Lun 13.12.2010

EL PAíS  › OPINIóN

Adolfito

› Por Eduardo Aliverti

Soldati es un combo de aristas desafiantes. Cada uno de sus componentes encierra la trampa de que el análisis lo privilegie muy por sobre los demás, perdiéndose de vista la necesidad de una observación conjunta porque, sólo al cabo de ésta, se podrá determinar qué es lo principal y qué lo accesorio (una vez apartado que lo sustancial son los muertos).

¿Lo que primero cuenta es el repugnante discurso de Macri y el modo en que ese vómito racista alentó, podría suponerse, el clima de violencia? ¿Es que las agresiones fueron provocadas por grupos de choque ligados al PRO, según parece confirmarse a medida que pasan las horas? ¿Debe priorizarse, en cambio, que hay un estigma de policía brava que funciona como órgano virtualmente autónomo a ciertas horas de necesidad de represión? ¿Corresponde más bien apuntar lo sucedido como manotón de ahogado de una derecha a la que hoy por hoy le queda únicamente agarrarse de lo imperioso de “poner orden”, como dijo El Padrino? ¿Habría alguna maniobra de desestabilización? ¿Hay severas deficiencias del kirchnerismo en sus políticas sociales inclusivas, bien que sin punto de comparación con los errores y horrores macristas? Estos interrogantes tienen mucho de retórico porque las contestaciones suenan implícitas. Pero hay una conclusión que las engloba a todas desde el más estructural de los análisis. Lo cual no significa que el periodista tenga las réplicas adecuadas. Sí, que pretende acertar con las preguntas.

La retórica de Macri es efectivamente asquerosa pero nadie puede decir que no estaba avisado de las características del personaje empezando, claro, por quienes lo votaron. Y por quienes, sin haberlo hecho, se reservaban alguna duda acerca de si obraría como auténticamente es; o si, aunque sea, intentaría dibujar otra imagen, surtido de equipos “técnicos” que por obra de una administración ejecutiva, y bien vendida, habrían de demostrar eficacia. Nada de eso sucedió. Nada. Su gestión como intendente es un desastre, cualquiera sea la mira desde donde se lo juzgue. Puede ser el estado dramático de los hospitales y las escuelas; el show anárquico de las bicisendas; los cambios de mano de calles y avenidas que, de acuerdo con sus resultados, no parecen responder a criterio alguno de planificación centralizada; los conflictos continuos por la recolección de la basura o, precisamente, la carencia absoluta de una mínima política de vivienda. Cuánto más. Encima de todo eso, les sacó las incertidumbres a quienes suponían una construcción de retrato derechoso más progre, menos porno, más a la chilena. Macri montó una patota, la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP), a fin de limpiar de indigentes rincones de la ciudad. Está en serios problemas para desmentir que armó un sistema de espionaje sobre opositores y tropa propia. Se queja de que no le votan el Presupuesto y amenaza con adelantar las elecciones por ese motivo, mientras en paralelo su fuerza retacea la aprobación al gobierno nacional. Se le divide el PRO porque estaría dispuesto a lanzar doble candidatura y busca cómo excusarse, si hace eso, tras haber denostado las postulaciones testimoniales del kirchnerismo en 2009. Y ahora, baja la línea de que en Soldati se condensa la catástrofe de tanto boliviano, peruano y paraguayo que se vino a su ciudad blanca. En síntesis, un grandísimo pato criollo que está donde está por las carencias y miserias de la progresía porteña otrora gobernante, hay que decirlo; como por las papas que Bianchi le salvó en Boca, hay que decirlo. Un fenómeno de ineficiencia que, sin embargo, lleva a interrogarse en torno de la cantidad de gente que podría seguir confiando en él porque, disculpe el señor, hay unos pobres en el recibidor. En Página/12 del lunes 22 de noviembre pasado, Rodolfo Yanzón, abogado de la Fundación Liga Argentina por los Derechos Humanos, bien lo escribió tras el anuncio de que el macrismo destinaría unos 100 millones de pesos menos al Hospital Garrahan, porque sólo el 15 por ciento de las consultas habría provenido de habitantes porteños: “La atención de la salud no puede estar subordinada a la procedencia de los afectados (...) El huevo de la serpiente en una de sus caras más crudas: el desinterés por cualquier gesto solidario, el menosprecio a todo aquel que sea distinto, incluso cuando la diferencia sea una avenida de por medio. ‘Va a estar linda Buenos Aires’, diría Micky Vainilla, con su bigotito adolfesco y su brazo derecho extendido hacia los carteles negros y amarillos”. Eso es Macri, pero sigue vigente el dilema de a cuántos representa siendo que, frente a Soldati, redobló la apuesta de pasarles la factura a morochos de países vecinos.

La versión más creíble de lo acontecido es que hay una industria, al parecer próspera, alrededor de las villas y terrenos ocupables de la ciudad. Grupos financieramente potentes envían a los pobladores más desesperados de las villas a ocupar espacios públicos. Después cobran un subsidio que (se) reparten entre esas tropas de especulación inmobiliaria, ligadas también al eventual negociado de la entrega de títulos para quedarse con los terrenos a precio vil. Más todavía, nadie se tomó el trabajo de desmentir que, desde el principio de la toma, hubo al frente un pesado –“el comandante” Rodríguez– que responde o supo reportar a Macri. Nada de todo esto exime de responsabilidad al gobierno nacional a propósito de no terminar de encontrarles la vuelta a las acciones autárquicas de la Federal, ni a su anomia frente al déficit de viviendas en el área metropolitana central. En esa explosividad urbana se mete además un narco de media o baja estofa, usado discursivamente por la derecha para contar que se nos vienen Brasil, las favelas y la territorialización sin Estado. La apuesta, grosera, es al miedo de sectores de clase media que, con el aporte de los medios periodísticos al frente de una oposición que de otra manera no existe, se sumarán por inercia al juego de matar bolivianos y adyacentes. Y de ahí para arriba, ver si queda el solitario resquicio de joder al Gobierno para restarle chance electoral en los grandes centros urbanos. Comenzando, claro, por Buenos Aires. Es la vidriera mediática. Es la técnica para entender que en el conurbano haya vencido (por agregadas deficiencias de oponente, aclaremos) un candidato que por toda ideología recitaba “alika-alika-alikate”.

El Gobierno continúa sin encontrarle solución a la incrementada paradoja de que el crecimiento económico y de consumo complejiza el panorama, porque es cierto o asumido que la periferia miserable es menos miserable que la miserabilidad de origen. Y que previo a eso, sus deudas inclusivas son importantes a pesar de que el rumbo macro es correcto. O el mejor de lo que hay. Lo principal está ahí: en que son cientos de miles sin techo, y que debe dárseles satisfacción de algún modo. Está ahí y en que, apartados los insufles de espectacularidad mediática, esta vez se notó, en las declaraciones de “la gente” –del parque ocupado y hasta de los monoblocks contiguos– cierta sensibilidad acerca de que derecho a la vivienda tenemos todos. ¿O alguien supone que sólo cuentan las declaraciones racistas que se escuchan en los medios?

A algunos les falta la respuesta. Y a los otros, que la respuesta no sea sacarse negrada de encima porque, parece intuirse, con eso no alcanza para excusar que como gestionadores son una calamidad. No les basta ni con casamientos pomposos, ni con haber zafado de tragarse el bigote en la fiesta.

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