Sáb 01.02.2003

EL PAíS  › PANORAMA ECONOMICO

Golpe de calor

› Por Alfredo Zaiat

Una acepción de pasar calor es la insoportable sensación térmica que están padeciendo los porteños en los últimos días, mitigada con aire acondicionado por privilegiados y soportada con baños en fuentes públicas por otros. También se dice pasar calor a la persona que por torpeza o soberbia comete errores, quedando indefenso ante la mirada de los otros y en algunos casos, no en todos, quedando avergonzado con los cachetes rosados. A Roberto Lavagna le corresponde esta última definición con respecto al inútil debate que abrió con respecto a que en Argentina no hay tantos pobres como dice el Indec. Pudo haber sido fruto de un equívoco, aunque hasta ahora no se conoce una retractación del ministro. O de un golpe de calor que lo desorientó. No se descarta que, como empiezan a sospechar algunos de sus colaboradores, el agradable calor del poder haya empezado a afectarlo. Encuestas que lo muestran como uno de los miembros del gabinete de Duhalde con mejor imagen, y su ambición política que lo pone en carrera para ser compañero de fórmula de Néstor Kirchner, pudo haberlo confundido. Sin embargo, parece que este no fue el caso. Como se ha estado presentando en público últimamente y como ha emprendido cruzadas defendiendo lo indefendible (tarifas, ajuste acordado con el FMI, inmunidad al directorio del Banco Central y que no hay tantos pobres), Lavagna ha empezado a imitar, que sería tarea de psicoanalistas si se trata de un acto consciente o inconsciente, comportamientos del otrora superpoderoso ministro Domingo Cavallo. Todo aquel que no pensara como él merecía el escarnio. Toda estadística que no se acomodara a su discurso de progreso y crecimiento estaba mal confeccionada.
En una entrevista concedida a “Bandnews”, integrante de la Red Bandeirantes de Brasil, Lavagna sostuvo sin prudencia que hay “graves” problemas estadísticos en el relevamiento de pobreza en Argentina. Para sostener semejante denuncia explicó que el Indec para definir pobreza utiliza una canasta de productos donde se incluye el automóvil y su reparación. También agregó en su exposición de crítica a la labor del organismo que conduce Juan Carlos Del Bello que en esa cesta se incluye esparcimiento y turismo. Y con autoridad sentenció: “No corresponde a la pobreza”, revelando que para el ministro el pobre es pobre para todo, hasta para acceder a ofertas culturales pagas, por ejemplo.
Lavagna confundió pobreza por ingresos, que es lo que miden las estadísticas del Indec, con pobreza estructural, que reúne aspectos cualitativos como acceso a la vivienda, educación, salud, entre otros. Puede ser que sectores medios pauperizados no puedan ser considerados pobres “tradicionales” porque viven en un departamento propio en la Capital y tienen estudios terciarios. Pero con la pulverización de los salarios en una economía con desocupación récord y evolución de los precios al consumidor con un alza de poco más del 40 por ciento, esos sectores no llegan a cubrir una canasta básica total (716 pesos para una familia tipo para alimentarse, comprar indumentaria y obtener algunos servicios). Por lo tanto, en la muestra del Indec caen al mundo de los excluidos.
Esa realidad es la que refleja las dramáticas cifras del Indec, que merecerían un debate más productivo que el planteado por Lavagna. Que casi el 60 por ciento de la población, cerca de 20 millones de personas, no acerquen a sus hogares el dinero necesario para comprar un
paquete mínimo de bienes básicos debería ser la principal preocupación del ministro. La complejidad de esta crisis con inéditos indicadores sociales y laborales requiere que se articulen políticas integradoras, desestimando las que brotan de una visión parcial: dólar recontraalto para favorecer a los exportadores; 150 lecop de Plan Jefe y Jefas de Hogar para controlar la situación social; aumento de tarifas para tranquilizar a las privatizadas; bonos para compensar a los bancos por la pesificación asimétrica y amparos. Resulta evidente que no existe espacio para medidasaisladas que buscan solamente transferir costos de un sector a otro. Incluso no alcanza con volver a crecer para resolver el problema del desempleo ni con la generalización de redes de asistencia social, que para males ni sirven para rescatar de la pobreza a la mayoría de la población.
Se puede alegar que esa no es tarea para un gobierno de transición. Si así fuera, Lavagna debería haberse excusado de firmar un acuerdo con el FMI en el cual se definen metas fiscales y monetarias para más allá del 25 de mayo. Y menos aún compromisos de reformas estructurales, como el avance sobre la privatización de la banca pública y modificación del sistema tributario.
A esta altura, lo de ser un gobierno transitorio se esgrime cuando se tiene que afectar nichos de privilegio –la renegociación de los contratos de las privatizadas, por caso– y no cuando se trata de repartir beneficios a los sectores económicos concentrados o definir condiciones favorables para éstos en negociaciones futuras con el próximo gobierno. El desafío de éste, del que viene o de cualquier gobierno que deberá manejar un país de pobres, como se ha convertido la Argentina, pasa por instrumentar una política económica que tenga como eje central la redistribución de ingresos, pero no para arriba. Esa estrategia no tendrá espacio mientras se siga perdiendo tiempo en interminables negociaciones con el Fondo Monetario, para concluir con las recetas que ya se conocen.
Después de arribar a una situación no deseada, el no pago al Banco Mundial y al BID, Lavagna desperdició una oportunidad inmejorable para evitar los inconsistentes objetivos de superávit de las cuentas públicas y de expansión monetaria que se fijan una y otra vez con el FMI. Y esta ocasión no fue la excepción. Por ejemplo, asumir que no tiene que haber más emisión de pesos por el riesgo de inflación no está comprobado hoy en la Argentina postdevaluación. Con un sistema financiero que todavía no se ha normalizado, con una economía que no salió con vigor de la recesión, con una fuerte suba de precios que disminuye los saldos líquidos disponibles de las personas, frenar la compra de reservas para no emitir pesos es una ofrenda necia a la teoría monetarista. Y un riesgo innecesario asumido por Lavagna, que puede abortar la salida de la crisis al restringir el circulante, del mismo modo que lo fue el impuestazo de Machinea.

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