EL PAíS › OPINIóN
› Por Horacio González *
La esencia de la discusión política es lo contrario del estilo con el que operan muchos medios de comunicación muy poderosos. Se debe hablar libremente y con un sentimiento de alegría interior por estar expresándose, aun en medio de disensos, críticas o diferencias efectivas. Hace años, por el particular funcionamiento de los medios de comunicación en un nuevo capítulo de los avances tecnológicos, pueden crearse foros de discusión sobre las notas periodísticas. Hasta el momento y salvo excepciones, el anonimato que los mueve provoca (y no tendría necesariamente que ser así) la posibilidad de que la nación en su conjunto esté sostenida en un enjambre de injurias que parecen la napa secreta de la vitalidad política del país. Luego, los articulistas con firma pondrán todo eso en lenguaje articulado y civil. Pero dejando el latido de escarnio como telón de fondo. Esta doble vida del lenguaje político a veces levanta sus tabiques, a veces se los mantiene a raya, pero ya caracteriza el modo de moverse en la acción política. Recrudecen las operaciones, es decir, el modo de hacer saltar lo dicho en un plano de deliberación anónima hacia al plano alto, el de la escritura clásica.
Todo ello ha permitido que se hayan creado maquinarias especializadas de captura, grandes antenas semiológicas que operan tanto en el mundo de los laboratorios científicos –quizá en los cotejos de ADN– como en algo que se le parece, que es en el aprisionamiento de palabras para hacerlas pasar por probetas de infamación o descrédito. Esto último pasó con una reunión de Carta Abierta, donde se habló libremente de la campaña electoral, en diversos tonos críticos, pero sin vulnerar el reconocimiento de los candidatos, cuya campaña hicimos y seguimos haciendo. Todas las oratorias de esa asamblea, en un último rasgo de saludable espontaneidad política que ya pocos se permiten, son enviados a la red desde siempre. No es una decisión de nadie, se dio así en una cultura política constituida por cámaras e imágenes donde pululan difusas significaciones y, entre ellas, las nuestras. El diario Clarín las toma y pretende crear con ellas un clima de divergencias que con justa razón ha preocupado a muchos. No hay tales divergencias por el solo hecho de que lo que está en juego es muy fuerte y poderoso. En virtud de ello, con un habla urgente, agitada y destinada a ser un llamado cívico, se ha hablado. Lo que está en juego es esta alternativa: o viviremos en una sociedad como la de la ciudad de Buenos Aires, inclinada mayoritariamente ahora hacia un estilo político que les sustrae a los pueblos su instrumento de reivindicación e identidad crítica con una pospolítica festilinda, o viviremos en una sociedad que examina y reexamina sus decisiones para refundar la política democrática no sometida al imperio de los gabinetes sigilosos de acción política.
Decían los grandes autores de la política clásica que todo manual de política, incluso el que le da consejos al príncipe, en el fondo es un escrito de educación popular. Carta Abierta se propuso desde siempre dejar en claro los fundamentos e inflexiones últimas de la palabra política, revelando sus nexos y articulaciones internas. El hecho de que haya sido aprovechada por Clarín de un modo desmoralizante hacia los actos de valentía intelectual no quiere decir que el proyecto de la reconstitución asamblearia del discurso político no sea válido. Por el contrario, porque ha mostrado su potencialidad es que es atacada por la maquinaria de captura, cuya principal metodología es mostrar a una audiencia ávida de consumir “secretos” que hay ciudadanos que en uso de su vocación crítica estarían denostando al pueblo, a sus propios candidatos, a los electores de los demás partidos. No hay nada de eso, sino al contrario, esto es, el mismo pensamiento libre que animó las grandes jornadas de reflexión colectiva en el país. Les recuerdo la polémica Alberdi-Sarmiento; la correspondencia Perón-Cooke y tantos otros folios decisivos del espíritu rebelde en el foro de las grandes discusiones nacionales. Son jornadas de las que surgieron grandes textos contra el prejuicio, la discriminación, la triste retórica de inventar: (a) réprobos o villanos al margen de la comunidad (propio del momento antiintelectual que vive la política argentina), y (b) mostrar almas candorosas que según dicen se dieron “un disparo en su propio pie”.
No, compañeros. Los órdenes políticos implican fisuras por doquier, en nuestro propio seno y en el de los demás, en medio de la composición y recomposición de grandes conglomerados político-sociales, cimentados con distintos argumentos y emotividades. Muchas de esas fisuras son duros momentos de verdad, que no lo son menos por ser tomados por turbios adversarios. Las causas populares avanzan electoralmente esgrimiendo la creencia veraz en sus proyectos y la virtud de autocriticarse. Los dichos en la asamblea de Carta Abierta, apilados con una técnica de repostería periodística por Clarín, que ojalá no sea el destino de los estilos periodísticos del país, fueron esencialmente críticos al macrismo como nueva expresividad urbana que diluye el sentido mismo de la polis. Crea, sin duda, nuevos públicos y simbologías, cuyos manuales, el de Durán Barba, están a la vista. Reaccionar contra esos modos presuntamente esterilizados de una política sin historia, sin raíces y cancelatoria de las diferencias fue nuestro propósito. Tenemos diferencias con la idea de Macri de ir aboliendo contrastes. No porque eso no deba hacerse al cabo de las grandes discusiones, sino porque nunca podría hacerse en el estilo macrista –contra el cual llamamos a votar en el ballottage–, estilo que dice querer “superar diferencias” pero no puede disimular que las crea, en su caso bajo la forma de la desigualdad social y urbana, de una mediocre gestión y, principalmente, de la dilución del tesoro mismo de los pueblos, el acto de expresarse en los grandes linajes políticos de las historias nacionales.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional, integrante de Carta Abierta.
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