EL PAíS › TRABAJOSO INTENTO DE LA POLICíA FEDERAL PARA AISLAR EL PREDIO TOMADO EN LUGANO
Centenares de efectivos se apostaron en torno del Club Albariño y colocaron vallas para impedir ataques. Pero no pudieron aislar a los ocupantes, como pidió el juez. Los vecinos que se oponen a la toma suspendieron por 24 horas las protestas.
› Por Pedro Lipcovich
Un dispositivo policial con centenares de efectivos (desarmados), numerosos vehículos y vallas de contención se instaló ayer en torno del predio, perteneciente al Estado nacional, ocupado por el Club Albariño, que desde hace ocho días está tomado por vecinos. Otros vecinos que pretenden desocuparlo decidieron, al menos por ayer, no cortar la autopista Dellepiane, como lo habían venido haciendo, pero reiteraron sus manifestaciones de protesta ante los vallados policiales. Los ocupantes reiteraron su decisión de permanecer en el predio –“Vamos a quedarnos hasta lo último”– y dispusieron una barricada para prevenir eventuales intentos de los otros vecinos o de la policía. Dos de los lados del predio son adyacentes al barrio Ciudad Oculta, zona de El Ombú, cuyos habitantes, que ni participan de la toma ni quieren echar a los ocupantes, mantienen una activa y pacífica vida barrial.
“¿Usted ve materiales? Los vecinos dicen que metemos camiones con materiales pero no, el camión que entró fue para construir la capilla que está acá al lado”, en el atardecer de ayer explicaba al cronista uno de los ocupantes. En efecto, las “construcciones” son tiendas muy provisorias hechas con palos, plástico y alguna chapa, en el predio del Estado nacional que el Club Albariño regentea en forma precaria y gratuita. De hecho, la queja quizá más reiterada de los ocupantes es que esa sede no cumplía con su función comunitaria. Cada uno de los tres días que el cronista dialogó con ellos volvió a plantearse la afrenta de “los 80 pesos que nos cobraban por jugar una hora a la pelota”. Porque “éramos nosotros los que la usábamos; nadie venía de afuera a jugar”. Ayer bastantes chicos jugaban a la pelota, gratis, en el espacio entre las carpas.
Los vecinos ocupantes reiteraban que “no nos vamos a ir. Vamos a quedarnos hasta lo último”. Uno de ellos, camiseta roja, advertía: “Una vez que salimos y se mete la policía, chau, no vamos a conseguir nada”.
Cerca de las siete de la tarde, corrió el rumor: “¡Están preparando el desalojo!”. “¡Vamos a juntarnos, loco!” A las 18.50, en presencia de Página/12, hicieron una barricada con postes y troncos, atravesando la calle Crisóstomo Alvarez.
A esa altura, la Policía Federal había instalado vallados en todos los puntos de acceso; había muchas decenas de efectivos y sobre todo vehículos, incluyendo camiones hidrantes, ambulancias, camiones de bomberos y un semirremolque. Un helicóptero sobrevolaba la zona.
Del otro lado de los vallados, los vecinos desocupantes compartían el clima de inminencia: “Hoy va a pasar algo”, dijo la señora del batón búlgaro y, más acostumbrada a las cremas para la piel que a los vehículos policiales, agregó: “¿No ve el camión hidratante?”.
Los vecinos desocupantes daban testimonio de cómo la protesta conduce a la lógica del piquete: “Si no cortamos la autopista, ¿quién se va a enterar? ¿Quién va a llegar acá? ¿Alguien conocía Lugano?”, decía la mujer de la blusa rosada, que había estado en la reunión con Mauricio Macri, jefe de Gobierno de la ciudad: “Pero no me presté a la foto de él con los vecinos. No voy a hacerle el juego. Me siento defraudada, tanto por Macri como por el Gobierno”. Otra vecina desocupante, la de la blusa floreada, planteaba posiciones más extremas: “Si no los sacamos, van a ganar toda la capital. Esta lucha es por todos los barrios”. En cambio Alejandra, la única que aceptó dar su nombre, interpretó: “Somos como hijos de padres divorciados: quedamos en medio de la pelea entre el gobierno nacional y el de la ciudad”.
Doce nenes futbolistas, con la camiseta azul del Club Albariño, posaron para los fotógrafos con una gran bandera del club. El cronista quiso saber si usaban esta cancha o en realidad jugaban en la sede principal del club (a unas diez cuadras, en Santander 4936). “En la otra”, contestó Rodrigo, de nueve años, pero el señor Eloy, delegado del club, se apresuró a corregirlo: “También juegan acá”. La sede ocupada sólo consta de una cancha, con arcos grandes.
A las 20, los vecinos decidieron no cortar la autopista, tomando en cuenta que “las autoridades cumplieron en impedir que ingresaran más materiales al predio”. El clima se fue distendiendo. Los vallados policiales evitaban el contacto entre ocupantes y desocupantes, pero la posibilidad de aislar totalmente a los ocupantes no parecía sencilla: dos de los costados del predio se conectan directamente con Ciudad Oculta; la principal área de contacto es la cuadra sin salida de Crisóstomo Alvarez al 5900, y allí está la barricada.
Anoche, por lo demás, esa cuadra ofrecía la postal más colorida y pacífica. En una canchita de vóley dispuesta por los vecinos de Ciudad Oculta se disputaba un intenso partido. Muchos vecinos volvían de sus trabajos o hacían sus compras en pequeños negocios, y un vendedor de pan dulce invitó al cronista a probar la innegable calidad de su producto.
“Hace seis años que estamos acá y éste siempre fue un lugar tranquilo –dijo una vecina de la cuadra–. Si viene a las cinco de la mañana, va a ver toda la gente que sale a trabajar. Nosotros no hicimos esta ocupación.” En medio de la cuadra se alza el que quizá sea el mayor problema de seguridad en la zona: un gran ombú, que, según varios vecinos, pone en peligro las construcciones cercanas y podría caer sobre los muchos chicos que juegan acá: “Varias veces hicimos el reclamo ante la Municipalidad, pero no vienen”.
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