Lun 18.07.2011

EL PAíS  › OPINIóN

El ataque a las encuestas

› Por Enrique Zuleta Puceiro *

Las elecciones porteñas han reabierto un debate virulento en torno del papel de las encuestas en el proceso electoral. A las notas habituales en los últimos años sobre “cómo les fue a los encuestadores”, se han sumado esta vez columnas de opinión, editoriales y voces de renovada furia institucional. No sólo ante las encuestas sino, sobre todo, ante el reconocimiento prestado a los “encuestadores” por el periodismo, los tomadores de decisión y –lo que más parecería molestar– la TV.

La protesta encolumna a una larga lista de detractores, en la que es posible reconocer a candidatos damnificados por los resultados y, sobre todo, periodistas y “opinólogos” interesados en disputar a los encuestadores el escenario mediático de las informaciones e interpretaciones.

El fenómeno es mundial y el debate actual es más bien una reedición de polémicas similares a las que se registran en la mayor parte de las democracias actuales. Es natural. Despues de todo, las encuestas son sólo herramientas de un arte todavía imperfecto, en el que los métodos científicos son sólo un ingrediente, necesario aunque en manera alguna suficiente, dentro del complejo de saberes y experiencias que requiere el análisis y la interpretación en tiempo real de los procesos electorales. De allí que, frente a la regularidad y acierto creciente de los resultados generales, resalten con tanta fuerza los desaciertos. Siete u ocho ejemplos conflictivos no bastan para empañar un record sorprendente de aciertos que coloca a los profesionales argentinos a la cabeza de la competencia en la materia. El ciudadano común tiene a su vez muestras sobradas al respecto. La calidad de los pronósticos electorales es muy superior al promedio de aciertos de los pronósticos meteorológicos, las profecías de los economistas y los escenarios acerca del comportamiento de los principales mercados, campos todos en los que jamás suele desencadenarse una ira del tipo de la suscitan fenómenos como los tres o cuatro puntos con que el voto de Macri desbordó el domingo las estimaciones de las encuestadoras más serias.

Ningún país ni instituto de investigación puede considerarse al margen de la posibilidad de este tipo de avatares. Baste mencionar, por ejemplo, casos recientes como las presidenciales de Brasil o Colombia o la larga serie de desaciertos en los pronósticos en España en los años ’90, las consultas populares italianas, las presidenciales francesas o la mayor parte de las elecciones nacionales inglesas. En la mayor parte de los casos, los desaciertos no son otra cosa que el reflejo de realineamientos políticos de fondo, que suelen a su vez expresar cambios importantes de electorados concretos, no siempre dispuestos a confesar el sentido de su nuevo voto. Estos cambios de posición, por lo general inspirados por decisiones súbitas en el sentido del voto castigo, suelen ser a su vez fruto de reacciones ante hechos extraordinarios o provocaciones, que llevan al votante a postergar su voto de convicción o “pertenencia política” y a ejercer un voto útil o “de preferencia”. Como siempre que se actúa en contra de convicciones, ideales o estereotipos acerca de lo que se espera de uno, se trata de decisiones para muchos difíciles de reconocer ante un extraño como el encuestador.

En las elecciones de la Ciudad, muchas encuestas acertaron con precisión de decimales el voto de Filmus, Solanas y casi todos los candidatos. Subestimaron, sin embargo, el desborde de Macri. La razón es simple, votaron a Mauricio Macri, en contra de sus deseos y a veces convicciones profundas, casi todos los radicales, buena parte de los socialistas, casi todos los “lilitos”, los conservadores republicanos antimacristas de López Murphy, las diversas tribus del peronismo tradicional y por lo menos dos tercios del 14 por ciento de indecisos. ¿Por qué? Porque consideraron al actual jefe de Gobierno porteño como el instrumento al mismo tiempo más eficiente y menos riesgoso para castigar al votar contra el gobierno nacional. Anticiparon de este modo la segunda vuelta, ejercieron un voto estratégico, en muchos sentidos similares al de la última elección intermedia.

Las encuestas preanunciaban una elección del tipo de la del 2007 y no pudieron prever, sobre el final, el advenimiento súbito de un clima como el del 2009. Pronosticaron con eficiencia a todos los candidatos, incluidos el voto a legisladores de la ciudad y comuneros. Subestimaron, por efecto del sesgo declarativo y el voto oculto de protesta, no en contra del candidato Filmus, sino de la pretensión colonizadora del modelo kirchnerista. Una larga serie de escándalos y provocaciones de campaña, que no alcanzaron a alterar las tendencias electorales, eclosionaron en el momento preciso del sufragio.

La pregunta ahora es si esta corriente subterránea que convirtió a Macri en sorpresivo y sorprendido depositario del favor popular se detiene en la ciudad o se extiende al resto de los grandes distritos que se encadenan en el cronograma de las próximas semanas. Si así fuera, las elecciones presidenciales perderían rápidamente el carácter actual de un ritual sin sorpresas, en función de un resultado largamente anunciado, y se convertirían en un capítulo nuevo y apasionante del proceso de debate e innovación política que vive hoy la democracia argentina.

* Consultor político (OPSM).

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