Mié 30.03.2011

EL PAíS  › ALCIRA RíOS, ABOGADA Y SOBREVIVIENTE, HABLó SOBRE EL CAUTIVERIO DE LAURA CARLOTTO

“Laura pasó cinco horas con su hijo”

Declaró durante la primera audiencia de testigos en la causa por el plan sistemático de apropiación de hijos de desaparecidos. Estuvo en La Cacha con la hija de Estela de Carlotto, que le contó que durante el parto estuvo engrillada a una camilla.

› Por Alejandra Dandan

Una y otra vez le preguntaron a Alcira Ríos por lo que le dijo Rita, una de sus compañeras del centro clandestino. “Me dijo que la criatura nació bien –explicó–, que todo fue perfecto; ella estaba muy contenta y que esas cinco horas que pasó con su hijo fueron inolvidables.” Alcira supo el nombre de esa compañera muchos años más tarde, cuando estaba en Brasil y se encontró con Estela de Carlotto, que estaba buscando a su hija. La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo le dijo que a su hija le decían Rita y le mostró una foto: Alcira empezó a contarle entonces lo que ayer relató durante tres horas en la primera jornada de testimonios del juicio por el plan sistemático de apropiación de bebés durante la última dictadura.

La audiencia había empezado temprano con una conexión con Campo de Mayo, donde está internado con fractura de brazo el dictador Jorge Rafael Videla. Como sucedió la semana pasada con los otros acusados, Videla habló como un espectro a través de la pantalla y negó su responsabilidad en la causa (ver aparte). Durante la tarde, el Tribunal Oral Federal 6 anunció que, terminada la etapa preliminar, el resto de los acusados podía ausentarse del debate. Los abogados de Reynaldo Bignone, Omar Riveros y Jorge “El Tigre” Acosta, entre otros, tomaron la posta rápidamente y pidieron las salidas. Mientras se levantaban, la sala quedó completamente a oscuras durante largos minutos por un desperfecto con la luz.

El primer testigo fue Pedro Alberto Pedroncini, que explicó el origen de las denuncias que abrieron las primeras hojas de la causa (ver aparte). Y luego Alcira Ríos. Ella había vivido en Santa Fe, militó entre los trabajadores de prensa y escapó a San Nicolás con su marido, Luis Córdoba, perseguidos por la Triple A. Los secuestraron en 1978. Primero estuvieron en San Nicolás y después en La Cacha. Los golpearon, los torturaron.

La Cacha había sido la base de la ex Planta Transmisora de Radio Provincia. A Alcira la pusieron en una de las dos “cuevas”: espacios donde sólo podía estar en cuatro patas; tirada en una colchoneta, las manos engrilladas y los pies atados a la pared. Al llegar, conoció a Laura Carlotto: “¿Cómo estás? –le dijo–. Sacate la capucha, yo soy otra detenida, me llamo Rita y tu marido está cuidado. Me voy porque si me ven me van sancionar.”

Desde la cueva, Alcira conoció a otros detenidos. “Así empecé a conocer a todos los que estaban ahí –dijo–. Llegó un momento en que en realidad eran muchos, quisiera nombrarlos porque si uno a los desaparecidos no los nombra siguen estando desaparecidos.”

Rita era una chica joven, explicó la abogada, que volvió a verla al día siguiente. Laura Carlotto había llegado hacía diez meses. Militaba en Montoneros, se la llevaron de Capital, desde donde estaba el área de prensa, dijo Alcira. La secuestraron con su compañero. Primero pasaron una semana en la ESMA, luego llegaron a La Cacha. Un día después de la llegada, fusilaron a su compañero en el patio mientras le decían “terroristas subversivos”. “¿Qué hacen con los cuerpos?”, le preguntó Alcira. “Me parece que les echan goma de caucho y los queman”, dijo Laura.

Laura no era la única embarazada. Entre otras, Alcira mencionó a María o Norma Akin, secuestrada con sus hijos y su madre, a quien sus compañeros dieron por desaparecida y quien recién después de 27 años logró acercarse a la Conadep. También a María Inés Paleo, que sobrevivió vigilada.

“A mediados de agosto de pronto escucho un llanto terrible, como que salía del corazón –indicó–. Una de las chicas estaba a los gritos y escucho la voz de una compañera que dice: ‘Calmate, calmate, no solucionamos nada así, Rita. Acordate: sobrevivir, resistir y sobrevivir’.” Laura les decía que no iba a poder hacerlo: “¡Tengo un hijo que me quitaron y no sé dónde mierda está!”. Un ataque de nervios y de llanto, dijo Alcira. “Nos quedamos todos destruidos.”

Durante su testimonio, Alcira explicó que el niño había nacido antes de que ella llegara al centro clandestino. Que fue el 26 de junio de ese año. Que a Laura se la habían llevado en una ambulancia a un hospital militar del que sólo se tienen indicios pero no certezas. “Durante el parto estuve engrillada a una camilla –le contó Laura–, estaba sola en una sala, cuando se abría una puerta había un soldado uniformado ahí, o sea que debe haber sido un hospital militar y lo tuve cinco horas”, dijo. Al niño le puso Guido, el nombre de su padre. El niño nació lo más bien, dijo, perfecto, y a Laura le dijeron que se lo iban a llevar a su madre.

Dos o tres días después del shock, a Laura le anunciaron que se iba a la ESMA para un consejo de guerra, pero estaba convencida de que iba a volver a estar con su familia. El 24 de agosto pidió permiso para despedirse de los compañeros cama por cama. “Cuando llegó a la mía me dijo: ‘Yo de vos quiero un recuerdo’”. Alcira le dio lo único que le había quedado: un corpiño negro de encaje que años más tarde sirvió para confirmar la identidad de su cadáver.

Cuando fue liberada Alcira viajó a Brasil. Denunció. No habló de Laura, convencida de que estaba con su familia. Se encontró más tarde con Estela. La presidenta del tribunal le preguntó sobre las inscripciones de los nacimientos. “¿A quién se lo iba a decir? –dijo –. No se inscribían ni a la embarazada ni el parto ni el bebé: eran totalmente clandestinos. Ella me dijo a mí ‘lo tuve cinco horas conmigo, lo disfruté cinco horas y le puse Guido por mi papá’, que se lo iban a dar a su madre y lo que sí me dijo es que al día siguiente ella volvió al campo.”

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