EL PAíS › OPINION
› Por Alfredo Zaiat
Las estrategias monetarias y fiscales de Estados Unidos y Europa son un valioso curso de economía a distancia para contrarrestar muchas sentencias que la ortodoxia reitera sobre la economía argentina. “La emisión alimenta la inflación” y “el financiamiento de las cuentas públicas por el Banco Central viola su autonomía y provoca desequilibrios” son algunos de los conceptos repetidos por sus representantes locales. Con apenas elevar un poco la mirada posada en el ombligo observarán que esas visiones se presentan rústicas ante las medidas que aplican los países centrales y potencias emergentes. En estos días, la Reserva Federal (banca central estadounidense) transfirió al Departamento del Tesoro el monto record de 78.400 millones de dólares de las ganancias contabilizadas en el último año. Esa suma es un 90 por ciento más que la enviada en 2009. El giro de utilidades de la FED al Tesoro es usual, y en el último período fue por las obtenidas por los intereses devengados por las tenencias de activos.
El Banco Central obtuvo una ganancia de 23.500 millones de pesos en 2009 y a lo largo del último año fue transfiriendo ese dinero al Tesoro. El último giro fue el 30 de diciembre por 7000 millones de pesos. En el 2008, el resultado positivo de la entidad monetaria había sido de 4587 millones de pesos, suma que también fue girada en el transcurso del año siguiente. El balance 2010 del BC también mostrará ganancias, que serán remitidas oportunamente a Tesoro en este año. Ese movimiento de fondos provocó la reacción de figuras de las corrientes conservadoras. Objetan que esas transferencias son un financiamiento no genuino al fisco y por ese motivo las consultoras de la city no las contabilizan al momento de calcular el saldo de sus cuentas, definiendo así que están en déficit. Además, los más ortodoxos señalan que ese dinero provoca presiones inflacionarias y que se trata de utilidades devengadas –por diferencias en la cotización del tipo de cambio– y no líquidas realizadas. Una brújula los orientaría a reparar que esas transferencias no son desatinadas, sino que es la misma política que siempre hizo la Fed con el Tesoro de Estados Unidos.
Para enfrentar el debilitamiento de su economía, la Reserva Federal también aplicó la medida conocida como “Quantitative Easing (QE)”, relajamiento de la política monetaria que implicó la decisión de comprar en el mercado bonos del Tesoro y títulos hipotecarios denominados “tóxicos”. Ante la frágil recuperación en el segundo semestre del año pasado, instrumentó el QE2, que consiste en aplicar 600 mil millones de dólares a la compra adicional de bonos del Tesoro, monto que se puede ampliar hasta los 2 billones de dólares. Desde septiembre de 2008, la economía estadounidense está siendo inundada de dólares y pese a ese fabuloso crecimiento de la masa monetaria no han verificado presiones inflacionarias. Y ya han pasado varios meses de expansión monetario en continuado. Ese comportamiento debería plantear dudas sobre el axioma monetarista emisión=inflación. En la última edición de “Indicadores de Coyuntura” de la liberal Fiel, Daniel Artana define con excesiva prudencia como “política monetaria expansiva no tradicional” la estrategia estadounidense. El alza de precios por esa emisión no está mencionada en esa amigable evaluación de la política de la banca central estadounidense. El argumento ortodoxo debería señalar que las medidas de la FED representan una peligrosa aceleración del proceso de monetización del déficit fiscal, el cual sólo puede terminar en una espiral inflacionaria. No es este el caso. No se cumple con esa regla considerada por los monetaristas como indiscutible. Deben una explicación. Resulta evidente que el impacto de esta crisis en la economía estadounidense, cómo se reordenará el poder económico mundial y el rol de las monedas de aceptación universal todavía está por verse. Pero la emisión como motor principal e inmediato de la inflación no se ha comprobado. Esta es una oportuna referencia para debates que se instalan en el país sobre el origen de las tensiones inflacionarias, que evidentemente no es por la emisión y sí por la intensa puja distributiva.
Por el lado del atolladero europeo se patrocina el ajuste fiscal para equilibrar las cuentas públicas. Las políticas de austeridad que define Alemania para los países periféricos de la Unión Europea al borde del precipicio sólo conducen a poner en crisis sus respectivas deudas públicas. Las coloca al borde del default sin alejar esa posibilidad pese a los millonarios rescates financieros. Pasó con Grecia, Irlanda y ahora Portugal, con España esperando el próximo turno. Los abanderados del ajuste se presentan como portadores del “saber técnico” pero que se revela político y en ningún caso neutral. Ese “saber” apunta a que el ajuste fiscal y la mayor carga impositiva regresiva sobre la población se ordenen al servicio del pago de la deuda. Además de consolidar la hegemonía alemana, se destruyen así esas economías sometiéndolas a un proceso de despojo a favor de las finanzas acercando el horizonte del default. Por lo pronto, en una Europa no la descartan: la UE anunció que a partir de 2013 los títulos de deuda de los países de la zona del euro deberán incluir Cláusulas de Acciones Colectiva para facilitar un proceso ordenado de reestructuración de deuda. Lo que está viviendo Europa es el círculo vicioso conocido y padecido en Argentina en la década del noventa cuyo desenlace fue la cesación de pagos. Hoy ciertos grupos conservadores locales quieren reeditar las políticas de austeridad alertando sobre el peligro del aumento del gasto público y la excesiva presión tributaria. Pero a diferencia del tema monetario, donde aún persisten conceptos monetaristas marcados a fuego en el sentido común, en el frente fiscal el espacio está un poco más aireado debido a los fortísimos y fallidos ajustes pasados.
Otra referencia a nivel internacional que colabora para ordenar el debate sobre la economía doméstica la ofrece China. El gigante asiático terminó 2010 con reservas internacionales record: 2,85 billones de dólares, un aumento 18,7 por ciento en el año. La acumulación y utilización de reservas para diversos objetivos forma parte de la estrategia del crecimiento chino. Más reservas en el caso argentino, para pagar deuda y defender la competitividad del tipo de cambio, amplían los márgenes de la política económica para consolidar la expansión. La ortodoxia quiere, en cambio, que los vencimientos se abonen con superávit fiscal y que se moderen las compras de dólares para evitar, según afirman, la excesiva emisión. El camino de esa propuesta desemboca en el ajuste fiscal y la apreciación de la moneda doméstica, provocando un menor crecimiento y desequilibrios con final de crisis conocido.
Las políticas monetaria de Estados Unidos, fiscal de Europa y de reservas de China son evidencias importantes de potencias mundiales que descolocan a profetas del miedo que, como si estuvieran congelados en los noventa, insisten con recetas que conceptualmente se desmoronaron con la caída del Muro de Wall Street.
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