EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Poco a poco, no sin sorpresa, políticos y jueces implicados se van convenciendo de que se cumplirán las primarias fijadas por la ley nacional. Nada es seguro en estas pampas, ni siquiera (¿menos que nada?) el cumplimiento de las reglas, pero la sensación cunde. Los partidos políticos y los juzgados electorales hacen sus aprestos.
La ley tiene sus bemoles, que serán más patentes según se acerquen los comicios pero la mejora una virtud cardinal y otra comparativa. La cardinal: tiende a procurar mayor participación ciudadana y a emprolijar el sistema de partidos. La comparativa: el sistema actual es caótico, sin ningún encanto, desacreditado. La proliferación de partidos inexistentes afea las mesas de votación, nada mejora la expresión de la pluralidad de ideas, permite la subsistencia de microemprendimientos de nula representación. Sirve el auspicioso ejemplo de la provincia de Santa Fe que tenía uno de los regímenes más capciosos y derivó a una legalidad valorable. Si se despeja la hojarasca de disputas (válidas o al menos inevitables) serán los partidos y, sustancialmente, los santafesinos quienes ordenarán el tablero. En la competencia nacional, el tránsito será más lento y escarpado pero, opina el cronista, por un camino más institucional.
Desde luego, el apego a la ley no está extendido en la clase política. El electorado contribuye porque no está probado que castigue a quienes infringen las reglas o las acomodan a su antojo. Los gobernadores fijan los calendarios provinciales según sus conveniencias locales. A todos hay que reconocerles sinceridad: suelen verbalizarlas en el ágora. El jefe de Gobierno Mauricio Macri analiza sus movidas en público: adelanta, atrasa, unifica... El gobernador riojano Luis Beder Herrera explicitó por qué le conviene desdoblar provinciales y nacionales. Ninguno excepciona la regla ni resalta por contraste.
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Las candidaturas “testimoniales” fueron el engendro de moda en 2009. El Frente para la Victoria (FpV) las maquinó y las implementó con saña tenaz en la provincia de Buenos Aires. En dosis menores, fuerzas opositoras usaron el recurso. Las responsabilidades respectivas eran diferentes, cuestión de proporciones, pero la irregularidad no se confinó en las fronteras del FpV.
En estas semanas, la mira se centra en las “colectoras”. No están prohibidas. Ergo, no son ilícitas, se asientan en un vacío normativo, entre los sistemas provincial y nacional. En cambio, la legalidad de las testimoniales era entre dudosa y nula. Para colmo, cuando las puso en cuestión, los candidatos mintieron sobre su intención, archiconocida. Los candidatos de las colectoras exponen sus ambiciones y sus preferencias, nada falsean.
Así como Herodes quiso ultimar a todos los bebés para matar a uno en especial, las diatribas genéricas contra las colectoras enfilan hacia una: la de Martín Sabbatella. El peronismo bonaerense hace del tema un casus belli, que divide aguas. Los medios opositores, que siempre le juegan unas boletas a placé a Daniel Scioli, suman sus voces. Allegados al gobernador y un número alto de intendentes rezongan de lo lindo. Con otras palabras, acusan a Sabbatella de “entrismo”. Le niegan sinceridad ideológica, lo defenestran como un “progresista”, un adjetivo descalificativo muy severo, después de la desaparición de Néstor Kirchner. Lo imputan por renegar de (y conspirar contra) la mítica unidad justicialista.
En verdad, las citas doctrinarias son un rebusque, lo que importa son los votos. Una posible candidatura de Sabbatella podría sumarle a Cristina Fernández de Kirchner, en tanto se los restaría a Scioli. Ese es el nudo de la cuestión, el núcleo del fastidio bonaerense y del apoyo del oficialismo nacional.
El acuerdo con Sabbatella tiene larga data, fue alentado en vida por Néstor Kirchner. Bien mirada, la táctica no innova: también en 2007 se fomentaron coaliciones pensando en congregar votos en la nacional. Julio Cobos llegó así a la vicepresidencia, refunfuñan los críticos. Cristina llegó así a la presidencia, replican los apologistas.
Todos presumen que Sabbatella puede imantar una cifra apreciable de votos, de dos dígitos. “Nos saca el 10 por ciento de los votos” claman al cielo compañeros bonaerenses de postín. El cálculo peca de mecanicista, pues es bien creíble que Sabbatella interpele (en buena medida) a ciudadanos no dispuestos a apoyar a Scioli. La imaginería de votantes cautivos llevados de las narices por sus referentes tiene poco asidero en la empiria de elecciones previas. Y parece poco adecuada en el caso de Sabbatella, un vecinalista que devino figura nacional. No acumuló ese capital político colándose bajo la sombrilla del PJ, sino diferenciándose de él, apelando a la tijerita y al corte de boletas.
Todo es móvil y provisorio en el escenario, también los pronósticos. Hecha la salvedad, el cronista cree que con las coordenadas actuales la intromisión será metabolizada por Scioli, quien será un hueso más duro de roer en otros tiras y aflojas. Colectoras surgidas de líneas internas del FpV, por ejemplo. O la integración de la fórmula a gobernador. O la nómina de diputados provinciales. El gabinete ya lo manejó desde 2007, con un sesgo mucho más similar al del peronismo convencional que al mejor perfil del kirchnerismo.
Intendentes, legisladores y punteros con rostros curtidos y ambiciones ostensibles se reúnen a diario con el gobernador. Los regateos son constantes, la vicegobernación un bocado apetecido. Uno de ellos, sin resignar la antesala y la conversación diaria, sincera sus resquemores. Optimista de la voluntad pero pesimista de la inteligencia, augura: “Daniel va a decidir eso, aunque llegarán sugerencias desde la Casa Rosada”. ¿Sugerencias, presiones?, procura precisar el cronista. Nuestro caudillo suburbano piensa más en el savoir faire: “Pepe Pampuro o Carlos Zannini pueden convencerlo de que más le vale llevar a un peronista bonaerense de izquierda para contrapesar la presencia de Sabbatella. Gabriel Mariotto, Jorge Taiana...” fantasea y ejemplifica. El contertulio de este diario se lleva bien con los dos protagonistas mencionados. Nadie es del todo inocente en los análisis, nadie juega una sola ficha ni en un solo tablero.
La colectora más afamada suscita divergencias de intereses entre dos aliados que lo son, con vicisitudes llamativas, desde 2007. El centroderecha político y en especial el patronal apuestan a que se fisure ese frente. El mediático confunde, con rara asiduidad, lo que informa con sus afanes políticos. Van en pos de una sutil variante de la profecía autocumplida: la instalada y luego concretada.
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La crisis de representación se tradujo en la atomización de los partidos, la potenciaron conductas de protagonistas centrales y de reparto. Los líderes políticos acentuaron su decisionismo y su dominación interna. Es cada vez más usual y tolerado que tomen decisiones que antaño surgían de internas o de las estructuras partidarias. En la Ciudad Autónoma, por ejemplo, los principales candidatos de la Coalición Cívica, el FpV y el PRO serán o ya fueron digitados por Elisa Carrió, Cristina Fernández o Mauricio Macri. Y puede haber más casos. En comparación, las primarias nacionales son un avance, hasta un salto de calidad.
“Por debajo” también prolifera la inorganicidad. Legisladores de todo pelaje y calidad cambian de bancada o de pertenencia partidaria con asiduidad. La dinámica parlamentaria incentiva a los bloques chicos o individuales (un hallazgo criollo). Se les conceden prerrogativas y recursos que no tienen correlación con su caudal electoral sino con canjes políticos en el Congreso.
Superar ese estado de cosas, que tributa al vasto fenómeno que fue la crisis de principio de siglo, no será sencillo ni se logrará por una modificación legal. Todo lo que impulse más y mejores instancias de participación ciudadana formará parte de la solución, que demandará años.
En el devenir, se acerca la seguidilla de elecciones, acomodadas en cada provincia por el que ejerce el Ejecutivo. Otra de las constantes nacionales: nadie que tenga oportunidad se priva de buscar ventaja, nadie cumple todas las reglas, nadie se priva de tirar una zancadilla. Resultaría raro que fuera de otra forma, en un país que tiene al truco como deporte nacional.
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