EL PAíS • SUBNOTA
Beatriz Rial empieza a hablar de Mariano y se convierte en una catarata de recuerdos que reconstruye con alegría. “Creo que nunca lo vi estudiar, pero tenía nueve o diez en todo. Lo que leía se ve que le quedaba. Pero era medio tímido, los compañeros lo cargaban. No sabés cuántas veces hablé con los amigos por eso. Lo querían, pero lo cargaban. Los chicos son así (...). Mariano tenía rulos, y me pedía que lo pelara, así que me compré la maquinita, y le cortaba todo el pelo. Hace unos diez años. Como tenía la cara alargada le decían bala. Un día vino y me contó muy afligido: ‘Mami me dicen bala’. Fue una de las veces que tuve que hablar con ellos, y me dijeron que le decían así por la forma de la cabeza, no por otra cosa. Pero bueno, él era tan tímido. Como la municipalidad había puesto acá al lado talleres de teatro, cocina, porcelana, pintura y otras cosas, se me ocurrió anotarlo en teatro. Fue y le encantó. Después me decía: ‘Mami te agradezco tanto que me hayas mandado’, porque lo ayudó a desinhibirse (...). Amaba los libros y la política. Pero también le gustaba la música, y aunque nunca estudió, tocaba la guitarra perfectamente, era como su pareja. Una vez también se compró un acordeón usado, y tenía un teclado, que se lo quedó mi hija Paula. Para el último cumpleaños, el 3 de junio, le regalé la guitarra eléctrica, pero casi no llegó a usarla (...). Ah, los cumpleaños, siempre decía que iba a invitar a diez amigos, y al final aparecían treinta. Y salíamos a comprar palitos y papas fritas de emergencia (...). Nunca le importó la plata, ni la ropa. Yo le tenía que andar comprando la ropa, si no no se compraba nada. Eso sí, me advertía que no se le tenía que ver la marca y las zapatillas tenían que ser negras (...). Había vivido con su última novia, pero no la pasó bien. Cuando volvió a casa me dijo ‘Ma, no me voy más de acá’.”
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