EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
En parte como producto per se de lo que significa una campaña electoral y presidencial, y en parte por el hecho de que esa instancia es comandada por operaciones de prensa, en manos de corporaciones reemplazantes de dirigencia opositora creíble, la Argentina agendada está sumida en una serie de noticias alarmantes. Alarmadoras, en verdad. Es malsonante pero más preciso.
Cualquier registro simplote de aquello que vocean los medios de comunicación dominantes entrega la imagen de una Argentina atribulada, dramática, incierta. La cantidad de mierda que chorrea ese periodismo parece apta para confundir a mucha gente, aunque vale mensurar si les va todo lo bien que aspiran. La mala racha electoral del Gobierno en las últimas semanas, con signos que llaman a la preocupación y otros que son puro invento, provocó éxtasis ofensivo en sus detractores. La andanada contra Zaffaroni tiene un descaro que cualquier bobalicón advertiría sin más ni más. La pretensión de que las turistas francesas asesinadas en Salta son una ratificación de que nos parecemos al Africa, otro tanto, bien que amainó al trascender la conexión con hijos del poder. Y el escenario jujeño tiene uno de los tratamientos mediáticos más asquerosos de todos, en cuanto al trazado simbólico que se quiere erigir. Aun bajo la dispensa de que nuestro sistema administrativo es federal y a cada provincia le corresponde una cuota determinante de sus sucesos puertas adentro, el gobierno nacional no debe desentenderse de las miserias feudales de esos territorios. Pero es insultante que los medios de alcance masivo carguen en Casa Rosada la culpabilidad del horror estructural y represivo de provincias como Jujuy, donde –apurándose, sin mayor riesgo de equívoco– la única ley es la del Ingenio Ledesma. Sus diversificaciones, su ostentosidad medieval, sus cómplices institucionales, son tan impunemente orondos como las fuerzas de choque de la Formosa de Insfrán o las bandas armadas de los terratenientes santiagueños. El drama de la posesión de la tierra en esas geografías, que sólo llaman la atención de la prensa cuando hay unos muertos por la represión eterna, no se merece la mirada de especulación electoralista que hacen los medios opositores. Es indigno.
No hay de qué asombrarse. Ya estaba el alerta de que esto recién empieza. Irá in crescendo hasta octubre. Cabe esperar cualquier cosa porque rige una relación inversamente proporcional entre los indicadores que ofrecen la economía y el horizonte colectivos, y la munición con que tiran frente a la impotencia de no poder atacar por esos flancos. Es una observación localista, pero también de cotejo con lo que sucede puertas afuera. La crisis en Estados Unidos y Europa, como consecuencia a escala ecuménica de las recetas que aquí condujeron a la catástrofe hace apenas diez años, penetra en todo análisis macro que desee hacerse con alguna seriedad. Al margen de que son procesos plagados de contradicciones, el mundo mira hoy a varios países sudamericanos, y a la Argentina en particular, con la sensación de que otros modelos son posibles dentro de los marcos del propio capitalismo. No serán utopías setentistas, no dejarán demasiado lugar a romanticismos ideológicos, no alcanzarán estaturas épicas de nueva era. Pero algo se mueve, y lo hace en dirección contraria a lo pronosticado como inexorable. Mercado interno, decisiones autónomas, intentos de avanzar en bloque regional, gente que retorna por el aroma de que no estamos en decadencia. De que por acá puede pasar algo que no sea vegetar entre burbujas financieras o inmobiliarias. De que hay una proyección productiva capaz de no basarse en plata que es papel pintado. Si es por este país, sigue siendo un antro de desigualdades sociales –no más graves que las de casi cualquiera– pero nadie, medulosamente, podría decir que este Gobierno las agravó. Más vale al revés. Asignación Universal por Hijo, jubilaciones mejoradas y acceso al sistema previsional para quienes ni siquiera lo soñaron, estabilización del trabajo en blanco aunque el negrero continué en rango de oprobio.
Frente a ese conjunto de concreciones y ligeras esperanzas pero esperanzas al fin, ¿con qué pueden disparar los dinosaurios corporativos que nos condujeron a la debacle mediante la posmodernidad de sus cantos de sirena? Inventan festejos con globos amarillos, sacan cuentas de fin de ciclo retrucadas por sus mismas encuestas, se aferran a victorias pasajeras y, sobre todo, no encuentran la manera de que importe mayormente la falta de “calidad institucional”. Terminan consumidos por su medicina. Macri, Del Sel, lo que se manipulará ahora tras un resultado en Córdoba que puede verse con varias interpretaciones, son un marketing finalmente vacío y apoyado en igual dirección que lo que dará la victoria a Cristina. Esa “sencillez” popular de cómo van el bolsillo y las expectativas, susceptible de permitirse votos distritales tilingos, protestotes y hasta extravagantes (como en el caso del cómico santafesino), es la misma que a la hora de sufragar en las presidenciales no comerá vidrio. Por algo hubo la tenaz militancia de gurúes vendehumo para que Mauricio se bajara de una carrera mayor que además no es apta para vagos, y por algo se corrieron pininos, radicales y otros especímenes por el estilo. Queda solamente la embestida mediática de grupos resentidos que no llegan a representar al grueso de la clase dominante. Desde la Unión Industrial aparece un presidente De Mendiguren aseverando que “antes volaba una mariposa en el hemisferio norte y acá teníamos todos pulmonía. Hoy, ante una situación de esta naturaleza, la Argentina puede tener la tranquilidad que está teniendo”. Tal vez pudiera considerarse que esa visión pertenece a una burguesía vernácula de peso escaso. Sin embargo, si se muda de volumen habrá de verse a los asustados por las medidas proteccionistas de Brasil contra la invasión de mercancías chinas. Afectan al Mercosur porque los negocios multinacionales de la zona caen en la volteada. Los principales representantes de empresas extranjeras fueron a pedirle la escupidera a Cristina. Incluyendo al ex gurka del liberalismo que preside la Fiat, un tal Ratazzi con fama de playboy que supo hablar de una Argentina populista a contramano de la historia. Hacé algo, Cris, vos que sos la única persona responsable para tripular este quilombo que nos afecta. No creerás que (nos) interesa en lo más mínimo lo que puedan decir tipos como el hijo de Alfonsín, o el espectro de Duhalde, o la orate ambulatoria. No se te ocurrirá que nos estimula un integrante de Midachi con más de un tercio de los votos en una provincia de las estimables. Ni un frívolo porteño que vive para escaparse de responsabilidades mayores. No queremos pelotudeces. Queremos negocios amparados por liderazgos firmes.
Es en esa clase de lógica donde parecería jugarse la cosa argentina de corto y muy mediano plazo. El kirchnerismo viene para atrás en los números fríos de las grandes urbes, si es que la pretensión consistía en encolumnar así como así detrás de los candidatos de Cristina. En Capital no importaron ni una gestión anodina –siendo suaves–, ni espionajes telefónicos, ni campañas sucias, ni subejecuciones presupuestarias en áreas clave, ni locos sin gas. Tampoco preocupó en Santa Fe votar para gobernador a un cuentista de chistes fáciles. Pero habrá de verse si, al tiempo de los porotos decisivos, acaso cuenta la artillería del Todo Negativo con que hoy se relamen los medios opositores.
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