EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
El movimiento pendular del peronismo continuó a pesar de la desaparición física de su líder, el general Perón. Pero no fue una característica solamente del peronismo, porque los radicales también tuvieron sus corrimientos. Las diferencias entre Alfonsín y De la Rúa fueron bastante más pronunciadas que las que había entre Alfonsín y Kirchner o entre Menem y De la Rúa.
Cada vez que el péndulo cambiaba de lado, un sector quedaba a la intemperie. En el peronismo le pasó varias veces a uno y otro sector más a la izquierda o más a la derecha. Si el perdedor de ese momento se armaba de paciencia y esperaba la vuelta del péndulo, lograba una nueva oportunidad. Si se iba, siempre perdía, quedaba fuera de la disputa por el poder. Es una característica incómoda, antipática y hasta políticamente incorrecta porque obliga a la convivencia entre quienes a esta altura de la historia ya tienen muy pocas cosas en común.
Sobre todo tras la neoliberalización del menemismo, en el peronismo las diferencias son más grandes que entre los radicales. El menemismo les birló una certeza a muchos peronistas: la presencia popular funcionaba como garantía de que siempre sería una barrera contra reaccionarios y colonialistas. El menemismo destruyó ese axioma: no sólo no fue una barrera, sino que convirtió al peronismo en entreguista y reaccionario.
Muchos se fueron cuando ganó el menemismo. Y sin embargo, por esta característica tan antipática, sólo estuvieron en condiciones de disputarle el poder los que de alguna manera se mantuvieron dentro cuidando de no convertirse en abanderados del riojano. Las consideraciones éticas son difíciles de atribuir, porque ¿qué es peor o mejor desde ese punto de vista?: ¿haberse quedado o haberlo desplazado? Muchos de los que se fueron, incluso, contribuyeron a la creación de la Alianza que se convirtió en la continuidad del modelo neoliberal. Algunos fueron menemistas al principio y se retiraron, después fueron frepasistas al principio y también se retiraron. En los dos casos pusieron su aporte aunque se hayan retirado.
Los socialistas, los radicales y en general la mayoría de los partidos más viejos han funcionado de esa manera. Las posiciones de Manuel Ugarte, Juan B. Justo o Pinedo no podían ser más antagónicas en el socialismo, igual que la discusión entre Alfredo Palacios o Américo Ghioldi. Y en los radicales la eterna discusión entre “irigoyenistas” populistas y la “alvearización” conservadora perdura con matices a lo largo del tiempo. Tanto socialistas como radicales, como los peronistas, tuvieron funcionarios de la dictadura y desaparecidos por esa misma dictadura.
Los partidos políticos argentinos no parecen comportarse según el modelo teórico que sostienen sus propios adherentes. Ese modelo, ordenado por afinidades ideológicas, es más prolijo que el de la realidad donde los sectores progresistas, nacionales, populares o de centroizquierda de los distintos partidos tienen más afinidades que con los conservadores o reaccionarios de sus propias fuerzas.
Es difícil juzgar esta realidad que seguramente tiene raíces profundas en los comportamientos sociales históricos de los argentinos, pero lo real es que complejiza aún más los procesos políticos, genera espejismos a izquierda y derecha y además acentúa incertidumbres.
En el caso del peronismo –siempre tan difícil de explicar a los corresponsales extranjeros– fue, con pocos años de diferencia, tanto apogeo del neoliberalismo con el menemismo, como su antítesis con el kirchnerismo. Para bien o para mal, el núcleo de la disputa política en esos años se estuvo dando allí, como si en ese escenario estuvieran representados todos los actores. No era así, pero como sí estaba la mayoría, terminaba por absorber toda la discusión, lo que desequilibra al resto de la sociedad.
Ese proceso se retroalimenta, porque de esa manera es cada vez más importante lo que suceda en el seno del peronismo para definir lo que sucederá en el país en general. Entonces el peronismo aparece, como ahora, muy lejos de los otros partidos. Cuando se dice que no hay oposición, como ahora, es por la sensación de que la discusión del poder político pasa por otro lado.
En este caso, el peronismo ya tiene prácticamente decidido que su candidata será Cristina Fernández, que se posiciona muy por encima de sus competidores más cercanos. No hay grandes incertidumbres sobre los próximos cuatro o cinco años. La disputa interna y de la oposición será por posicionarse, no para ganar. Los que se fueron cuando llegó el kirchnerismo, aglutinados en el peronismo federal, correrán por fuera y contra la experiencia histórica: no hay lugar para los peronistas por fuera del peronismo.
En el peronismo, esta foto se repite no importa cuántas veces ni la experiencia que tengan sus protagonistas. El ex presidente Eduardo Duhalde sabe que nunca ningún peronista ganó por fuera del peronismo. Por fuera no hay discusión del poder para un peronista, sino que hay propuestas alternativas que nunca, por izquierda o por derecha, pudieron trascender ni proyectarse. Por lo menos así ha sido en cincuenta años. Puede cambiar alguna vez y puede juzgarse que es bueno o malo, pero así fue.
El kirchnerismo se movió con ese precepto y supo contener al peronismo al mismo tiempo que trataba de ampliar su base hacia movimientos sociales y sectores progresistas de otras corrientes. Los que se fueron, quedaron aislados, muy corridos a la derecha, asimilados a una imagen menemista que le conviene al kirchnerismo. Con su fama de astuto para la rosca, Duhalde, el más baqueano en las ciénagas partidarias, quedó enredado él solo en ese lugar que será visualizado desde la sociedad con todo lo anacrónico del menemismo y sus alianzas, del viejo sindicalismo y de los caudillos feudales.
Es como si el corralito se lo hubieran armado sus enemigos. Duhalde se exhibe con menemistas residuales, con los defensores de la dictadura, con Luis Barrionuevo y el Tula y con caudillos provinciales como Juan Carlos Romero. Muchas de sus mejores espadas del pasado no pueden entender cómo cae en un lugar que siempre trató de evitar, al mismo tiempo que rifa los últimos cartuchos de prestigio y todo gratis, por nada.
El peronismo que rodea al kirchnerismo está en un proceso de transformación. Hay nuevos intendentes en el conurbano que van reemplazando a los viejos dinosaurios y hay un debate con más contenidos políticos. Pero todavía le falta mucho por cambiar, y desprenderse, por lo menos, de prácticas que dejó el menemismo con un travestismo ideológico que terminó de reemplazar a la militancia por los negocios y por un clientelismo apolítico del mismo tipo del que plantean las agrupaciones de derecha que hablan de la “nueva política”.
A pesar de los cambios, todavía arrastra gran parte de esa herencia que genera recelos y distanciamientos. Por eso la irrupción de la candidatura de Duhalde, en un lugar que hasta parece caricaturesco, disimula bastante las falencias del otro lado. No es Duhalde contra el kirchnerismo, sino el menemismo contra un peronismo que está haciendo impacto en sectores populares, como si todo lo malo se hubiera ido con el peronismo federal. Es una foto del pasado contra un oponente que se visualiza como un sujeto en movimiento, algo que está en desarrollo y por lo tanto puede generar expectativas porque tiene un futuro.
Gran parte de ese futuro se definirá, sin embargo, en esa capacidad de transformación que pueda poner en juego el peronismo, recuperando en primer lugar una organicidad popular y de contenidos que habían sido reemplazados por puro aparato y clientelismo. En ese proceso podrá aspirar a representar una porción de la realidad equivalente a la que representó cuando fue creado. Equivalente y no igual, porque la Argentina de los años ’40 y ’50 era muy diferente de ésta del siglo XXI, que es más compleja en los campos sociales que la componen, en la forma en que se expresan y relacionan y en sus procesos económicos.
Por ese proceso a medias, la incertidumbre se traslada hasta el 2015, cuando Cristina Fernández no tenga re-reelección. La duda es si el peronismo estará en condiciones de ofrecer continuidad al proceso que comenzó en el 2003, o volverá a sorprender con un pendulazo que otra vez deje a muchos a la intemperie y deshaga lo que se hizo.
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