Lun 28.02.2011

EL PAíS  › OPINIóN

Pedraza y alrededores

› Por Eduardo Aliverti

Así es: por los alrededores de la detención de José Pedraza (y en simultáneo de su número dos, lo cual es un hecho inédito) hay un par de aspectos que, llamativamente, pasan más bien inadvertidos.

Un primer reflejo fue constatar que, al revés por completo de lo sucedido hacía muy poco con el apresamiento de otro jerarca sindical, la caída en desgracia de Pedraza no le movió un pelo corporativo a nadie. Es cierto: el Momo Venegas tiene detrás el apoyo explícito de Duhalde –o a la inversa, en realidad– y sus contactos y amistades en el núcleo duro de la burocracia cegetista son mucho más profundos que los del cabecilla de la Unión Ferroviaria. Además, las andanzas de quien dirige a los trabajadores rurales son investigadas por un juez como Oyarbide, del que siempre rigen sospechas en cuanto a su independencia de accionar, sumado a la propensión que tiene por los impactos mediáticos. Muy por el contrario, Susana López, la jueza de Instrucción que lleva la causa del otro adefesio, es considerada en forma unánime como una magistrada de trayectoria intachable y excelencia profesional. Pero nada de todo eso fue lo esgrimido, centralmente, para interpretar que al Momo salieran a defenderlo ipso pucho, mientras Pedraza ya manya cómo se prueban las pilchas que dejará. No. La centralidad analítica fue que en un caso hay “la mafia de los medicamentos”, y chau. Y que en el segundo rige un asesinado, provocando entonces que los códigos de solidaridad mafiosa tengan, aunque sea, la prevención de convocarse a silencio. De ahí se saltó a revolver –sin necesidades de mayor esfuerzo investigativo, por supuesto– en el descomunal nivel de vida del “sindicalista” Pedraza. Su vivienda en Puerto Madero, su declaración de que gana apenas 25 mil pesos por mes, su reloj o sus mersas apliques de oro. No importa. Es un tema que debería conducir a la pregunta de si acaso es casualidad que estos descubrimientos vean la luz sólo cuando hay un avatar judicial de por medio (verbigracia por el porqué de que nunca se revisa el origen de la fortuna de empresarios varios, definidos formalmente como tales). Y que, por lo tanto, redirecciona a interrogantes complementarios. ¿Se trata de destruirlo a Pedraza porque se lo merece, y claro que se lo merece? ¿O de asentar la construcción de discurso contra cualquier cosa que simbolice actividad gremial, sindicatos, sindicalistas, corrupción anclada únicamente ahí? Como dice Daniel Santoro, el artista, si el negro Hugo Moyano, ya sea por negro o por Moyano, viste alguna vez un Armani (que tampoco, encima), todos se preguntan de dónde sacó la plata para comprárselo. Pero a cualquiera de los que visten 150 trajes de ésos, y a quienes solamente dedican notas sobre sus internas y miradas institucionales, nadie les pregunta nada. En un punto, es lo que se llama derrota cultural. Sindicalista, sospechoso a priori. Empresario, dispensado a priori.

Tómese el párrafo precedente como paréntesis ad hoc, porque estábamos en aquello de que la diferencia de circunstancias entre Venegas y Pedraza; o entre Zanola y Pedraza, ya que estamos, es un muerto. Un asesinado. Mariano Ferreyra. ¿O sea que “la mafia de los medicamentos” es un episodio secundario porque no hay un muerto comprobado? ¿Si le dieron una droga vencida o falsa a un enfermo de cáncer es un dato aleatorio, porque lo válido es compararlo con un asesinato político? Alguna gente del PO fue casi la única que habló de eso. Y no interesa si lo dijeron porque su posicionamiento jurásico les impide soportar que la justicia burguesa mande presos a quienes denunciaron como los asesinos de su militante. Los trotskistas, o estos troscos, podrán equivocarse y vivir afuera de la realidad, compulsivamente, en torno de las recetas para los males que denuncian. Podrán ser o semejar a una secta. Podrán confundir al enemigo. Podrán ser funcionales a la derecha. Podrán laborar para continuar siendo el cero coma cero de los votos, durante toda la vida. Pero son útiles para alertar sobre variados diagnósticos, sin los cuales el escudriño de las contradicciones en los procesos históricos, como éste, que requieren acumulación de fuerzas populares, sería más pobre, más aguachento, más cínico.

El segundo elemento desatendido tras la detención de Pedraza es ante qué se está, o podría estarse, a propósito del modelo gremial dominante desde el fondo de los tiempos. Y si se habla de eso, se lo hace también de las oportunidades que ofrece el presente político. No habrá quien crea, es de imaginar, que la sucesión de problemas afrontados por tamaños caciques sindicales es ajena a un clima capaz de habilitarlos. Una temperatura apta para animárseles. Basta con sacar cuentas de cotejo. Años y años de intocabilidad. De protección absoluta. De enfrentarse como mucho a las denuncias de minoritarios opositores internos. De alianza fácil con el empresariado, con sus prebendas repugnantes a cambio de conformar a las bases. De complicidad de los emporios periodísticos, no fuera cuestión de que se creara un ánimo agitador. Años y años. ¿Y qué? ¿Resulta que de golpe y porrazo tienen que dedicarse a buscar pullovers para taparse las esposas delante de las cámaras? ¿No será que, tan de a poco como sin pausa, se les corta el carretel por la persistencia de un sistema demoliberal pero al fin y al cabo un tanto más atento en los pudores “republicanos”? ¿No será que hay un modelo, una voluntad, o como quiera llamársele, que franquicia tocarles el trasero? Es paradójicamente atractivo, aleccionador, que los medios de comunicación preponderantes anden regodeándose, casi, con las desventuras de los Venegas y los Pedraza. Justo ellos, los medios, que a la par de la connivencia con los amos gremiales vivieron cuestionando a sus patotas en forma innominada, deben dedicarse ahora a recabar en sus lujos asiáticos y su defecar en los derechos de los trabajadores. Lo vertebran, ellos, los medios, a través de señalar la confabulación general y particular del oficialismo con ellos, los oligarcas sindicales. Disponen objetivamente de parte de la razón. Pero la parte de la razón faltante es que, por carácter transitivo, el oficialismo no es el violador institucional declarado por ellos, los medios, porque si lo fuera no se explica cómo pueden ir presos los socios del kirchnerismo.

Los problemas de la corporación sindical-empresarial exceden al ámbito de la Justicia, aunque sea veraz que es ahí donde sufren las complicaciones mayores. Ya hay la lucha de agrupaciones venidas de abajo que se hacen lugar entre bandas despóticas, como en el subte, y con reconocimiento jurídico más allá de que algunos métodos sean ampliamente discutibles. Ya hay la exigencia internacional de que se admita a la CTA como un actor de pleno derecho, más allá del papelón que pasó ese órgano en su proceso electoral. Ya hay, en síntesis, que el modelo de sindicalismo meramente estatalista, conservador, violento, corrupto, entró en disputa. Una disputa poco menos que neonata, todavía imperceptible. Pero tampoco se creía que habría forma de enfrentar a Clarín, si es por eso. O de que pudieran casarse los homosexuales o de reestatizarse las jubilaciones.

No hay más destino que el que se quiera construir, pero para eso es imprescindible acertarle a la caracterización del momento histórico. Si se piensa que las desdichas de tanto pandillero son casualidad, estamos fritos. Si se juzga que responden a que cambiar algo para mejor es posible, estamos para adelante.

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