EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
“No hay nada más bello
que lo que nunca he tenido.
Nada más amado
que lo que perdí”
Joan Manuel Serrat. “Lucía.”
Juan Domingo Perón, Raúl Alfonsín y Néstor Kirchner llegaron a la presidencia tras arrancar de bastante abajo. Perón, maximizando a la Secretaría de Trabajo, una repartición de segunda, hasta entonces. Alfonsín repechando su condición de minoría del radicalismo, segundón del peronismo por entonces. Kirchner tras obtener una irrisoria cosecha de votos, con una candidatura que llegó por descarte. Los tres conjugaron bien con los vientos de su época y tuvieron una cooperación involuntaria pero no menor de sus mediocres adversarios. Algo de fortuna hay siempre en la construcción de un liderazgo, como percibió antes que nadie Nicolás Maquiavelo. Pero la fortuna no basta sin el concurso de la destreza, la muñeca política (eso que en lengua del florentino se llamaba “virtú”). Y un piné acorde con los desafíos, que sin eso no hay Príncipe que pinte.
El vicepresidente Julio César Cleto Cobos no tendría derecho a quejarse de su fortuna. Dos golpes de suerte lo catapultaron, en menos de un año. Llegó a la fórmula con Cristina Fernández de Kirchner porque era el único gobernador “radical K” que no tenía posibilidad de reelección. Sus pares eligieron mantenerse en el terruño, sagazmente. Al mendocino le cayó del cielo su designación. La noche del voto no positivo fue otra mano que le dio el destino, propiciada por una acumulación de errores asombrosos del kirchnerismo, que remató en dejarle desempatar y ascender a ligas mayores.
Se topó con un capital político gigantesco, al bajo costo de sumarse a dos rebaños: el radicalismo en la Concertación y el frente político-agrario-opositor. Quedó encabezándolos con un potencial inimaginable. Presidenciable, hijo pródigo amnistiado en triunfo por sus correligionarios.
Desde entonces nada interesante hizo para administrar bien esa fortuna. Creyó que le duraría más de tres años, en un escenario cambiante. Merced a su desapego institucional, gozaba de una inmerecida licencia con goce de sueldo. Sin laburo por hacer, podía consagrarse full time a acumular, a “hacer política”. En tres años se consagró a la molicie y a mirarse al espejo, que le devolvía una imagen falsa, espléndida.
Un dirigente con más garra o calidad habría convocado cuadros políticos o intelectuales, lanzado ideas fuerza novedosas, armado grupos de estudio o de militantes. El se conformó con la agenda que le inventaron los grandes medios. Poner cara de estadista, visitar Expoagro o recitar banalidades en el coloquio de IDEA. Su caso, no exclusivo, es interesante para analizar los límites del poder mediático. Una cosa es “instalar” un candidato, maquillarlo, embellecerlo. Es un primer peldaño. El resto de la escalera depende de otras acciones o destrezas. Cobos creyó la mitología que los grandes medios elaboraron para darle aire. Esos embustes son un recurso deseable, por cierto, a condición de que sus emisores no los crean.
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Surgió una noche, no lo esperaban. Se licuó en años de impericia. Ayer renunció a lo que ya no tenía, un tema más digno de un bolero o un tangazo que de la política.
Lo anunció a su modo, egoísta y desabrido. Sembró críticas sobre el diputado Ricardo Alfonsín, convencido de que no puede batirlo en la interna. Hasta dejó sombras de sospecha sobre la mala fe de Alfonsín y Angel Rozas, como ya habían insinuado adláteres del senador Ernesto Sanz.
Como fuera, su retirada es una buena nueva para Alfonsín, quien mejora sus perspectivas para convocar potenciales aliados. A estos (Hermes Binner, Luis Juez, Margarita Stolbizer) también los interpela la movida de Cobos. Acorta sus plazos para decidir si van a la zaga de la UCR o si arman una opción propia.
Las miradas del radicalismo y de ese sector convergerán ahora sobre Sanz, quien se apeó inopinada y destructivamente de la preinterna boina blanca pautada para el 29 de abril. Sanz ya venía clueco, ahora queda desvencijado. Lloverán reclamos de correligionarios de todas las geografías pidiéndole que no persista en su virtual afán de competir en las primarias de agosto. A los émulos de Yrigoyen, muchos de los cuales piensan más en sus cercanos territorios que en las evanescentes elecciones presidenciales, los fortificaría unificar personería cuanto antes.
Días atrás, este cronista habló con un aliado de Sanz y le preguntó si le veía alguna viabilidad para las primarias. El hombre, un cuadro fogueado y leído, le respondió con un verso de la “Milonga de Jacinto Chiclana”, del maestro Borges: “nunca la esperanza es vana”. No lo será, pero en política a veces es ilusoria, pura fantasía. La realidad, la correlación de fuerzas, se inclinan hacia “Ricardito”.
Nada puede anticiparse en una competencia electoral donde abundan los errores no forzados, pero todo indica que Sanz deberá retirarse de la competencia más pronto que tarde. Si se cumple esa profecía, será doblemente errado su proceder anterior, que podría haberse suplido con presentaciones conjuntas, elogios recíprocos, acuerdos de unidad que siempre “visten” un poco y entonan a la tropa propia.
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Para Alfonsín y para el radicalismo, la dimisión de Cobos es un aliciente, que tiende a reposicionarlos como segunda fuerza, aunque a respetable distancia del kirchnerismo. Para los peronistas federales y aun para Mauricio Macri, una señal de alerta: deben espabilarse y cesar en sus berretines hamletianos.
Cobos confesó, sin decirlo, que dilapidó una fortuna que jamás mereció y que ligó casi de pura chiripa. Estuvo desangelado, no contó si su hija le aconsejó ese acercamiento a la realidad.
Solitario y desvalorizado, el vicepresidente estará hoy en la tapa de los diarios, incluyendo éste. Imposible hacer vaticinios definitivos, siempre arriesgados. Pero es válido aconsejarle que enmarque y guarde esas tapas: tal parece que el tiempo de su protagonismo ya pasó, que le será casi imposible volver al centro de la escena.
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