EL PAíS › EN VIDAS SIN CUERPOS, PUBLICADO EN ITALIA, SE CUENTA LA BúSQUEDA DE JUSTICIA PARA LOS DESAPARECIDOS
Italia se comprometerá hoy a abrir todos los archivos sobre la dictadura argentina. Giancarlo Maniga, Marcello Gentile y Nicola Brigida son los abogados que realizaron el proceso contra los represores argentinos en Italia y cuentan la conmoción que vivieron con cada testimonio.
› Por Elena Llorente
“Aquella noche no pude dormir: Tampoco las sucesivas, por lo menos hasta que terminó la primera fase en la que escuchamos a los testigos.” El abogado penalista italiano Giancarlo Maniga confiesa así su inesperado dolor en el libro Vite senza corpi (Vidas sin cuerpos) publicado recientemente en Italia, sobre el proceso realizado en Roma por los desaparecidos italianos en la Escuela de la Mecánica de la Armada.
Maniga, Marcello Gentile y Nicola Brigida son los abogados que se ocuparon de estos casos. Maniga y Gentile lo hicieron desde 1989 y gracias a ellos en parte se logró condenar en Italia a siete militares argentinos en el llamado Proceso Suárez Mason concluido en primera instancia el 6 de diciembre de 2000, y a cinco exponentes de la marina en el Proceso ESMA que terminó en primera instancia el 14 de marzo de 2007.
Hombres de temple, de gran capacidad de comprensión y sensibilidad, Gentile y Maniga viajaban desde Milán para las audiencias. Habían sido contactados en esta ciudad del norte de Italia por un comité promotor integrado por varias asociaciones. Entre ellas, la Liga por los Derechos de los Pueblos liderada por Aldo Sessa, al que se le agregó desde el primer momento el argentino Jorge Ithurburu, uno de los coordinadores de este libro y punto de referencia del tema “desaparecidos” en Italia.
Entrevistado por Página/12, Maniga contó que cuando él y Gentili decidieron asumir la defensa de los familiares de los desaparecidos en 1989, el proceso conocido como “Suárez Mason” ya había comenzado en Roma pero estaba prácticamente detenido. “Los primeros testimonios que escuché me impactaron terriblemente –contó–. No porque fueran los más importantes sino porque era la primera vez que escuchaba cosas tan atroces. Fue como una patada en el estómago y me llevó un cierto tiempo poder digerirlo... Después, claro, se hace el callo, uno se acostumbra. No obstante eso, las imágenes que se repetían de vez en cuando en mi mente eran desgarradoras, incluso para un penalista como yo que debería en cierto modo estar vacunado por trabajar siempre en contacto con el crimen.”
Pero eso no impidió que después de muchos años Maniga siga recordando esos procesos contra los militares argentinos como “dos de los momentos más significativos” de su carrera como penalista. “Porque se trataba de derechos humanos, porque esos procesos tuvieron una validez universal que fue mucho más allá de los casos individuales”, dijo.
Maniga, como los demás que participaron de Vite senza corpi, Editorial Gorée, tuvo a su cargo un capítulo que tituló “La cotidiana banalidad del mal” en tácita referencia al libro de Hannah Arendt La banalidad del mal sobre el exterminio orquestado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Gentili por su parte, escribió un capítulo dedicado a los sufrimientos de las madres que tuvieron sus hijos –luego robados– en la ESMA y que fueron asesinadas.
El volumen estuvo bajo la coordinación de Jorge Ithurburu y del italiano Cristiano Colombi y cada capítulo está firmado por una persona que tuvo que ver con el llamado “Proceso ESMA”. En este juicio fueron condenados a cadena perpetua, por la desaparición de Giovanni Pegoraro y su hija Susana y de Angela María Aieta madre del actual diputado Dante Gullo, cinco exponentes de la Armada argentina: Jorge Eduardo Acosta, Alfredo Astiz, Jorge Raúl Vildoza, Antonio Vañek y Héctor Antonio Febres. Este último apareció muerto poco después en una cárcel argentina donde había trascendido su intención de colaborar con la justicia. El juicio se hizo en ausencia de los imputados, una posibilidad contemplada por la Justicia italiana a diferencia de otros países europeos, como por ejemplo España, que exigen la presencia física del acusado.
El libro incluye capítulos escritos por uno de los testigos, Mario Villani, un físico ex desaparecido que estuvo en la ESMA y que logró salvar a algunos torturados cambiando la potencia de la picana eléctrica que los militares le daban para reparar, y Vera Vigevani Jarach, italiana de origen judío que escapó de la península siendo niña a causa de las leyes raciales impuestas por Benito Mussolini antes de la Segunda Guerra y es una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo. Pero también incluye comentarios y presentaciones de otros personajes conocidos en Italia, como el presidente de la provincia de Roma, Nicola Zingaretti, hombre muy sensible a los asuntos de derechos humanos, el secretario de Derechos Humanos argentino Eduardo Luis Duhalde, además del texto del pedido de condena por parte del fiscal Francesco Caporale.
El rol de algunos periodistas –y no de toda la prensa– en el caso de los italianos desaparecidos, ha tenido una gran importancia a lo largo de estos años. La historia comenzó en 1983 cuando Giangiacomo Foa, corresponsal del Corriere della Sera en América latina, publicó por primera vez una lista de 297 italianos desaparecidos en los campos clandestinos. Foa dio así pie a las primeras investigaciones de parte del gobierno italiano e incluso a la posición de condena del entonces presidente y ex partigiano Sandro Pertini. No menos hizo, entre otros, Italo Moretti, enviado especial del canal tres de la Televisión RAI (Radio y Televisión Italiana) que contó a los televidentes decenas de historias sobre los desaparecidos.
En el caso específico del proceso ESMA no se puede dejar de mencionar el rol de dos periodistas que con sus historias, publicadas en el diario romano La Repubblica y en la radio RAI, contribuyeron a difundir el proceso y a crear en el público italiano una cierta conciencia de lo que había ocurrido a algunos de sus compatriotas en la Escuela de Mecánica de la Armada.
Anna Maria De Luca, del diario romano La Repubblica, reconstruyó la historia de emigración a Argentina desde Fuscaldo (Calabria, sur de Italia) y la posterior persecusión y desaparición de Angela María Aieta, la madre del ex dirigente de la Juventud Peronista Dante Gullo (ocho años en la cárcel), asesinada en la ESMA en 1976, y de su hermano menor Salvador, desaparecido en 1979.
Pero fue Cecilia Rinaldini, la periodista de la radio RAI, quien para un programa titulado “Planeta olvidado” y destinado a los problemas existentes en los países del Tercer Mundo,
“Mi primer contacto con el tema de los desaparecidos se produjo en 2006, cuando fui a la presentación de un libro sobre los casos de algunas ex desaparecidas. Después de leer el libro entré en coma por dos días”, contó Cecilia Rinaldini en una entrevista con Página/12. El proceso ESMA comenzó poco después. “Desde entonces no pude separarme de esas audiencias nunca más. El tribunal me autorizó a grabarlas y entrevisté a todos los personajes que pasaron por las aulas judiciales”, desde la ex desaparecida Norma Berti al periodista Horacio Verbitsky y al director cinematográfico y ex desaparecido Marco Bechis, contó.
“Por primera vez –añadió– tomé conciencia de lo que significa no tener el cuerpo de un ser querido supuestamente fallecido, sobre todo cuando alguien contó alguna vez que una de las madres había encontrado los restos de su hijo y que acariciaba los huesos, el cráneo, como si estuviera vivo.”
“El encuentro con las mujeres que estuvieron en los campos clandestinos fue lo más impresionante para mí. Así empecé a sentir una necesidad imperiosa de estar siempre presente en las audiencias. Por suerte tenía en la radio un jefe muy comprensivo que cuando yo le proponía una vez más un servicio sobre los desaparecidos argentinos temiendo que me lo rechazara, me decía ‘Tranquila, Cecilia, sobre el Holocausto y sobre los desaparecidos no se habla nunca suficientemente’”, contó.
Para Rinaldini estos procesos han tenido una gran relevancia, y no sólo por las condenas. “Durante el juicio se dicen cosas que de otra forma no se sabrían. Porque muchas personas que tienen cosas para contar, tal vez ya no pueden hacerlo dentro de las propias familias porque la familia no puede más. Pero en el juicio, con esos recuerdos están escribiendo algunas páginas importantes de la historia del propio país.”
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