Dom 15.05.2011

EL PAíS

Bengalas y venganzas

› Por Mario Wainfeld

Roberto Ramírez es el hermano de Miguel, muerto por el impacto de una bengala en un recital de La Renga. En declaraciones periodísticas contó que perdonó al victimario pues “el único que puede juzgar es Dios”. “No te puedo juzgar ni condenar... yo te perdono”, añadió. Y luego solicitó respeto al dolor y a la intimidad de la familia.

El perdón se difundió antes de conocerse los datos del acusado de haber lanzado la bengala, Iván Fontán, quien se presentó espontáneamente en Tribunales.

El perdón es un gesto loable, aunque carente de relevancia penal. Las víctimas, los familiares por ejemplo, no son titulares de la acción en un homicidio, el Estado debe instar el juicio respectivo. El perdón, prerrogativa del damnificado, tampoco puede proponerse como un ejemplo forzoso para otras víctimas que con todo derecho y razón pueden perseguir condenas severas y hasta (en su fuero íntimo) pueden válidamente odiar al ofensor.

Con todo, ese gesto humanitario y profundo conmueve. El cronista piensa que merecía más divulgación. Se conoció, es cierto, pero no dominó las crónicas respectivas ni la divulgación periodística dominante que, como es regla, se aplicó a predicar la imposición de penas severas, por vía del dolo eventual. Llevar a la cárcel al ofensor de 8 a 25 años, pareció ser la consigna en tantos medios adeptos a la mano dura. A menudo claman en nombre de las víctimas, cuando éstas exigen condenas severas. En este caso, como los familiares son más piadosos, los dejan de lado.

El cronista no quiere incursionar en los incipientes detalles de la causa. Es admisible que el fiscal, que tiene la tarea de acusar y no la de juzgar, promueva el cargo más severo. Pero el dolo eventual y en general las penas tremendas para delincuentes primerizos son, en tendencia, una creciente mala praxis con escaso rédito colectivo. El autor de estas líneas, que podría ser padre de la víctima o del procesado, se pregunta cuál sería el producto social de hacinar en una cárcel a Fontán. Deshacer otra familia, arruinar presumiblemente el resto de su vida.

Y, puesto a imaginar remedios culturales para el delirio de arrojar bengalas en lugares públicos, pensaría si no es mejor valerse del caso para que Fontán se presente y se muestre en campañas de concientización, dé charlas, que su imagen se repita en recitales, que su palabra (antes que su cuerpo encarcelado) aleccione a otros jóvenes descolgados. Una probation (factible si se califica el homicidio como culposo, imposible si se lo encuadra como doloso) podría dar marco a esa práctica.

De nuevo, no se trata de adelantar valoraciones sobre un expediente en ciernes. No es un (prematuro e incompetente) proyecto de sentencia, sino una invitación a pensar cómo tratar problemas colectivos concentrándose en su prevención antes que jugando todas las fichas a la dureza del castigo.

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