.

El proceso inflacionario es aprovechado por algunos sectores del capital, pero representa un inconveniente para los tenedores de activos líquidos, o sea para el sector financiero y, especialmente para los capitales internacionales que quieren entrar y salir libremente de un país llevándose sus beneficios sin incertidumbre monetaria alguna, para lo cual es necesaria una política deflacionaria como la de la convertibilidad argentina, la eurozona europea o la dolarización ecuatoriana. Su negocio mayor es el endeudamiento externo que alienta tales políticas hasta que hacen implosión. Los lineamientos de la política monetaria mundial los fijan organismos nacionales o internacionales, como la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central Europeo o el FMI. En verdad, los bancos latinoamericanos sólo son autónomos respecto de las políticas de sus propios gobiernos.

La satanización del gasto público, el ajuste fiscal que pregonan aquellos organismos, es el costo que pagan los ciudadanos y que, como en el caso de la Argentina (y aun en el de Ecuador), puede llegar hasta la confiscación de sus ahorros. Para Correa, cuyo país debe salir todavía de la trampa de la dolarización, la política económica responde a ideologías e intereses particulares. “En Ecuador se aplicó una política económica básicamente en función del capital, especialmente el financiero (...), la cual se redujo al simple control de la inflación; en limitar el ámbito de la política económica a la programación fiscal que garantice excedentes para maximizar el pago de la deuda pública.” Se alteraron así prioridades “como la supremacía del trabajo humano sobre el capital, cuando la variable de ajuste pretendió ser los salarios del sector público, y no, por ejemplo, el servicio de la deuda”. Algo muy parecido a lo que ocurrió en la Argentina, a lo que sucede en Grecia, Irlanda y varios países europeos, a las erróneas propuestas del FMI y de sus “ministros plenipotenciarios” latinoamericanos al estilo de Cavallo y tantos otros.

La riqueza del libro de Correa radica no sólo en el hecho de que desnuda falacias neoliberales, como la del libre comercio, en base a un análisis centrado en ejemplos históricos y en una bibliografía rica y poco conocida en América latina. También porque revela, por su propia experiencia personal, las intimidades de instituciones financieras internacionales, como el FMI y el Banco Mundial. Por ejemplo, cuando le toca tomar conocimiento, sea como experto o ministro, de la existencia de proyectos de esos organismos sin sentido o relevancia alguna salvo por las suculentas comisiones de algunos consultores impuestos a la fuerza y sin las calificaciones suficientes. O por vivir las presiones inusitadas de funcionarios de esa burocracia internacional, que en el caso de Ecuador culminaron, como sabemos, en una forzosa dolarización. En sus propias palabras, “el suicidio monetario ecuatoriano”.

El libro de Correa es mucho más rico que estas breves reflexiones y su lectura resulta imprescindible para apostar a un porvenir mejor para su país y para la región. Sus páginas procuran alejar “la noche neoliberal” de nuestro continente. Como decía el gran poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, “Bienvenido, nuevo día: los colores, las formas, vuelven al taller de la retina”.

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