Dom 16.02.2003

EL PAíS  › OPINION
LOS DIAS EN QUE EMPEZO A PARECER QUE HABRA ELECCIONES Y QUE HAY CAMPAÑA

Primeras imágenes del sufragio

Las incertezas electorales, comentadas por expertos. Leves alivios para el candidato del Gobierno. El vice, fantasías y enigmas. Las mejillas de los piqueteros y de Menem, bien (y disparmente) tratadas. El riojano en acción con sus más y sus menos. La Corte al acecho. Dislates de Servini. Y algunas reflexiones sobre cómo gobiernan –ciertos– conservadores.

› Por Mario Wainfeld

Uno de los prenominados a completar la fórmula presidencial que encabeza Néstor Kirchner dialogaba con dos de los encuestadores que suelen asesorar al Gobierno. El escenario que le planteaban, tras la aprobación judicial del sistema de neolemas, es ya conocido por el lector avisado. Cuatro candidatos –Kirchner, Carlos Menem, Elisa Carrió y Adolfo Rodríguez Saá– están virtualmente empatados. A futuro, ponderaban los consultores, la posibilidad más certera es que Kirchner y Menem lleguen a la segunda vuelta.
–¿Es seguro? inquirió el precandidato.
–Ni por asomo. Es una tendencia muy tenue.
–Al menos ¿puede decirse que alguno de los cuatro ya está fuera del ballottage?
–Ni ahí.
–Aunque sea ¿hay certeza de que la segunda vuelta no enfrentará a Lilita y al Adolfo?
–No, ambos conservan chances. Y no es descartable que lleguen los dos,
–En todo caso –regateó el precandidato, casi entregado– López Murphy sí está fuera de carrera.
–No es tan así. Va quinto, le llevan algunos puntos, pero viene creciendo...
El tablero electoral es impredecible, a fuer de novedoso. Desde que en Argentina existe segunda vuelta (elecciones de 1995 y 1999) no fue necesario llegar a ella. Tampoco la hubiera habido en 1983 y 1989 cuando Raúl Alfonsín y Menem respectivamente se alzaron, de una, con la mitad de los votos. En abril, las cosas pintan suceder diferentes. Una definición a la boliviana, a la ecuatoriana o a la francesa con un puntero que acaso no supere el 25 por ciento de los votos. Una legitimidad enclenque pensará el lector mirando, apenas al Norte, al tambaleante presidente de Bolivia Gonzalo Sánchez de Lozada.
Kirchner está instalado como el que mejor mide en hipotéticos escenarios de segunda vuelta. “El problema es que le puede pasar como a Lionel Jospin en Francia el año pasado” –se atribula un integrante del gabinete nacional, de buena onda con el patagónico– y mancarse en la primera vuelta”.
“Menem es (como Jean Marie) Le Pen –se entusiasma, Aníbal Fernández integrante del ala optimista del Gobierno– en segunda vuelta está condenado a perder”.
El Gobierno no sólo se divide en optimistas y pesimistas. Un ministro con fina percepción política ensaya una tipología binaria, que enriquece con un dato de observación: “un grupo está conforme con Néstor y dispuesto a laburar para apoyarlo. Otro es francamente resistente. Eso sí, entusiasmados, lo que se dice entusiasmados, yo no veo ni uno”. Los que apoyan –José Pampuro, Fernández, Alfredo Atanasof, Ginés González García- ponderaron como un éxito el acto del jueves en Florencio Varela. Presencias importantes del duhaldismo (empezando por la Primera Dama), un palco ordenado, despojado de una estética herminista, un discurso más templado del candidato. Y también sopesan con razonable optimismo la última encuesta de Julio Aurelio que pone a Kirchner en punta con el 17,3 por ciento de la intención de voto. Menem llega al 16,9. Carrió y Rodríguez Saá les muerden los talones. Pero en la Rosada ven que la curva que describe la posición de Kirchner es siempre ascendente y se solazan porque el sondeo define que un 20 por ciento de los argentinos ve la gestión como “buena” y un 33 por ciento como “regular”. Algo que en la Casa Blanca haría rodar cabezas y suscitaría depresiones machazas pero que en la Rosada, tan vilipendiada últimamente, es casi una hazaña.
La ciencia vicepresidencial
Queda pendiente la designación del candidato a vicepresidente que seguramente vendrá en combo con la del segundo (o segunda) de Felipe Solá. “Va a ser científico –distorsiona un miembro del Gobierno– estamosmidiendo a todos”. El objetivo es que el vice haga subir algo la intención de voto de Kirchner. “Dos, tres puntos” imaginan varios de sus aliados en diálogo con Página/12. Así dicho parece poco pero, bien mirado, cuesta imaginar que alguno consiga hacerle pegar tamaño brinco. En el Gabinete y, dicen todos, en el corazón del propio Presidente el favorito es Roberto Lavagna. Sería todo un récord nativo que un ministro de Economía, por añadidura un ministro de Economía de Argentina 2002-2003 diera votos a una fórmula oficialista, pero en el oficialismo hay varios que así lo creen. Duhalde ya sonsacó, con algo de pressing, al ministro quien le viene diciendo que “no” pero sin cerrar todas las puertas. Los argumentos de Lavagna son atendibles:
u El cargo de vicepresidente no es prestigioso, por decir un eufemismo. La sociedad preferiría, seguramente, que ni existiera.
u Según su propia percepción, su curriculum en gobiernos nacionales registra dos gestiones breves pero identificadas con resultados precisos: la que realizó con Alfonsín vinculada al crecimiento de la relación con Brasil y a un marcado tono industrialista y la actual que Lavagna y Duhalde asocian a haber salido de un caos y enfilado a un rumbo de crecimiento. Poner ese prestigio en riesgo en un cargo electivo y en una campaña dura no tienta a Lavagna quien tampoco se ve mucho fatigando palcos abigarrados como lo hace Kirchner.
Una aplastante mayoría de sus compañeros de gestión cree que Lavagna hará a un lado esos argumentos sensatos si se le formula un ofrecimiento en firme. Uno de sus más fieles confidentes en Hacienda augura que no cederá. Habrá que ver qué dicen los protagonistas... y qué la ciencia.
Mejillas tratadas y besadas
Tres imágenes dignas de un módico comentario dejó la política local en estos días.
u La primera, ya mentada, la de Kirchner con todo el duhaldismo detrás en los pagos de Graciela Giannettasio. La segunda, la de Menem en Costa Salguero. La tercera, la de un sector del movimiento piquetero en la Casa de Gobierno.
Vayan un par de párrafos sobre las dos últimas.
u El riojano montó un escenario digno y desplegó sus tradicionales latiguillos. Se definió como “proscripto”, por lo cual homologó al actual Gobierno con la dictadura militar, prometió salariazo. Incurrió en algunos furcios (“queremos una Patria feliz y un pueblo grande. Perdón, queremos un pueblo feliz y una patria grande”) pero no más de los que engalanaban su verba en los viejos tiempos. Lo acompañaron pocos dirigentes políticos, los del palo, casi ningún dirigente gremial. Se mostró enérgico, decidido, pero le faltaron recursos de ayer, especialmente el humor, la picardía, la crítica taimada y entradora, tan propia del folklore norteño y de su propia cosecha. Sus allegados reconocen que lo ven así, enconado, malhumorado, como sí sólo lo moviera el rencor. Lo que sí luce mejor que en los buenos tiempos es su rostro, terso como el de un bebé, casi sin arrugas. Algún enjambre de avispas ha de haber desarrollado su generosa labor. ¿Será Le Pen, será Gonzalo de Lozada, será sencillamente el protagonista de un regreso fracasante? Todo porvenir es posible en el jardín de los senderos que se bifurcan.
u Luis D’Elía y Juan Carlos Alderete compartieron una mesa abigarrada y cordial con el Presidente y Aníbal Fernández. El ministro de la Producción llegó al cónclave y saludó a esos y otros dirigentes con un beso en la mejilla. “Los conozco desde hace años. Dialogamos, hacemos política. ¿Por qué voy a caretear y saludarlos de forma distinta a lo habitual?” explica Fernández cuando se le comenta la imagen. Según el oficialismo el diálogo es un gesto de distensión mientras se realizan negociaciones enderezadas a aumentar el número de planes y a promover las actividades productivas de los desocupados, bloqueras, comedores comunitarios, crías de conejos yotros microemprendimientos. Parece una descripción demasiado optimista, amén de su modestia. Pero lo cierto, más allá de las polémicas que se desataron en el propio movimiento de desocupados, es que el Gobierno acredita en su haber su relación fluida con los piqueteros. Al fin y al cabo, se trata de la aptitud del peronismo para dialogar (y en muchos casos para cooptar o deglutirse) a movimientos sociales o fuerzas políticas alternativas de variados signos. Una destreza que se emparenta con la virtud que “venderá” el duhalde-kirchnerismo en las elecciones, su idoneidad para “preservar el orden”.
El oficialismo, tras las fallidas apelaciones a Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, se ha puesto competitivo para lograr prolongar (y mejorar) en las urnas su muy imperfecto mandato actual. Es una proeza, habida cuenta de su desempeño en Gobierno (récords catastróficos por donde se mire) y de su derrota en 1999. Pero es así no más y no es poco, sobre todo cuando el peronismo da el handicap de ir dividido en tres.
Algo tienen en común Menem y Duhalde puestos a gobernar, amén del escudito y las fotos de Perón y Eva que, con más oficio que pasión, disputarán. Se trata de su intuición acerca de las pulsiones de los argentinos, en especial de sus miedos. Una sagacidad conservadora que rinde sus frutos. Menem montó un proyecto de país arraigando en el terror a la hiperinflación y los saqueos. Duhalde, por ahora, lejos está de empardarlo, pero cimenta su relativo crecimiento en haber zafado del escenario de inminente disolución nacional que se vivió entre enero y junio del año pasado y que hoy quizá sobreviva, pero no se siente tanto.
Una cosa tuvieron en común Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa puestos a gobernar, amén de haber terminado en fuga y con estrépito: cuando empezaron a caer en la consideración pública no pararon más. Alfonsín perduró más tiempo pero, ambos, desde el primer tropezón sólo trajinaron la cuesta abajo. Sus colegas Duhalde y Menem supieron superar sus primeras caídas. El riojano repechó su patética posición de 1990. Duhalde está hoy mejor que en el primer semestre del año pasado. Esta capacidad de recomposición alude no a su sensibilidad social (sentimiento que, parafraseando un viejo tango, si todavía lo tienen lo tienen adormecido) sino a su aptitud como “partido del orden”. Un partido conservador nutrido de votos populares, capaz de suscitar consensos (en especial pasivos y desmovilizados) y de contener el conflicto social. Contención que se realiza merced a surtidas destrezas, algunas autoritarias, otras no. Una de ellas, inimitable hoy y aquí por fuerzas alternativas, es la compleja articulación entre el justicialismo y los movimientos de desocupados, de la que los besos en la Rosada son un dato a tomar en cuenta, sí que no el único.
¿Serán Kirchner y Menem, dispares paladines de las dos alas conservadoras del PJ, quienes confronten en segunda vuelta? Quizá.
–Indefectiblemente ¿nadie gana en la primera vuelta? interrogó el dirigente peronista aludido al principio de esta nota.
–¿Indefectiblemente? Hum.... Casi seguro.
Habrá que ver.
El problema es la
(economía) política
El 28 de febrero –si se mantienen las fechas pautadas, lo que sigue siendo un albur– deben estar presentadas las fórmulas para la interna peronista en Buenos Aires. Para entonces ya estarán en Argentina los sabuesos del Fondo Monetario Internacional (FMI) auditando el cumplimiento de las metas determinadas en la carta de intención. En Economía y en la Rosada dan por seguro que se sobrecumplirán las metas monetarias y fiscal. La recaudación de enero fue récord y la de febrero se avizora aceptable. La inflación de febrero, según las previsiones oficiales, rondará el 0,5 por ciento. Y las provincias, a su manera, están tratando de ponerse en caja. Hasta ahí, todo bien, se jactan en Hacienda. Y añaden, “los problemas son políticos”. Los problemas políticos aluden a los otros dos poderes del Estado. El Congreso primero, que sigue empantanando el paquete impositivo enviado desde el Ejecutivo: cuatro leyes remitidas en septiembre de las cuales sólo dos tienen media sanción.
Y la Corte después con su inminente fallo en el juicio que San Luis le sigue al Gobierno nacional. En la Rosada dan por hecho que el tribunal ordenará devolver en dólares los dólares que la provincia entonces gobernada por Rodríguez Saá depositó en bancos oficiales. Hasta ahí hay resignación oficial. Que persistirá si se aplica la solución que viene proponiendo Julio Nazareno que es la devolución en las fechas y en los términos que fijen el Gobierno y el Congreso, criterio que habilitaría la emisión de bonos, algo a lo que Economía se resignaría y acaso el FMI también. El problema es que otros dos cortesanos ultramenemistas, Eduardo Moliné O’Connor y Jorge Vázquez, vienen fogoneando que se devuelvan dólares ya. Solución que, de extenderse a otros pleitos (lo que asoma como ineludible), podría generar un nuevo terremoto en el sector financiero.
Correveidiles del Gobierno corren en pos de los Supremos, los ven y les dicen, pero ninguno puede aseverar qué resolverán los irresponsables cortesanos pasado mañana. Habrá que ver.
En una de esas, se vota
El fallo de la jueza María Servini de Cubría detonó algo similar a las campañas electorales. Validados los neolemas, acatada la decisión por los candidatos peronistas, da la sensación de que en abril habrá, no más, elecciones. Entre paréntesis (el fallo de Servini se funda en un argumento inadmisible desde el punto de vista legal: aquel que establece que el sistema implantado por el Congreso del PJ es inconstitucional, pero debe aplicarse porque no queda tiempo para hacer las internas. La nulidad purgada por el paso del tiempo contraría los principios esenciales del derecho. Los fundamentos de Servini son un riesgosísimo antecedente. Otros argumentos del fallo –en especial los que explican que los neolemas no están prohibidos y no afectan, antes bien mejoran, las chances de otros partidos– podrían haber fundado mejor la misma decisión. Se cierra paréntesis jurídico).
Es abismal la diferencia de recursos económicos entre los candidatos peronistas y los otros. Hasta Ricardo López Murphy es un pobretón cotejado con los tres compañeros-antagonistas. El ex radical se queja de la paradoja de ser señalado como candidato del establishment y andar con el monedero vacío. La paradoja es sólo aparente, pues tiene que ver con dos datos sólidos: el primero es que LM, por ahora, queda afuera del pelotón de presidenciables. Por tanto, el apoyo del establishment sigue mirando al PJ. El segundo es que ni LM, ni nadie de la derecha argentina tiene hoy una propuesta que satisfaga a todos los sectores dominantes, esa irrecuperable alquimia que Menem concretó hace más de diez años. “¿Cómo se va a saber quién va a ganar, si no se sabe si se va a votar?” justifica el politólogo sueco a sus amigos, los consultores argentinos. Esta semana empezó a parecer que sí se votará en abril, pero sigue faltando que los argentinos de a pie lo crean, les interese y reparen en que, todavía, están a tiempo de hacerse sentir, hasta de hacer tronar el escarmiento en las urnas.

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