Jue 17.03.2011

EL PAíS  › OPINION

La onda expansiva

› Por Mario Wainfeld

Los votantes catamarqueños pueden haber tenido un abanico de razones para su veredicto del domingo pasado. Eso sí, el resultado produjo una conclusión compartida por la abrumadora mayoría de los dirigentes políticos, de cualquier bandería. El pronunciamiento popular “algo” dijo sobre la actual legitimidad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Algo (o mucho) a favor, más vale.

La liturgia ulterior a la sorpresaza subrayó esa impresión. Funcionarios nacionales kirchneristas fatigaron programas de tevé esa noche y la siguiente, un par levantó vuelo hacia la provincia recuperada.

En espejo, el vicepresidente Julio Cobos y el senador Eduardo Sanz, que habían viajado para unirse al festejo en San Fernando del Valle de Catamarca, pasaron a la clandestinidad cuando se develó el escrutinio. El diputado Ricardo Alfonsín fue más bicho porque se ahorró el mal trago de ver al rival dar la vuelta olímpica de cuerpo presente.

Los grandes medios y sus columnistas regañaron a “la oposición” por su falta de enjundia, de organicidad y de punch.

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El arco opositor se puso en estado de alerta y movilización. Los dos precandidatos del PRO porteño –la diputada Gabriela Michetti y el jefe de Gabinete Horacio Rodríguez Larreta– discutieron agriamente, como de costumbre pero esta vez lo hicieron público.

Los peronistas federales, cuyo paladín catamarqueño Luis Barrionuevo hizo un sapo formidable, debatieron sin claridad entre ellos y confirmaron al diputado Felipe Solá como presidente de su bloque, a falta de un relevo consensuado y con prestigio.

Los radicales fueron los más damnificados. Perdieron una gobernación que mantuvieron 20 años. Acusaron el golpe, con distintos visajes. Sanz insistió en la necesidad de ampliar un frente opositor poco precisado. Cobos mocionó suspender la interna abierta de abril, en la que no va a participar. Explicó que es el momento de renunciar a posiciones personales, un amague de bajarse de una competencia en la que va cediendo terreno día a día. Renunciar a algo (casi) perdido es una bonita inspiración para un bolero aunque no una seductora (o sensata) oferta política. Sus correligionarios le replicaron como marca el manual: “vade retro, Cleto”.

A los ojos del cronista, en una situación de relativa flaqueza y sin hegemonía dentro del archipiélago opositor, la interna abierta boina blanca sigue siendo una movida que puede mejorar su posición relativa. Pondrá en escena a un candidato, surgido de una votación, muy mimado por los medios dominantes. Quienquiera fuera el vencedor, mantendrá a los votantes de su partido que no alcanzan para ganar la presidencial pero que son un caudal no desdeñable.

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El mapa Volga de la Argentina tiene muchas fronteras en línea recta. Así están trazadas varias provincias, Catamarca y Chubut entre ellas. La naturaleza aborrece la línea recta, esos límites fueron dibujados por la mano del hombre, son en algún sentido artificiales. Pero la perduración de las identidades y el federalismo dejan huella y cada provincia es, en términos políticos, un ejemplar único. ¿Por qué tanto revuelo por un caso particular, que concierne a menos del uno por ciento del padrón nacional? Por buenos y raigales motivos.

La onda expansiva ulterior al domingo es enorme porque concuerda con percepciones extendidas, desde bastante antes.

El peso determinante del apoyo presidencial para torcer unos comicios que hace dos meses pintaban para victoria local por goleada sintoniza bien con el cuadro nacional y el clima de opinión pública. Armoniza con el crecimiento de la imagen e intención de voto de Cristina Fernández. También con el dinamismo de las movilizaciones oficialistas, con la vivacidad de sus polemistas en la arena pública, con la mayoría de los indicadores económico-sociales. Sus adversarios lo saben.

El gobernador Eduardo Brizuela del Moral pudo perder por errores propios, el pueblo de la provincia pudo hartarse del continuismo, hasta tal vez el resultado podría haber sido diferente tomando en cuenta la escasa distancia entre las dos listas... esas anécdotas aluden al desenlace de Catamarca pero no a la relación de fuerzas a nivel nacional.

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Grandes medios y sus editorialistas reinciden en un reproche que comenzó a escucharse el año pasado, cuando fracasó la epopeya del Grupo A en el Congreso. Exhortan al variopinto aglomerado anti K a ser “la oposición”, ese mito urbano. Pero los opositores (si se autoriza al cronista un retruécano propio del rabino Bergman) están partidos porque son partidos. Varios partidos, con linajes, adhesiones y ambiciones propias.

La perspectiva de llegar a la Rosada en el 2011, que parecía un trámite accesible dos o tres años atrás, no catalizó (ni tenía por qué catalizar) la unidad entre ajenos. Por el contrario, fomentó el internismo en los partidos papábiles. Puede cuestionárseles cierta avidez prematura pero no (como insisten plumas de postín) mantener el perfil propio o ambicionar llegar al gobierno. Es vacuo requerirles que renuncien a la sal de la política democrática.

La UCR, el Peronismo Federal y Proyecto Sur tienen horizontes diferentes y voluntad de consolidar sus construcciones. Mauricio Macri podría confluir con los compañeros disidentes, con algunas dificultades, pero es imposible imaginar otras alquimias.

La Unión Democrática perdió en 1946, el recuerdo se extravía en la memoria. Pero el fiasco de la Alianza está más fresco y vale consignar que era un dechado de homogeneidad, comparada con alguna virtual entente de las distintas facciones del Grupo A. Una alquimia sin liderazgo supone demasiados sacrificios de la fuerza propia. Alfonsín siempre alerta contra ese riesgo. El gobernador Hermes Binner es otro que repiquetea evocándolo. Dicho sea de paso, el líder del socialismo insinuó (en un comentario polisémico mas no inocente) que podría aspirar a la presidencia. Debería superar dos pruebas de fuego escalonadas: que su “pollo” Antonio Bonfatti gane la interna provincial de la alianza con el radicalismo y luego prevalezca en la contienda posterior con los peronistas. Recién si se diera esa redoblona, el mensaje de Binner cobraría cuerpo. De cualquier forma, el gobernador santafesino hubiera guardado esas palabras si las oposiciones estuvieran ordenadas, aglutinadas y con un programa alternativo de gobierno. O si hubiera un liderazgo que le “juntara la cabeza” a los votantes opositores. El sistema electoral induce a la polarización pero los protagonistas tienen que aportar su cuota para que los ciudadanos los vean como alternativa viable.

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El principio de identidad sigue vigente, incluso en un país con poca calidad institucional. A es A y no es B. Chubut es Chubut y no Catamarca, una obviedad que será salteada si el partido del gobernador Mario Das Neves revalida títulos el domingo que viene. Das Neves, como el sanluiseño Alberto Rodríguez Saá, es un referente peronista que quiere usar su potencial en la provincia para proyectarse como presidenciable. El tránsito es escarpado pero la ambición da cuenta de cuán firme pisa (cree pisar) en el terruño.

Chubut es una provincia más moderna y rica que Catamarca. La imagen positiva de Das Neves es muy alta, parangonable a la de la Presidenta. Si él fuera el candidato, la suerte seguramente estaría echada. Su delfín Martín Buzzi, de cualquier modo, es el intendente de la ciudad más grande y pujante de la provincia, Comodoro Rivadavia. Chubut, como Buenos Aires y Santa Fe, es una de las contadas provincias en las que la Capital no es la ciudad más importante.

Das Neves desafió a su pueblo: si pierde se retira de la política. Una variante del “operativo clamor”, un recurso de quien cree tener predicamento masivo. Brizuela del Moral había elegido una interpelación más berreta y provocativa, cuando auguró que gobernaría 20 años más, a gusto o disgusto de los catamarqueños.

Los peronistas federales replican a sus colegas radicales: los diputados Felipe Solá y Francisco de Narváez ya anunciaron que estarán en la provincia el día de los comicios. Si les resulta podrán cantar victoria ante el kirchnerismo y, de paso, diferenciarse gratamente de los boinas blancas. La interna opositora no pierde vigencia, se reconfigura.

Los vaticinios son indigestos. El gran favorito (como en la mayoría de los distritos) es el oficialismo local. Catamarca fue un batacazo, si Das Neves fuera batido sería un tsunami, un doblete asombroso para el kirchnerismo, jugando muy de visitante.

El resultado más factible no compensará lo logrado en Catamarca. Menos que nadie para los radicales, que ganaron cuatro de las siete elecciones a la gobernación chubutense. Perdieron en las dos más recientes contra el peronismo y ahora (tal parece) sucumbirán a la polarización entre dos listas justicialistas. Los sondeos profetizan que éstas capturarán, acaso, el 90 por ciento de los votos.

En las elecciones siguientes –Salta, La Rioja, Neuquén– también las apuestas favorecen a los respectivos oficialismos provinciales, todos afines al gobierno nacional. El road show recién empieza.

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