EL PAíS › BEATRIZ RIAL, MAMA DE MARIANO FERREYRA, HABLA DE JOSE PEDRAZA, LA POLICIA FEDERAL Y RECUERDA A SU HIJO
La mamá del joven asesinado por una patota de la Unión Ferroviaria confiesa que se pone nerviosa cada vez que los acusados piden la excarcelación. Cuenta su impresión sobre el avance de la causa judicial, la posición del Gobierno y dice que ahora espera que la investigación se centre en el rol de la policía. Pero, sobre todo, habla de su hijo y de su duelo.
› Por Irina Hauser
“¡Proletarios de todos los países, uníos!” El fragmento del Manifiesto Comunista, pintado a mano en la pared, junto a una hoz y un martillo, es una de las pocas cosas que quedan a la vista en la pequeña habitación de Mariano Ferreyra, ubicada en un altillo. Su hermana Rocío le dibujó un marco negro alrededor, como para destacar la imagen, y congelarla en el tiempo. También hay un charango tallado, un ventilador destartalado, juegos de la playstation y una gata negra que lo extraña, recostada sobre el colchón sin sábanas. Los libros, montones, se los fueron llevando sus amigos; los comics los guarda de recuerdo su cuñado Martín. La mamá, Beatriz Rial, ya no quiere subir al dormitorio porque la desagarra. Sin embargo, tan grande como su dolor parece su fortaleza, y su capacidad de evocarlo con alegría, y hasta con humor. “Si hubiera dejado la pieza tal como estaba siempre, tendría todo tirado, desordenado, lleno de vasos usados y papeles. Siempre le decía: ‘Te van a comer los bichos’”, le cuenta a Página/12. A veces le parece oírlo silbar, como cuando entraba a su casa. Le gustaba aparecer con varios amigos a la hora del almuerzo, y ella se ponía colorada porque creía que la comida no iba a alcanzar. Le resuena su imagen bajando por la escalera de caracol, con su barba cortita y sus rulos, tocando la guitarra. Se ríe de solo recordar cómo fue consiguiendo, entre bromas, mimos y palmaditas en la espalda, que toda la familia se afiliara al Partido Obrero (PO), donde militaba a los 23 años, cuando lo mató una patota de la Unión Ferroviaria (UF), en la protesta de trabajadores tercerizados del Ferrocarril Roca.
El 20 de octubre del año pasado Mariano salió de su casa en Sarandí como cualquier otro día. “Me voy, tengo una marcha”, le dijo a Beatriz. Para ella “era lo más normal del mundo”. Acostumbraba incluso a llamarlo en medio de su actividad para preguntarle “si venía almorzar”. O él le mandaba mensajes de texto preguntándole “¿Qué hay para comer, viejita?”. “Qué me iba imaginar que lo matarían, si estamos en democracia. Yo no digo que no haya riesgos. Pueden tirar piedras. Pero ¿matarlo? Un amigo suyo me llamó para avisarme que le habían disparado y que estaba en el hospital Argerich. Cuando le pregunté si estaba consciente no fue claro, entonces entendí que algo pasaba. Creo que murió apenas le dieron el tiro. Pero todo me parecía tan irreal que supongo que por eso me animé a mirar sus fotos en los medios: era la única manera de darme cuenta de que era cierto”, recuerda, mientras cierra los ojos.
Beatriz y su marido no tenían tradición de militancia. Mariano se acercó al PO por su hermano Pablo, el mayor, cuando tenía 14 años. “Empezó a leer mucho, mucha historia, una carrera que incluso después estudió, aunque la dejó a los dos años. Tenía su cuarto repleto de libros. Trabajó en la facultad en la parte de apuntes y había empezado como tornero, ya que había tomado un curso porque decía que eso era lo que le gustaba, que quería ser un obrero, estar en una fábrica. A mí siempre me pareció bien que mis hijos hicieran lo que sentían. Así como Pablo, que estuvo en el Puente Pueyrredón, dejó de militar y ahora es fotógrafo, Mariano siguió militando y se dedicaba mucho. Cuando mis compañeros de trabajo o los vecinos lo vieron en la toma de (la fábrica) Sasetru, me decían alarmados ¡tu hijo estaba ahí! Y sí... si no existiera gente que se interesa, equivocada o no, en la política, esto no sería un país. Yo, que hace más de treinta años que trabajo en una escuela, sé que los pibes tienen poca motivación.”
–A ustedes, como familia, no se los ha visto salir a reclamar justicia públicamente, como quizá lo hacen familiares de víctimas de otros casos. ¿Usted siente ese impulso de exigir que se haga justicia o vive la situación de otro modo?
–Por ahora siento que no me queda otra chance que confiar en la Justicia. Tengo la necesidad de que se haga justicia, claro, y el día que se haga el juicio oral voy a estar ahí.
–Apenas ocurrió todo, ¿pudo interpretar qué había pasado? ¿Pensaba que el ataque había estado organizado o que había disparado un loco suelto, o un marginal?
–Al comienzo no te da la cabeza para pensar ni entender nada. Pero Mariano algo que me había contado del conflicto de los tercerizados y con el tiempo empecé a sospechar que había sido organizado por la Unión Ferroviaria. Alguna persona apretó el gatillo y tiró la bala. ¿Por qué? ¿Cómo llegó a hacer eso? Se nota que fue mandado por alguien.
–¿Cree que Mariano estaba marcado?
–No, creo que les tiraron a los que tenían enfrente, que estaban haciendo un cordón para proteger a las mujeres y los chicos. Así como lo mataron a él, tal vez si estaba un poco más allá, le tocaba a otro. Y viste cómo es, lo vieron con la barbita y bueno. Tal vez fue el destino que le tocara a él.
La casa de los Ferreyra es una planta baja antigua pero muy cuidada, con patio al fondo. Tiene cerámicos ochentosos y cachivaches en una de las paredes. Hay adornos navideños, un abanico, un gran espejo y algunas fotos familiares. Entre ellas, una de Mariano, sonriente, con un megáfono en la mano. En la cocina, conectada al living, hay una planta de ruda, que compró el papá, Ricardo, que prefirió no hablar en la entrevista. La maceta está medio escondida, pero cada vez que alguien la roza el aroma revela su presencia al inundar el ambiente.
Beatriz Rial es técnica óptica, pero toda la vida trabajó como preceptora, y es la jefa de preceptores en la Escuela Media Número 11 Simón Bolívar, que queda en la misma cuadra donde vive. Allí estudiaron sus hijos.
Después que murió Mariano estuvo un mes sin ir a trabajar. “No quería ni salir a la calle, porque abría la puerta y todo el mundo me paraba y me hablaba del tema, y yo necesitaba más tiempo. Después aprendí a decir ‘estoy bien’, sin más palabras. Los alumnos me mandaron pilas y pilas de cartas hermosas. Volví a la escuela antes de lo que imaginaba. Allí los chicos me abrazan y me están encima, son muy cariñosos”, suspira.
Beatriz tiene 58 años, se la ve aplomada, con la cara despejada y los ojos luminosos. Tiene rulitos dorados y una cadenita con una lechuza. Disfruta de la presencia de sus hijas, a su lado, y las hace participar en la charla. En los debates familiares, decidieron que Pablo se ocuparía de la causa judicial, aunque ella sigue todo de cerca. Desde chico, dice, lo siente como un sostén, a tal punto que cuando Mariano y las chicas eran pequeños Pablo los cuidaba un buen rato mientras ella trabajaba. “Entrabas a casa y estaban todos dibujando. Los hacía disfrazar, les sacaba fotos. Era increíble, mis hijos tenían a todo el barrio maravillado”, relata orgullosa.
–¿Está conforme con la evolución de la investigación que está haciendo la Justicia?
–La verdad que sí, y actuó de manera muy rápida, nuestra Justicia que es re lenta. Pero bueno, por algo se movió. Es un muerto político. Es evidente que al Gobierno no le convenía en un año de elecciones, porque para colmo (José) Pedraza (titular de la UF) estaba ligado a ellos. Como pasa en todos los gobiernos, por más que sean de una manera quizá están rodeados de gente que piensa distinto.
–¿Hablaron de eso cuando Cristina Kirchner los recibió a usted y sus hijos en la Casa Rosada?
–En un momento, cuando mi hijo Pablo le dijo que él esperaba que se llegara hasta los autores intelectuales, ella contestó que se había casado una sola vez, y con quien se casó se había muerto, como diciendo que no se casa con nadie más. Ella dijo que había hablado con la jueza o con la fiscal y les había pedido que lo controlaran bien a (Cristian) Favale, que le pusieran mucha seguridad, para que no lo mataran en la cárcel, porque no quería perder a alguien que seguramente sabía mucho. Recordó el caso del represor Héctor Febres. Yo creo que Favale sabe porque disparó, pero también supongo que había más de las dos armas confirmadas hasta ahora.
–¿Con qué recuerdo o sensación se quedó después del encuentro?
–A ella se la ve como una mujer muy decidida y segura de lo que dice. Nos habló de su militancia. Estuvo bien, siempre con su estilo, de que todo es sólo como dice ella. Pero me gustó la reunión. Me dio tranquilidad, aunque uno siempre se queda con la duda, ¿se jugará de verdad? Hasta ese momento ni pensaba que realmente podían detener a Pedraza, pero ahí comencé a cambiar de idea. Me empecé a convencer de que tarde o temprano le iba a tocar. Fue alentador, en comparación con el silencio que había mantenido el Gobierno en un comienzo, y después peor cuando murió (Néstor) Kirchner. Ahí pensé que se acababa todo. Roberto Baradel (secretario de Suteba) ayudó a que se concretara el encuentro con la Presidenta. Ella después nos dijo que lo de Mariano lo había afectado a su esposo, que se había ocupado personalmente del tema.
–¿Cómo vivió las primeras detenciones de los integrantes de la patota que ordenó la jueza Wilma López?
–Fue como un desahogo. A la vez, tuve bronca de verlos ahí y que hayan matado a mí hijo. Pero era alentador saber que habían identificado a alguien, que había algo.
–¿Y cuando detuvieron a Pedraza, y al número dos del gremio, Juan Carlos Fernández?
–Me mandó un mensaje Pablo, temprano a la mañana, y sentí satisfacción. Y, otra vez, como un nuevo desahogo, tranquilidad. Cuando llegué a la escuela todos festejaban. Apenas entré la directora me recibió a los gritos “¡Está preso Pedraza!”. Sentí que hay algo de justicia, pero después me quedó como una cosa en el pecho hasta que me enteré que seguía detenido porque le habían rechazado la excarcelación. El abogado del CELS, Diego Morales, se encarga con Pablo de darme tranquilidad todo el tiempo. Pablo, que se entrevistó al comienzo con la jueza y con la que era la fiscal (Cristina Caamaño, ahora viceministra de Seguridad), siempre me transmitió que las veía como mujeres firmes, me transmitió confianza.
–¿Y cómo le cayó la noticia de que la UF, Pedraza mismo, había estado gestionando un soborno a un camarista de Casación para liberar a los detenidos?
–Me dio un poco de miedo, no lo voy a negar. La sensación de que no sabés con qué te podés encontrar y la certeza de que evidentemente si mandaron a matar son capaces todo. Si para colmo pusieron ese perito que golpeó la bala que mató a Mariano, es increíble. Pero hagan lo que hagan se va descubriendo todo.
–¿Cómo es la relación de ustedes con el Partido Obrero?
–Los atiendo y todo cuando me llaman, pero nosotros no nos consideramos del Partido Obrero. Eramos por Mariano, que nos afilió a nosotros y hasta a mis amigos, pero no por otra cosa. Igual tenemos una buena relación. Cuando detuvieron Pedraza me llamó Marcelo Ramal, preguntándome si estaba contenta, porque ellos lo estaban, y se jactó de sus marchas. Yo lo que valoro es que sus marchas actualizan el tema. No fui a esas marchas, pero mis hijas fueron a algunas. Sólo fui al festival de música. Igual seguramente va a llegar un momento en que se diluya el tema. Ojalá se llegue a hacer el juicio este año.
–Ahora ¿qué expectativas tiene en relación con la causa?
–Por lo menos que estén unos cuantos años en la cárcel. Me da incertidumbre que no se sabe qué va a pasar hasta que se haga el juicio. Mientras tanto, me pongo nerviosa cada vez que plantean la excarcelación. Me daría rabia que andaran sueltos. Tienen que pagar de alguna manera. Ahora también espero que la Policía Federal caiga, ya que tuvo un papel importante. Si los policías no hubieran estado de acuerdo con ellos, si no hubieran sacado los patrulleros para dejar pasar a la patota, no hubiera pasado lo que pasó. Son una basura. Esta es una parte muy importante que debería avanzar, aunque sé que la fiscalía ya pidió varias indagatorias.
A Beatriz los amigos de militancia de Mariano la visitan a menudo. Van a charlar y a hacerle compañía, pero hablan cada vez menos de lo que sucedió. Ella les ofreció los libros de Mariano, a modo de recuerdo. Al principio no se animaban a llevarlos, pero de a poco lo hicieron. Uno de los chicos, Mauro, le pidió un cuento que había escrito Mariano, que estaba en una computadora que ya no andaba, pero lograron rescatarlo. “Ni me acuerdo de qué trataba el cuento, pero a Mauro le gustaba. Mariano escribía mucho, disfrutaba de eso”, dice Beatriz. A fin de año, cuando su hija Rocío terminó la secundaria, iban rumbo al festejo y el remisero paró cerca de la Estación Avellaneda, donde comenzaron los incidentes donde mataron a Mariano. Al levantar la vista, Beatriz se topó con su rostro, pintado, enorme, en un mural. “Me dio una cosa acá”, se señala la garganta. “Igual que cuando veo sus fotos de cuando era chico y pienso ‘cómo puede ser, ¡no lo tengo más!’ –solloza–. ¿Pero sabés qué? Hizo y vivió para lo que a él le gustaba. Murió haciendo lo que le gustaba, y yo lo apoyaba.”
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