Dom 16.02.2003

EL PAíS  › OPINION

La elección de los hechos malditos

› Por Miguel Bonasso

El peronismo ya no es el hecho maldito del país burgués, como sentenciaba John William Cooke, sino el hecho maldito de los analistas políticos, que se devanan los sesos ante sus paradojas como los teólogos ante el misterio de la Santísima Trinidad. Tiene por primera vez en 58 años de historia tres candidatos presidenciales en carrera y carece de “un solo Dios verdadero”, es decir de un líder que unifique las huestes partidarias y reúna en un solo haz los dispersos porcentajes que sumados rondarían el 45 por ciento. El caudal histórico del justicialismo, cuando concurría a las elecciones con un solo candidato.
La fragmentación del PJ es prueba indiscutible de su vaciamiento doctrinario y su decadencia política, pero ante la virtual extinción de su contendiente-socio, el radicalismo, y ante la ausencia de una nueva fuerza que represente el levantamiento popular del 20 de diciembre, todo indica que será nuevamente un justicialista el que ocupe la Presidencia el 25 de mayo. La mayoría de los encuestadores da por descontado que habrá una segunda vuelta y no pocos sostienen que en ella habrán de enfrentarse Carlos Menem y Néstor Kirchner. Quienes avizoran este desenlace se basan en el ascenso continuado del gobernador de Santa Cruz; el relativo estancamiento del tercer candidato justicialista, Adolfo Rodríguez Saá, así como en la desaceleración de la alternativa no peronista encarnada por Lilita Carrió. Si ese fuera el escenario, conjeturan los augures, el santacruceño tendría mayores probabilidades de llegar a la Rosada que Menem, muy resistido por el electorado de los centros urbanos.
Lo cual explicaría, en parte, la furibunda campaña contra Kirchner desatada en los últimos días por ciertos voceros del establishment, que lo acusan de “estatista” por plantear –muy moderadamente– que el Estado supervise el correcto funcionamiento de algunas concesiones de servicios públicos, como el ferroviario. Algo que no le quitaría a nadie el sueño en otras latitudes; ni siquiera en Estados Unidos.
La campaña demuestra que el discurso neoliberal no está tan perimido como algunos quisieran creerlo y que los sectores conservadores de la sociedad argentina no están dispuestos a ceder un milímetro de terreno. Aun desprestigiado y resistido por vastos sectores urbanos, Menem cuenta con recursos y aliados muy poderosos como para subestimarlo. Tampoco convendría olvidar que además de los ricos puede votarlo una franja ponderable de los sectores marginales. El apoyo de algunos pobres que su propio modelo fabricó puede parecerle irracional a muchos votantes de clase media, pero podría haber sido la razón determinante para que Eduardo Duhalde haya considerado como muy peligrosa la celebración de elecciones internas. Y para que Néstor Kirchner haya arrostrado el riesgo de aparecer como “delfín de Duhalde” ante un electorado progresista que lo ve con buenos ojos pero no quiere saber nada con el “aparato bonaerense”.
Decidido a que las comicios nacionales se hagan el 27 de abril, Carlos Menem aceptó el fallo ambivalente de su antigua amiga, la jueza María Romilda Servini de Cubría, que le autorizó tres candidatos a un solo partido, a condición de que los tres se presenten con un lema frentista y ninguno pretenda erigirse en el representante oficial del justicialismo. Lo cual no impidió, por supuesto, que los abogados del riojano se apresurasen a registrar el “Frente Peronista” y a reclamar el uso exclusivo de las imágenes de Perón y Evita que, de arranque, por su simple exhibición en carteles y boletas, garantizarían un 10 por ciento de los votos peronistas.
Lo más probable es que esa movida de los abogados menemistas sea solo un bluff para terminar negociando que ninguno de los tres candidatos pueda usar la iconografía histórica.
En cualquier caso: ¿puede un pueblo hambreado y decenas de veces defraudado volver a naufragar ante la liturgia? Menem parece estar convencido de que “el pabellón cubre cualquier mercancía”, por eso lanoche del jueves pasado no vaciló en resucitar el “salariazo” y la “revolución productiva” en el mitin de Costa Salguero, a despecho de que el salario real cayó verticalmente en su decenio y la desocupación trepó por primera vez a dos dígitos. Mientras apuesta a la amnesia popular, procura que el “establishment” no se confunda y termine inclinándose por la opción que representa Ricardo López Murphy. Algunos de sus voceros, como el director de Ambito Financiero, Julio Ramos, les explican a los dueños del país que no hay que alarmarse por la retórica destinada a engañar –por segunda vez– a los grasitas: el Perón al que se refiere Menem es el del 52, el que “arregló” con Milton Eisenhower y la Standard Oil, no el del aguinaldo y la Constitución del 49.
El “primer Perón”, al que esos voceros del menemismo descalifican como demagogo, está más presente en el discurso “nacional y popular” del imprevisible Rodríguez Saá y en la propuesta neokeynesiana de Kirchner, al que sólo una derecha tan ignorante como la argentina puede discutirle una verdad de Perogrullo: sin Estado no hay capitalismo. Ningún inversor privado, nacional o extranjero, podrá reconstruir por sí solo el capitalismo argentino, devastado por un cuarto de siglo de valorización financiera.
Punto de vista que comparte la líder del ARI, Lilita Carrió, aunque en el fragor de la contienda electoral se ubique en las antípodas del gobernador de Santa Cruz con el que hace algunos meses pudo encontrar coincidencias para renovar los mandatos.
La idea siempre presente de un frente que algunos llaman de “centro izquierda” y otros “nacional, popular, democrático y progresista”, subyace por debajo de las tácticas y los formalismos electorales impuestos por la jueza Servini de Cubría. Y aunque su enunciación suene utópica en la aridez de la presente coyuntura, puede que alguna vez se imponga por simple sentido común: nadie podrá gobernar en serio la Argentina de la transición con los módicos porcentajes que hoy cosechan los candidatos mejor situados.

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