Sáb 12.02.2011

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Obispos y empresarios

› Por Luis Bruschtein

La crisis política en la Unión Industrial Argentina expuso la pobreza de opciones en un sector con tanto peso y cuyo escaso margen de maniobra se convierte en un lastre para el resto de la sociedad.

Muchas veces en los balances históricos subyace una especie de desazón generalizada sobre la suerte de la Argentina. Se piensa que le tendría que haber ido mejor y, en general, le echan la culpa al populismo o al sindicalismo, como hizo el escritor Mario Vargas Llosa. Son dos lugares comunes del pensamiento hegemónico en el país. El gran escritor peruano es un político pequeño. Los lugares comunes que evita con inteligencia en su obra los colecciona hasta el aburrimiento en su discurso tan latinoamericano-Miami-residente.

En general, esos balances siempre toman un referente de comparación. Para algunos son los Estados Unidos y últimamente se ha puesto muy de moda mirar con cierta envidia a Brasil, al crecimiento de su economía y la transformación que está produciendo. Los que hasta no hace tanto calificaban a Lula como un subversivo peligroso, ahora lo consideran un estadista y se lo envidian al país vecino.

Y también se da el proceso inverso: los que siempre simpatizaron con Lula en Argentina, le envidian a Brasil sus empresarios. Y no porque esos empresarios sean progresistas o centroizquierdistas, sino porque tienen un proyecto global más o menos homogéneo, desde el cual generan interlocutores bastante representativos desde el poder económico hacia el poder político. Siempre ha sido una característica de la burguesía brasileña, incluso cuando su economía estaba por detrás de la Argentina. Más aún, cuando los militares argentinos daban golpes instigados por sectores económicos siempre derrapaban en Argentina hacia el liberalismo y el desastre. En cambio, en Brasil, las dictaduras, también instigadas por sectores de la economía, fueron de-sarrollistas. No es cosa de terminar envidiándoles también a los militares, que tanto allá como aquí, siempre tenían detrás a empresarios poderosos.

La clase empresaria brasileña tiene una cultura política más desarrollada que sus colegas de la Argentina. Lula en la oposición era visualizado más a la izquierda que la mayoría de los principales gremialistas argentinos. Convocaba a los viejos guerrilleros, a los gremialistas combativos y clasistas, a la izquierda cristiana y a los partidos marxistas. Era el cuco clásico de cualquier burgués. Sin embargo, en las primeras elecciones que ganó, llevó como vice a José Alencar, un empresario multimillonario, vicepresidente de la Confederación Nacional de la Industria de Brasil. En Argentina resultaría impensable una fórmula presidencial con un sindicalista obrero combativo a la cabeza y un multimillonario y dirigente empresario como vice. Es una construcción que no entra en los esquemas nacionales. No existe un sindicalista que tenga esa historia y esa convocatoria. Pero además ninguna organización empresaria especularía siquiera en poner a uno de los suyos como vice de un candidato que no fuera de la derecha liberal, porque ése es el único parámetro por el que se permiten transitar.

A los pocos días de que Lula asumiera la presidencia, los metalúrgicos lanzaron un paro en demanda del diez por ciento de aumento salarial. Al mismo tiempo, Alencar arremetió contra las altas tasas de interés de los préstamos bancarios. Eso fue a los pocos días, pero esas tensiones se mantuvieron durante los dos mandatos, porque Alencar también acompañó a Lula en el segundo período. El punto de síntesis entre esas contradicciones era que les empezó a ir bien a los empresarios y a los obreros, por lo que las tensiones siguieron, pero los dos sectores se avivaron que solos –cada uno por su lado– les iba a ir peor.

Argentina tiene su propia tradición histórica, política y cultural. En algunos sentidos más avanzada que la brasileña, en cuanto a que las transformaciones sociales fueron anteriores. Pero en otros sentidos más atrasada. En este segundo renglón pueden incluirse las intervenciones políticas de los empresarios, la mayoría de las veces con un esquematismo ideológico tan intransigente como irresponsable. Cualquiera tiene derecho a pensar lo que le parezca, pero el peso que tiene cada sector sobre la realidad debería estar en consonancia con su responsabilidad. El ultrismo ideológico martinezdehocista llevó a una masacre en el país y al desastre económico. Pueden pensar lo que quieran, pero no pueden darse el lujo de ser ultras y esquemáticos como si se tratara de una secta de fanáticos, porque tienen demasiado poder y cada uno de sus movimientos provoca consecuencias de fondo en la sociedad.

Hablar con un empresario argentino da miedo. El hombre cree que tiene sentido común y que la mayoría piensa como él y es todo lo contrario. No tiene sentido común y está lejos de lo que piensa la mayoría. Pero más allá del contenido ideológico, lo que asusta es su imposibilidad de ver que comparte un espacio con muchas otras personas que no piensan así, que tienen otros intereses, otras miradas y que está obligado a ser flexible si no quiere agravar las tensiones entre esos disensos.

El empresario brasileño puede ser tan derechista o más, pero sabe que la mayoría de la gente piensa diferente porque mira a la sociedad desde otros lugares menos privilegiados. Aprendieron que un país no es una empresa donde la gente obedece por un salario. Las sociedades en las que están insertas las empresas son mucho más complejas y por eso la política es la que tiene que orientar a la economía, porque es la que da cuenta de esa complejidad. Las ortodoxias económicas de laboratorio, que pueden funcionar o no en una empresa, llevan al estallido de las sociedades y, en definitiva, al fracaso de las empresas que también sufren esa conmoción.

“Con Menem nos sentíamos bien pero nos iba mal, en cambio con el kirchnerismo nos sentimos mal, pero nos va bien” es una frase que se le atribuye a un empresario. Lo mismo con la dictadura: se sentían bien mientras los hacían bolsa.

La interna de la UIA es tan horrible como la de los obispos, donde el arzobispo Jorge Bergoglio representaría la “izquierda”. Y un cavernícola como el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, tiene posibilidad de llegar a la cima del Episcopado. Las cúpulas empresaria y eclesial salen con los tapones de punta y sólo buscan conectarse con porciones muy segmentadas y minoritarias de la sociedad. Desde allí se relacionan en forma beligerante con todos los demás. Ideológicamente son conservadores, pero lo más grave es que no tienen flexibilidad para relacionarse con posiciones distintas.

Se supone que el kirchnerismo ganaría las elecciones si Cristina fuera candidata. Son situaciones diferentes, pero las cúpulas que representan a la Iglesia Católica –la mayoría de los kirchneristas profesan esa religión– y a los empresarios, no plantean opciones que no sean la confrontación para relacionarse con esas mayorías. En el caso de la Iglesia, se queda sin diálogo con la mayoría de sus feligreses. A su vez, los empresarios son los que más se han enriquecido en estos años y están enojados como si el kirchnerismo los hubiera despojado. Acaban de romper todas las marcas históricas en la venta de automóviles, pero si se escucha a Cristiano Rattazzi, el hombre que representa a las automotrices, cualquiera podría pensar que la economía argentina está al borde del colapso.

Hace varios años se llamaba empresario nacional al que tenía intereses en el mercado interno y no con las trasnacionales. Se dijo que en los ’90, esa categoría había dejado de existir. En este momento, la mayor parte del comercio exterior del país es con Brasil en primer lugar y también con los demás países de la región. De esa actividad y de nuevas situaciones que se han creado en estos años tendría que surgir una cultura empresaria diferente, más progresista y volcada a la integración regional. Sin embargo la ideología trasnacionalizada del sector empresario no tiene siquiera el impulso de buscar un pensamiento propio que estructure sus intereses con estas realidades, tienden a la ortodoxia y al sectarismo y son incapaces de dejar de mirarse el ombligo.

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