EL PAíS
› PANORAMA ELECTORAL
Perdidas
› Por J. M. Pasquini Durán
Más de un millón de iraquíes, sobre todo niños y bebés, han muerto como consecuencia directa de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos a partir de la guerra del Golfo. Las futuras víctimas civiles, si se concreta la agresión militar directa que promueve el gobierno de George W. Bush, son incalculables. Todos ellos han sido condenados por haber nacido en un territorio que posee la segunda reserva petrolera del mundo. La mayoría, además, vive en la pobreza, a pesar de esa inmensa riqueza nacional, por responsabilidad de infames regímenes de injusticia. No son los únicos perjudicados debido a las expediciones militares alentadas por la codicia imperial. Según acaban de reconocer los veteranos de guerra norteamericanos, desde Vietnam en adelante, uno de cada cuatro ex combatientes está discapacitado. “Entre nosotros –declaran– hay más que murieron por su propia mano tras volver a casa que los que murieron en batalla.” Por estas y otras razones, esos veteranos acaban de exhortar a las tropas de Estados Unidos que están siendo movilizadas en plan de conquista a desafiar la obediencia debida debido a la naturaleza criminal de la mayor parte de las órdenes que se imparten.
No son los únicos en prevenir y oponer razones a la sinrazón de la guerra petrolera. En realidad, sólo una elite conservadora en el mundo, una minoría, ha hecho propio el discurso militarista que Estados Unidos pretende que sea único, como antes lo fue el neoliberalismo económico, en nombre de una supuesta cruzada antiterrorista que ya asoló Afganistán. También, hay que decirlo, cuenta todavía con la adhesión de la mayoría de la población norteamericana, seducida por la campaña patriotera de la Casa Blanca que les promete una imposible “solución final” para el espanto provocado por el terrorismo internacional. Sin embargo, incluso esos sentimientos serían modificados si el resto del mundo abandonara la pasividad para movilizarse por la paz y eligiera la cooperación mundial para aislar al terrorismo en todas sus formas. La indiferencia y los prejuicios alimentan a los insensatos del militarismo a ultranza. No se trata de elegir entre Bush y Saddam Hussein sino entre la vida y la muerte.
Si alguien conserva ilusiones de que podrá quedarse al margen de la guerra en una economía mundializada, será mejor que deje de soñar cuanto antes. Lo menos que se pedirá a los países no beligerantes es que contribuyan con nuevos recursos a financiar el esfuerzo guerrero. No hace falta mucho para imaginarse el efecto que podría tener, si “la transferencia neta de recursos financieros hacia los países en desarrollo ha sido negativa cada uno de los años a partir de 1997”, según informó Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas a la Asamblea General de 2002, pese a lo cual estos países han aumentado sus deudas con los prestamistas internacionales. En el Informe 2003 de “Social Watch” (“Los pobres y el mercado”) consta que entre 1997 y 2001 los países en desarrollo transfirieron a los desarrollados recursos financieros por valor de 319.100 millones de dólares, sin contar la fuga masiva de capitales.
Esta es otra forma de terrorismo que provoca masacres cuyas víctimas también se cuentan por millones. El Fondo Monetario Internacional (FMI) puede ser tan nefasto como Al-Qaida y, encima, es tan insaciable como los que codician las riquezas petroleras ajenas. Basta con repasar el presente argentino para aportar evidencias de esos comportamientos, pero si alguien piensa que éste es un caso de extraordinaria decadencia, un par de datos sobre la situación social de Chile, al que suele presentarse como ejemplo a imitar, serán suficientes para aclarar el concepto. De acuerdo con estadísticas chilenas, el 56 por ciento de la fuerza laboral está “desregulada”, lo que se traduce en que esos trabajadores no tienen empleo fijo ni garantía social ninguna. A raíz de la privatización del sistema previsional, estiman que podrán jubilarse a través de los planes privados tan sólo una cuarta parte de los aportantes debido a la descapitalización o la quiebra directa de las empresas del sector.
¿Qué se puede agregar a lo dicho sobre las magnitudes de la pobreza y el desempleo en la Argentina? Aunque puede explicarse, y hasta identificarse a los responsables, la miseria no tiene justificación aceptable, a tal punto que este nivel de decadencia se ha vuelto un enigma para los que miran desde afuera. Con más de la mitad de la población en la línea de la miseria, las campañas que pretenden desacreditar a los piqueteros son tan hipócritas como los argumentos de Bush contra Irak. Para colmo, quienes se han hecho cargo de la publicidad que acusa a todos los dirigentes piqueteros, con menos evidencias que Colin Powell, han perdido autoridad moral porque unos han justificado el terrorismo de la dictadura, otros el económico y todos ellos han soportado la impunidad como norma. El movimiento piquetero, por supuesto, no es puro, incuestionable o vive en santidad, pero los encargados de criticarlo o corregirlo no pueden ser los responsables de la decadencia ni sus socios y cómplices.
Con echar una mirada sobre los devaneos de los precandidatos, a ochenta días de los comicios, alcanza para advertir que el debate nacional no puede empezar por los piqueteros ni por otros fragmentos del movimiento social sino por quienes tendrán el deber de gobernar el destino colectivo. Tal vez para más de uno la próxima elección es tan despreciable que no vale la pena ocuparse de ella, es decir lo mismo que sintieron millones de norteamericanos que, con su indiferencia, permitieron que Bush Junior llegara a la Casa Blanca por el consentimiento de un tribunal adicto y ahora cada joven norteamericano corre el peligro de entregar la vida para que otros se apropien del petróleo iraquí. No hay peor opinión en la democracia que la indiferencia.
El espectáculo bochornoso de la interna del PJ es parte de la tragedia nacional desde que, por el momento, es la fuerza política con más chances de hacerse cargo de la sucesión presidencial. O sea, de hacerse cargo y resolver los problemas nacionales, que son muchos y urgentes, y de la insoportable miseria de la mayoría popular. Resulta difícil imaginar que alguno pueda llegar con la fuerza suficiente para gobernar, mucho menos para gobernar bien. Más bien, se refuerza la sensación generalizada de despojo y latrocinio que fue representada, en una serie de la televisión norteamericana, por la oración del político corrupto: “Dios: danos salud y fuerza, que lo demás lo robaremos”.
Si la preocupación mayor de los candidatos que pretenden representar la opinión progresista es la posibilidad de aparear su nombre al de la señora Hilda de Duhalde en la boleta electoral, no hay expectativa optimista posible. En tanto el matrimonio Duhalde medita bajo el sol marino de Chapadmalal y el ex presidente Carlos Menem, parece, festeja la llegada de un nuevo heredero, son los funcionarios del FMI los que se ocupan de asuntos como la banca nacional, los planes sociales, el movimiento popular, y otros temas de la agenda nacional, todo eso con la misma sensibilidad humana y social que han demostrado hasta aquí. ¿A quién habrá que rezarle para que esta perra suerte cambie?