Dom 02.01.2011

EL PAíS  › OPINION

Lo acumulado y lo inesperado

Las profecías económicas y políticas, refutadas por la realidad y las multitudes. El discurso de la gente. El doble veto lábil. Los radicales, de uno a tres. Los pejotistas, esperando a otro Godot. El lugar en el mundo, los avances en siete años, las nuevas demandas.

› Por Mario Wainfeld

La economía de 2010 contradijo (cuando no dejó en ridículo) las profecías de dirigentes opositores o economistas de postín. Repasemos las más tonantes, a vuelo de pájaro. Crecimiento cero o irrisorio; caída a pique de las reservas, rechazo del canje de deuda, inflación espiralizada, importación de trigo y carne, “n” catástrofes adicionales. El crecimiento se sostuvo, el desendeudamiento avanzó, las reservas del Banco Central son record, la demanda se mantiene a niveles altísimos, tanto como la producción de automotores... hasta las intratables corporaciones “del campo” bajaron el tono, más interesadas en llevársela con pala que en cortar rutas.

La inflación sigue siendo muy elevada, aunque se mantiene bajo relativo control. Muchos actores económicos (entre ellos los sindicatos, los profesionales independientes y buena parte de las pymes) tienen cómo defenderse y no vivirla como una tragedia. Pero el impacto es distinto a medida que se bajan escalones en la pirámide social. Y la tasa manejable puede dispararse, lo que hace aconsejable políticas activas de nuevo cuño, porque las empleadas por el Gobierno en sus años primeros ya no rinden. Las tratativas para conformar el Consejo para el Diálogo Económico Social son una señal promisoria, primero, porque revelan introspección (así fuera tardía) y conciencia sobre el problema. Y segundo, porque elige una herramienta idónea que es el diálogo (y eventuales pactos) entre sectores.

Una nueva faz del modelo abre tareas de “segunda generación”, más sofisticadas y de más largo plazo que las respuestas a la crisis terminal. Hablamos de la desigualdad, la inflación, el déficit de viviendas, el trabajo de baja calidad, el transporte público, un sistema de salud que insume muchos recursos y no presta servicios en consonancia.

Haber tenido más razón que sus antagonistas en casi todos los debates sobre economía no faculta al Gobierno a dormirse en los laureles. Ni mucho menos, a soslayar cuántos problemas añejos o emergentes esperan respuestas pese a (o, mejor, porque) se han ascendido algunos peldaños.

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De la soberbia al piñazo: Las agorerías opositoras comenzaron con el año. Por entonces su paladín era Martín Redrado. La oposición transitó desde la resistencia civil del Golden Boy hasta el piñazo de Graciela Camaño, que trasuntó más impotencia que brutalidad. En enero se pugnaba por el Banco Central y por imponerle el programa económico al Gobierno. En diciembre las ambiciones eran más módicas: mantener con pulmotor una patética cuestión de privilegio.

En el ínterin, naufragaron las fantasías acerca de un enjambre de fuerzas o protagonistas que se describían como un sujeto único. Las misceláneas tribus ganadoras de las elecciones de 2009 manejarían el Congreso, impondrían su agenda, generarían un Parlamento de rechupete. Sus primeras ofensivas revelaron soberbia, errada “imagen corporal” y desdén por las instituciones o el diálogo. Quisieron suplir al Ejecutivo en sus funciones, imponer un programa económico de jubileo para medianos o grandes contribuyentes, llevarse puesta a la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. Se afincaron como ocupas en más comisiones que las que les asignaba la regla proporcional o la tradición. Cuando se percibieron mayoría dejaron ver la hilacha: poco respeto por la calidad institucional. Julio Cobos se aferró, sin ética ni respeto a la Constitución, al cargo de vicepresidente que había deshonrado con su voto no positivo. A fin de año, Mauricio Macri añadió otra mancha a la atigrada piel institucional del Grupo A: especuló con usar las elecciones de su distrito como un trampolín para las nacionales. No ya una candidatura testimonial sino una de tránsito hacia ligas mayores. Desistió de hacerlo, no por pruritos republicanos sino porque no le daban los números. La cultura política que deja mucho que desear no es un invento ni un monopolio kirchnerista, como recita la Vulgata hegemónica. Más aún, la ciudadanía le presta muy poca atención, ungiendo con asiduidad a quien viola las reglas pero le cae bien.

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Vetocracia de baja intensidad: “La oposición” careció de liderazgo, de enjundia y hasta de presentismo en las bancas. Las internas partidarias y la competencia por el “otro” lugar en el ballottage primaron sobre sus objetivos comunes. Su accionar parlamentario fue más desordenado que barullero, y ya es decir. El escenario anticipaba una paridad ardua, más propicia al empate bobo o al veto cruzado que a la excelencia. El oficialismo soportó los primeros embates, se abroqueló mejor y primó en el promedio porque pudo gobernar. Para no ser un pato rengo, escribió este cronista un año atrás clavado, hay que creer no serlo y querer no serlo. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner no se sometió al lugar que quisieron imponerle, a menudo con malos modales.

La Presidenta vetó una ley (el 82 por ciento móvil, un simulacro que procuraba ese desenlace), no docenas. El Grupo A “vetó” el Presupuesto. En el ínterin, el Ejecutivo gestionó y copó la parada mientras sus adversarios desfilaban por canales de cable. Dos leyes relevantes se sancionaron, con mayorías transversales: Matrimonio igualitario y Glaciares. La primera, una virtuosa ampliación de derechos ciudadanos reclamada por minorías activas pero que sólo la voluntad política del kirchnerismo podía plasmar. Hay partidos más progresistas y coherentes ideológicamente que el Frente para la Victoria (FpV) pero no tienen el número necesario para una conquista así. Hay partidos con potencial y experiencia de gobierno como el FpV pero jamás se hubieran comprado un conflicto de ese jaez con la jerarquía de la Iglesia Católica. Las minorías militantes que bregaron por esos derechos entendieron lo que pasó, de ahí su agradecimiento sincero y su aval al Gobierno. La incorporación de la luchadora María Rachid al Inadi cierra un círculo sin precedentes.

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Compañeros esperando a Godot: Las fiestas encuentran a la oposición dividida y confundida. El radicalismo tenía en 2008 a la única Gran esperanza Blanca, Cobos. La estrella de éste se desdibujó, emergió el diputado Ricardo Alfonsín. El senador Ernesto Sanz se sumó a la interna recientemente, su apuesta es difícil y revela que los dos favoritos no las tienen todas consigo. Así y todo, la UCR sigue siendo el segundo partido, el de mayor despliegue geográfico, el de mayores virtualidades entre los A.

El peronismo federal amaneció esperando a Carlos Reutemann. Luego sus numerosos caciques sin tribus se sintieron portadores del bastón de mariscal. Las encuestas ni los registran, ahora esperan a Mauricio Macri. Esa joint venture es una posibilidad cierta. Tal el mayor potencial del líder de PRO, quien merced a un discurso sinceramente de derecha se ganó el sitial del mayor contradictor del oficialismo. Es un buen lugar de cara a una elección polarizada, aunque quizá el sesgo elegido le marque un techo bajo.

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Doblar la apuesta: Ante cada trance adverso, el oficialismo dobló la apuesta. Muchas veces mejoró su menú, adoptando medidas que no estaban en su repertorio. Sistema jubilatorio, Medios, Asignación Universal por Hijo (AUH), matrimonio igualitario. Congregó apoyos de sectores distantes o esquivos. Se granjeó la simpatía activa de colectivos impensados tiempo atrás: artistas, intelectuales, trabajadores de la cultura, movimientos sociales de clase media. Un salto cualitativo, que cobró fuerzas a partir del matrimonio igualitario y la ley de medios.

Las reformas al espectro audiovisual fueron muy trabadas por reclamos judiciales de los grupos oligopólicos, se veía venir. La Corte Suprema le dio una manito a Clarín en una de las peores decisiones de su respetable trayectoria. De cualquier modo, la disputa de la opinión pública se hizo más pareja por la aparición de nuevos medios tanto como por la emergencia de intelectuales, artistas o bloggers que revitalizaron el discurso oficial. La reacción de las corporaciones, de sus popes y de los periodistas que le rinden pleitesía fue desmedida. No se enojaron, apenas: se sacaron. Alegan que se los destrata o insulta, lo que en algunas ocasiones es cierto. Pero lo que los descoloca es ser objeto de polémica porque estaban habituados a ser intocables e invisibles. La luz pública nunca iluminó rostros y biografías de CEOs, comunicadores o dueños de empresas cuya opacidad era atributo de su poder. La furia indujo a réplicas desmedidas y groseras, que agrandaron la pertinencia de 6, 7, 8 (el fenómeno audiovisual del año) o mejoraron el caudal de adhesiones a Víctor Hugo Morales.

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El discurso corporal: La narrativa dominante fue desmenuzada (a menudo, demolida) en un Agora mediática franca y expuesta. También por gentes del común, por muchedumbres que se expresaron en los festejos del Bicentenario y en las exequias de Néstor Kirchner. En ambos casos, los cuerpos y los gestos dieron un mentís a la prédica mediática mayoritaria. Cientos de miles de ciudadanos dieron rienda suelta a su alegría o a su dolor, convivieron sin incidentes, celebraron una vez, acompañaron a la Presidenta en su dolor la otra. Las dos veces sorprendió la magnitud de las asistencias, su mensaje inequívoco. Un ánimo colectivo (quizá no mayoritario pero marcadamente nutrido) probó que la crispación no es el sentimiento de “la gente” ni el odio o la sumisión el único vínculo con el kirchnerismo.

Habló un conjunto ciudadano impactante por su coincidencia y su número. Debe resaltarse que el Gobierno supo anticipar sus deseos y tuvo empatía con su voluntad, que predispuso el escenario con intuición sobre el sentir popular. Se apostrofó al festejo del Bicentenario por tener un mensaje político sectario (¿es posible una celebración sin alguno?... mmm). Era un detalle, episódico. Lo central fue la amabilidad de la propuesta, la afinidad con los deseos de la muchedumbre, hedónicos, participativos, autocelebratorios, convivenciales.

La Casa Rosada y la Plaza de Mayo se abrieron a quienes lloraron a Kirchner. La escenografía fue adecuada, no rimbombante, cálida. Nimia la presencia policial. La marca del homenaje fue el discurrir de personas de todo el abanico social. Desde el primer minuto le transmitieron solidaridad a Cristina Kirchner, sustento político y un mandato sencillo de interpretar.

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La irrupción de la muerte: El devenir económico era previsible, si se analizaba sin prejuicios obtusos ni anteojeras. La primacía política del kirchnerismo era factible, sí que supeditada a su desempeño y el de los contrincantes: todos jugaron para el local. En los últimos meses irrumpió lo inesperado. Para peor, lo más cruel e irreparable: la muerte. La desaparición de Néstor Kirchner, de la que se habla también en nota aparte. Y los asesinatos por violencia política o policial: en Barracas, en Formosa, en el Parque Indoamericano. Quedó atrás o por lo menos muy mellado, un acierto de los gobiernos kirchneristas: la no represión de la protesta social. Mecanismo inteligente como catarsis ante la malaria y el descrédito de la política, se fue herrumbrando ante la propagación de reclamos muy lesivos, eventualmente violentos. La sociedad “le tomó la mano” al recurso y la metodología oficial comenzó a hacer agua. Corrió sangre debida a brutalidad policial, a la de un gobierno provincial peronista y a la de una patota sindical a la que la Federal dejó hacer.

En el caso de Mariano Ferreyra, los tribunales actuaron bien, la investigación avanza. En los otros prima la opacidad.

La Presidenta asumió que debía cambiar drásticamente la política de Seguridad, renovar los cuadros de conducción de la Federal. Poner al poder político a conducir a los uniformados. Nombró a Nilda Garré, una ministra con condiciones para esa labor titánica. Es un buen comienzo, son pasos necesarios para una reforma que, si anda bien, insumirá años.

El reflejo de jugarse a fondo, de politizar la cuestión, de apelar a cuadros garantistas y valientes es el mejor estilo “K”. Que divide aguas, sin duda, concitando la aprobación de quienes hacen y leen este diario.

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Las brechas del “modelo”: Los crímenes, tal vez, pudieron evitarse. Hubo provocadores y aprovechados. Esos árboles deben ser podados pero no impedir ver el bosque: los problemas laborales y sociales que los detonaron son tangibles, injustos, acuciantes. El kirchnerismo se prendó de un esquema laborista, que imaginariamente cerraba un círculo virtuoso: incitación de la demanda, mercado interno activo, generación de empleo. En el siglo XXI el modelo dejó flancos vacantes. Hubo trabajadores que con empleo no podían parar la olla y quedaron relegados los informales.

La Asignación Universal por Hijo inyectó ingresos en los hogares más desfavorecidos. Un decreto presidencial a fin de año amplió el universo de beneficiarios, sumando a los hijos de trabajadores de temporada. Cientos de miles de ciudadanos bajitos serán beneficiarios de la reforma que debería profundizarse despejando requisitos burocráticos excesivos que dejan afuera a otros pibes. El producido social de la AUH es, aun restando incorporaciones, inmenso.

Ahora hay casi pleno empleo y tienen ingresos seguros muchos entre los más desvalidos, eran dos utopías inalcanzables hace siete años. En un estadio superior, quedan necesidades básicas insatisfechas para demasiados argentinos: vivienda digna, transporte no infamante, trabajo decente con toda la tutela legal. Los reclamos brotaron con virulencia, en algún ejemplo con mala fe, los derechos pendientes de satisfacción son realidad.

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Mi lugar es acá: Argentina tiene su lugar en el mundo, el que siempre debió ser: la América del Sur. Esta región atraviesa una etapa única, con preeminencia de gobiernos populares, de centroizquierda o populistas, intervencionistas en economía, atentos a las demandas populares, chúcaros ante los poderes centrales y las doctrinas neoconservadoras. Los gobiernos kirchneristas funcionaron, como jamás se vio antes, en sintonía con la potencia regional, Brasil. Cooperaron activamente para mantener la paz en el vecindario, se convirtieron en la referencia principal para países hermanos que antes miraban al centro del mundo. Sincronizaron para desendeudarse con el Fondo Monetario Internacional casi al unísono, para implicarse a fondo en defensa de la estabilidad democrática de Honduras, Ecuador y Bolivia, para decirle “No (y chau) al ALCA” en Mar del Plata, para reconocer al Estado palestino.

Destino sudamericano con democracias vibrantes, jaqueadas por coaliciones entre fuerzas de derecha y grandes medios de difusión. Hay crecimiento económico sostenido, lleva muchos años. La condición de los sectores populares ha mejorado sensiblemente pero se arrancó de muy abajo y queda mucho por hacer. El crecimiento, en trazos generales, no palió la desigualdad. América del Sur sigue siendo el lugar más desigual del planeta.

En ese contexto, auspicioso pero pleno de rémoras y carencias, debe leerse la coyuntura nacional. No somos el ornitorrinco del mundo, ni de América del Sur, ni los inventores de un sistema económico hiperdiferente. Los adversarios del kirchnerismo se equivocan feo cuando abjuran en block de todo lo hecho y proponen un vuelco o a una regresión, demasiado a menudo sin explicar el nuevo rumbo. Quizá el único que lo insinúa con franqueza es el Jefe de Gobierno Mauricio Macri: un giro reaccionario de derecha, con aplicaciones clasistas y xenófobas.

El oficialismo acierta en el rumbo aunque a menudo endiosa en exceso al “modelo”. El esquema económico sirvió para salir de la crisis aparentemente irremisible, elevó la condición de vida de casi toda la población, empoderó a sectores de trabajadores, mejoró los niveles de empleo, amplió la masa de jubilados, disminuyó la pobreza. Es un montón, nunca es bastante. Subsisten asimetrías formidables, incluso al interior de la clase trabajadora. Proliferan demandas soterradas aunque (o mejor, porque) se transitó del infierno al Purgatorio.

La desigualdad subleva acaso más en las pampas que en países linderos. Acá hay memoria de tiempos cercanos mejores en paridad y en movilidad social. En otras comarcas no existió ese pasado evocable y frustrante. El igualitarismo propio de la sociedad argentina, la capacidad de lucha y de protesta de su sociedad civil dinamizan las demandas y las movilizaciones. Muchas conquistas se han logrado, antaño y hoy, en las calles o vía acción directa. Es clavado que quienes son “perdedores relativos” del actual modelo emerjan a reclamar sus derechos, tumultuosos y desafiantes.

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Los números y las urnas: Los números corroboran cuánto se avanzó. Basta repasar los datos duros de crecimiento, empleo, salario real, indicadores sociales. También la cantidad de represores procesados y condenados, la de provincias en las que se dictaron sentencias ejemplares.

Datos impresionistas ratifican la percepción. Ya se mentó al Bicentenario, el cronista agregaría con qué templanza absorbió un país futbolero la eliminación en el Mundial. El consumo cotidiano, los festejos de fin de año, las vacaciones a todo trapo en las plazas turísticas de una, dos, tres, cuatro o cinco estrellas. Hay que evocar cómo se recibía el fin de año a principios de este siglo. También, cuando se magnifica la ausencia de billetes por tres días en los cajeros automáticos, internalizar que hace nueve años (y no un siglo) los ahorros habían sido birlados y con poca antelación confiscadas las jubilaciones y reducidos los salarios. Es tonificante que gentes de derecha se conmuevan por los mercerizados (siempre que no sean los conchabados por Clarín o Techint), corresponde asumir que la desflexibilización es una cuesta arriba a partir de las tropelías consumadas entre 1989 y 2001.

Los guarismos de intención de voto son satisfactorios para el oficialismo. Cristina Fernández de Kirchner está en la mejor posición relativa de su mandato, al menos desde marzo de 2008. No tiene la victoria comprada como Carlos Menem cuando fue reelegido o ella misma en 2007. Pero dista más de estar derrotada un año antes, como le pasó al radicalismo en 1988 o al menemismo en 1998 o a Fernando de la Rúa antes de cumplir dos años de gestión. Sus adversarios lucen más dispersos y menos papábiles que el peronismo menemista o la Alianza, en sus buenos momentos.

Este año votará el pueblo soberano en ese asombroso día en que todos los ciudadanos valen uno. De momento, la primera minoría movilizada, ratificada por movilizaciones emocionantes y masivas y con apoyos cualitativos incomparables, conserva la pole position.

El 2011 será un año decisivo. Lula deja la presidencia, Kirchner no estará. Son dos protagonistas que marcaron una etapa de despegue, difíciles de reemplazar. Sus banderas, sus legados sí que merecen un brindis y, piensa el cronista, una revalidación que en Brasil ya se dio y que acá depende del veredicto popular.

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