Lun 30.05.2011

EL PAíS  › OPINIóN

Sin novedad en el frente

› Por Eduardo Aliverti

Hay un aspecto relativamente fácil, pero que ya agota. Y hay otro en principio más complicado, pero para gusto del suscripto bastante más sencillo todavía.

Lo primero da cuenta de los avatares, en algunos casos insondables o poco menos, que abruman a y desde la oposición. Respecto del oficialismo, sólo se espera la comunicación formal de que Cristina va por otro período. Fuera de eso, no hay mucho más que la expectativa por su compañero/a de fórmula; el número de gente que la ratificaría en las primarias del 14 de agosto; la incógnita de si es probable vencer a Macri en el ballottage, y los panoramas enroscados de la lucha por las gobernaciones santafesina y cordobesa (en ese orden, si es por hoy, porque la flamante y aparente ruptura del kirchnerismo con De la Sota parece dejarle el campo orégano a Juez). Casi nada más, si es por lo estrictamente político. En la economía sólo inquieta la inflación; pero a esta altura parecería estar claro que, sea por acostumbramiento, por no afectar al consumo de los sectores medios o porque nadie ofrece una sola receta alternativa, el problema no hace mella en las cifras de popularidad gubernamental. Es hasta fantasioso que el trance comercial con Brasil pueda trasformarse en escalada de largo plazo, siendo dos socios de necesidades estratégicas compartidas. Algún paisaje neblinoso en la cotización del dólar, con sus variaciones y diversificaciones, es lo típico de cualquier etapa electiva decisoria. Y para mayor favor del horizonte oficial, las noticias que llegan desde Europa, con España y Grecia a la cabeza, trazan un contraste fenomenal con nuestro escenario, gracias a lo inevitable –aunque equívoco– de la comparación con 2001/2002. Más aun: ya comenzaron a escucharse voces como las de Paul Krugman, Nobel de Economía, o Mario Soares, ex primer ministro portugués, advirtiendo que una “salida a la argentina” –renegociación de la deuda, con quita compulsiva brutal en los bonos de los acreedores– es o podría ser lo único que les queda a esos países incursos en dramas pintados como similares a los sufridos aquí hace diez años. Sin embargo, nada de lo anterior, a propósito de la presuntamente despejada superficie electoral que afronta el kirchnerismo, es equiparable a las gentilezas prestadas por los adversarios. Digámoslo de manera más directa, aunque no se deban perder de vista los méritos adjudicables al oficialismo: la mejor campaña de Cristina está en manos de la oposición.

Hubo, en orden cronológico, el abandono de poder consensuar una táctica articulada. Después, prácticamente todos sus candidatos se fueron a los botes. Más tarde, si es por operaciones y propagandas tan obscenas como las que se endosan al periodismo K, comenzaron a retirarse sus comandos mediáticos. Y al fin, ni siquiera se disimula que el ¿fenómeno? de la dispersión y contradicciones opositoras es más aplastante que fatigoso. No pueden más que agarrarse de la tenida de Beatriz Sarlo en 6,7,8, o en torno de Schoklender y las Madres. Por lo demás, nada curiosamente, los títulos y despliegues centrales de la prensa antagonista pasan ahora por que los celulares serían cancerígenos, por la detención en Palermo de un prófugo de Estados Unidos que fue gurú de la farándula, por la novela divertida pero repelente del “café veloz” entre Grondona y Maradona, por las secuelas del Martín Fierro. Algunos de esos asuntos conllevan interés popular de por sí, pero en su visión conjunta tienen una contraindicación primordial: es imposible aislarlos de un contexto caracterizado por la desazón, acerca de que en la gran política (?), de los propios, no se encuentra nada mejor para llamar la atención. ¿De qué podrían hablar en su reemplazo, o qué publicitarían con énfasis? ¿Que los radicales están dispuestos a ir con De Narváez a cualquier costo, así les signifique tirar por la borda algún principio ideológico que pueda quedarles? ¿Que el hijo de Alfonsín no sacó la cuenta de lo que realmente puede aportarle el colombiano, en un tablado de muy poco que ver con la situación de hace dos años? ¿Podrían parlotear sobre la depresión que generó en el PRO haber puesto de cabeza de lista a Bergman, desapareciendo a Michetti y relegando a Rodríguez Larreta porque Macri dedujo que el rabino le arrastra votos de la colectividad judía? ¿Qué pretenderían? ¿Que Binner no se muestre agrandado porque ganó su pollo, por el que se jugó contra viento y marea, y le largue los perros, así nomás, en aras de una alianza con la derecha, la honra de una construcción personal, y basada en una gestión gubernativa de varios años? ¿Y qué propagandizarían de Proyecto Sur? ¿Que el candidato a vice de Solanas avisó que en la segunda vuelta seguramente no tendrían otra que ir con Filmus, con Pino apareciendo de inmediato para aclarar que aspira a captar voto antikirchnerista de la forma que sea? ¿Cómo es, por ejemplo, que desde las entrañas de Solanas se presente a Alcira Argumedo como candidata presidencial, para que el tano De Gennaro se entere por los medios y retruque que eso está por verse?

Lo precedente es parte de lo que, al principio de esta nota, se definió como el aspecto cómodo pero cansador. Es una de las tantas descripciones que merece la batahola opositora. El más intrincado de los análisis sería escrutar cuál es el fondo de esta sucesión papelonesca, entre quienes dicen proponer otro rumbo. Y es en este punto cuando al periodista no se le ocurre otra cosa que insistir en que no quieren ganar. Por lo pronto, ¿no es sugestivo que en la misma derecha –y desde los razonamientos publicados de los sectores afines al kirchnerismo, claro que sí– no haya mayor entusiasmo por determinar el porqué de este desbande opositor? Si fuera por lo generalizable de lo que se lee y escucha, semejaría que, solamente, la oposición anda a los tumbos porque sí. Lo cual es una afrenta al sentido común, además del político. Así como todos venimos desde algún lugar (histórico, educativo, familiar, militante, que viene a ser todo lo mismo), también nace de algún lado que el antikirchnerismo sea apenas un jadeo. ¿De cuál lado? Del que estipula que el cociente de la oposición es el resultado de no saber, ni poder, ni en consecuencia ofrecer, algo mejor. No es únicamente que a Ricardito no le da para ser algo más que el hijo de Alfonsín. Ni es que Macri se la pasa más de joda que trabajando. Ni es que Binner no significa mucho que digamos como edificación de imaginario masivo-popular-nacional. Ni es que Solanas sólo se dedica a diagnosticar. Ni es que la izquierda radicalizada persiste en tripular asteroides. Si fuera por eso, bastaría el/un dichoso viento de cola, o de humor social enojado, para volver a votar a Menem, en cualesquiera de sus siluetas sucedáneas. Alguna más guitarrera, alguna más circunspecta, alguna mejor dibujada, pero finalmente eso. No. No es eso. Es que el kirchnerismo los corre por izquierda dentro de los marcos que el sistema impone. Es ese es el karma de la oposición. Dentro del sistema, no tienen modo de oponerse con algo más atractivo. Y fuera de él, se convierten en un absurdo.

Se lamenta lo reiterativo, pero tampoco se encuentra una variante para no reiterar(se): está pasando que la oposición no quiere ganar. Si lo deseara, ya habría acordado hace rato programa y candidaturas. Y como no lo quiere, queda expuesta a estos papelones que se relatan como si vinieran de la nada.

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