Sáb 16.07.2011

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Macriópolis

› Por Luis Bruschtein

Todo lo que diga a partir de este momento será usado en su contra. Tiene derecho a permanecer callado. Apenas terminó la primera vuelta, otra vez primerearon los asesores macristas. Cuando todavía había más puteadas que otra cosa entre oficialistas, progresistas, izquierdistas y librepensadores por el amplísimo triunfo de Macri, el macrismo se tiró de cabeza a la campaña y ya las estaba publicando para demostrar la supuesta y desagradable crispación de los filmusistas. Y otra vez saca ventaja. Lo de Fito Páez fue amplificado hasta la exageración. Había un filósofo que es funcionario del macrismo –prácticamente el único intelectual que escribe a favor de Macri– que publicó un artículo donde, haciéndose la mansa oveja, decía que no lo entendía a Fito. El mismo filósofo había publicado otra nota en La Nación en que decía que había sido “un triunfo de la gente normal”. Los que votaron a Filmus son todos anormales según su criterio. El hombre piensa así, Fito es un anormal difícil de entender.

Resulta sorprendente que el mismo Mauricio Macri que prefería pelearse todo el tiempo con el gobierno nacional, incluso a costa de la gestión, aquel que se pasó cuatro años acusando a Cristina Kirchner de obstruir sus planes para justificar su propia ineficiencia, sea el mismo que ahora quiere aparecer como un monumento a la tolerancia. El mismo que por plantearse esa estrategia pensando en su posible candidatura presidencial sacrificó su propia gestión se ha convertido en una persona de lo más amistosa con la Presidenta. Macri ha dicho cosas horribles de Cristina y de Néstor Kirchner y ahora aparece como el gran pacificador. Y los periodistas que militan en la oposición lo aceptan, no les produce ni sorpresa ni comentarios, porque ellos también han hecho campaña por Macri. Eso sí, les parece horrible que Cristina haya criticado a Mauricio al inaugurar Tecnópolis porque el jefe de Gobierno impidió que la impresionante muestra de ciencia y tecnología argentina se presentara en la Capital Federal.

La campaña en los grandes medios es cada vez más opositora hasta la saturación como en las mejores épocas de la 125: Tecnópolis casi no existió, Schoklender y la estafa contra las Madres machacan en las primeras planas y finalmente la guerra contra Fito Páez. Eso son los grandes medios en campaña y los periodistas que militan en la oposición.

De todos modos resulta difícil concluir que la mitad de los porteños son fachos, porque lo real es que son muy pocos los que votan por definiciones tan ideológicas o partidistas.

Una porción importante del atractivo electoral que supo generar el macrismo fue la falsa imagen de que por lo menos una parte de la prosperidad económica generada por las políticas nacionales era atribuible a su gestión en la Ciudad. Hubo otros elementos, pero es probable que ése haya sido el principal.

Por supuesto que no se explica todo su caudal de votos sólo con ese argumento porque también tuvo un voto más ideológico que no es el mayoritario. Del ciento por ciento de personas en condiciones de votar en la Ciudad, hubo un 25 por ciento que no votó. Podría decirse que en el 75 por ciento restante, el 20 por ciento sería el voto histórico de centroderecha en la Capital Federal (si se toma solamente a los que votaron, ese número es mayor). La mayoría de las veces esa franja de votantes tuvo referentes del radicalismo, pero también del peronismo o de otras fuerzas de centro y centroderecha.

Hay otro 20 por ciento que ha optado, con bastante permanencia en los últimos 20 años, por algunas de las diferentes variantes del progresismo. Y después hay otro 35 por ciento o más al que no le interesa demasiado la política (es probable que la superación del error de una estipulación tan bartolera tienda más bien a aumentar esta última cifra y disminuir las dos anteriores). Este sector oscila según la oferta de los candidatos en cada elección y es el que termina por definirla.

Parte del esfuerzo de las campañas es retener, frente a otras propuestas parecidas, a esa porción que ideológicamente es de signo similar al del candidato. Otra parte del esfuerzo es seducir a esa masa más expectante que, en definitiva, es la que volcará el fiel de la balanza.

Se trata de un cálculo a ojímetro y teniendo en cuenta la experiencia de los últimos 20 años de elecciones en la Capital. Los números se pueden correr para uno u otro lado, pero en general podría decirse que la tendencia ha sido cada vez más hacia el crecimiento del grupo de votantes menos politizados.

En este caso, la campaña del centroderecha fue más eficaz para seducir a esa masa decisiva de votantes. La gestión y las declaraciones de Macri durante su gobierno fueron muy ubicadas en el centroderecha. Pero durante la campaña ese aspecto fue muy suavizado. En el caso de Macri, su campaña personal fue absolutamente vaciada de contenido. Hasta dejó de lado la confrontación permanente con el Gobierno para inventarse un lugar de convivencia pacífica que no ocupó nunca durante la gestión.

Podría haberse alejado de esa manera de su base electoral más militante, que odia al gobierno nacional, pero no la perdió en la medida en que estaba compitiendo con la expresión política de ese gobierno en la ciudad de Buenos Aires. Para retener a ese sector le bastó con sus antecedentes y con ubicarse como el principal competidor del candidato más afín al gobierno nacional.

Es cierto que cuando la situación económica es buena, los resultados tienden a favorecer a los oficialismos, si no se producen grandes cataclismos o hay mucho desgaste. En ese sentido, Mauricio Macri corría con alguna ventaja. Pese a que su gestión ha sido deslucida, la prosperidad general hizo que la ineficiencia no se pusiera tan en evidencia. Macri no salió a criticar ni al gobierno nacional ni a su competidor en la elección y se limitó a destacar generalidades de su gestión y con eso le bastó para retener sus votos y ganar en forma contundente a la gran mayoría de aquellos votantes que no tienen una definición previa.

Paradójicamente, la buena situación económica generada por la situación internacional y por las políticas nacionales puso en un lugar incómodo a Filmus, como si la campaña de Macri hubiera tenido más habilidad para expresar aunque fuera una parte de esa prosperidad, y Filmus expresara algún tipo de oposición a ella. Es paradójico porque es al revés. Las políticas del macrismo en el plano nacional serían similares a las del menemismo que fundieron al país y a las capas medias y echaron a la calle a millones de trabajadores.

Desde ese punto de vista, la campaña del Frente para la Victoria no pudo convencer a ese amplio espectro del electorado de que la Ciudad podría haber estado mejor con sus propuestas y por lo tanto podrían haber estado mejor sus habitantes también. Fue menos eficaz que su oponente para relacionar su propuesta con la prosperidad concreta del elector. Esa relación existe, podría decirse que es hasta obvia, sin embargo es difícil introducirla en una elección que es distrital y no nacional.

Durante todo su gobierno, Macri dejó de lado la gestión para priorizar su enfrentamiento con la Presidenta. Cuando fue obligado a bajarse a la puja distrital, tuvo la inteligencia de desnacionalizar su discurso. Era obvio para sus asesores que si el peso de las políticas oficiales a nivel nacional era tan fuerte como para obligarlo a bajarse, entonces esas políticas debían desaparecer del debate en el distrito. Esa fue otra dificultad para Filmus porque los temas de una elección distrital son en su mayoría de tipo local.

Ese electorado que no está comprometido con una afinidad política o ideológica percibe su prosperidad en el lugar donde está, que es la ciudad, y además es la ciudad que está gobernada por Macri, se la asigna a Macri y a Cristina al mismo tiempo. Esa sincronía apareció a los ojos del votante como una suerte de complemento y contrapeso y no como confrontación y parálisis, que fue adonde llevó Macri a su gestión, y la campaña del Frente para la Victoria no pudo demostrar esa diferencia.

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