EL PAíS › OPINIóN
› Por Manuela Fingueret *
“Y este conocimiento de la futilidad e insignificancia del poder, la conocían entre los judíos tanto los grandes como los pequeños, los libres como los oprimidos, los más alejados como los más cercanos.”
El judío Süs
Lion Feuchtwanger
Se podría debatir acerca de los judíos y su inserción política en distintos momentos de la historia, pero en estos tiempos, el pueblo, como dice Baudrillard, es la “opinión pública”, y la opinión, ya sabemos, siempre la han manejado los poderosos.
Entre los judíos, esa opinión refiere a saberes y creencias diferentes entre sus integrantes. Abunda la ignorancia en muchos; la indiferencia en otros; la adoración a Jehová en los religiosos; en algunos, alianzas convenientes con el gobierno de turno y en muchos, la tradición de ejercer un pensamiento crítico lúcido.
Somos una tribu, como me gusta decir, que ha vagado más de cuarenta años por el desierto con el mandato de que seremos libres en tanto cada generación pueda leer la Torá, con sus metáforas, enseñanzas y códigos para reinterpretar la realidad. Nómades y cuestionadores, la duda, el humor y la palabra como brújula, permitieron crear, rebelarse, sobrevivir. Es contradictorio, entonces, que quien se capacitó para transmitir la ética de los maestros y valores culturales inalienables que legaron entre tantos otros Spinoza, Maimónides, Buber, Benjamin, profetas y rabíes, para que cada uno se cuestione y elija su propia aventura, ignore esa herencia con discursos y actitudes funcionales a las ambiciones personales. Es importante comprometerse con nuestro país por convicción y por elección, pero desde lo individual. No es lícito que quien lo haga siga en funciones al frente de una comunidad porque sabe que confunde y aprovecha de ello ante los que no conocen que el rabino no es un “delegado” de Dios ni una autoridad verticalista, sino sólo un guía espiritual.
Sergio Bergman habilita al amigo judío que necesitan los Grondona, Biolcati, Blumberg, Macri y otros. Similar al libro de Feuchtwanger, es un ejemplo revelador respecto de esos judíos que se deslumbran con el poder, el dinero y la popularidad como ocurrió con algunos personajes comunitarios nefastos en épocas del menemismo.
Una pena que no haya continuado su excelente tarea como rabino reformista que ayudó a construir nuevas pautas que se opusieron al establishment judío. No es el único que se ha mimetizado. También militan en esa banda elástica de judíos Süs, intelectuales y periodistas que se mimetizan con los medios de comunicación que los emplean, que les pagan muy bien sus conferencias y defensas corporativas. Como me dijo uno de estos oportunistas hace tiempo: de ese lugar no se vuelve.
Me apena que la ciudadanía, en su desconocimiento de la diversidad y variedad de judíos y judaísmos que expresamos, nos identifique con quien se erige como un pastor mediático de almas cuyo abuso de aforismos y juegos de palabras es banal y lastimoso al pontificar al estilo de los evangelistas televisivos.
Parafraseando a la película homónima, de lo que se trata en definitiva es que Bergman no asume, como rabino, una premisa esencial del judaísmo: “Ser digno de ser”.
* Escritora; www.manuelafingueret.com.ar
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