EL PAíS › OPINIóN
› Por Juan Manuel Abal Medina *
Algunos años atrás, desde ciertos sectores de la política, de los medios de comunicación y de la sociedad civil se sostenía que la democracia argentina nunca funcionaría adecuadamente hasta que no se eliminara la llamada “lista sábana”. El tópico era repetido con insistencia, hasta volverse un sentido común ampliamente difundido. Los especialistas en sistemas electorales, en cambio, eran escépticos: las alternativas a la “lista sábana” tenían sus propios defectos, algunos de los cuales (como la eliminación de la proporcionalidad en la distribución de bancas o el fin del cupo femenino) resultaban aún peores que aquello que supuestamente se venía a remediar. Con el tiempo, la prédica por el voto uninominal como reemplazo a las “listas sábana” terminó languideciendo.
En tiempos más recientes el reclamo pasa por la llamada “boleta única” como alternativa a las boletas partidarias que tradicionalmente han existido en nuestro país (y que siguen vigentes en países como Francia, España, Suecia, Israel o Uruguay). Esta iniciativa fue particularmente reclamada en el transcurso del Diálogo Político que el Gobierno, a instancias de la Presidenta, mantuvo con todas las fuerzas de la oposición partidaria durante la segunda mitad del año 2009. En esos debates y en los que tuvieron lugar en el ámbito parlamentario cuando el Ejecutivo envió su proyecto de ley, referentes políticos y académicos de la oposición llegaron a descalificar el conjunto de medidas que el Congreso aprobó en la ley 26.571, señalando que sin la boleta única la reforma no tenía ningún sentido.
Así, muchos sostuvieron que iniciativas como la publicidad audiovisual equitativa, la modernización del padrón electoral o las primarias abiertas, obligatorias y simultáneas carecían de interés mientras se mantuviera un formato de boleta partidario que “favorece el clientelismo”. En verdad, como ya lo estamos viendo hoy con sólo encender la televisión, la reforma contenía una serie de medidas fundamentales que tienden a democratizar la competencia política, mejorando cuestiones que son claramente más estructurales que el tipo de boleta a utilizar. Hoy, fuerzas políticas de escasos recursos pueden difundir ampliamente su propuesta en los medios masivos de comunicación, fortaleciendo notablemente la calidad de nuestro régimen democrático.
Pero volvamos a la cuestión de las boletas. Los partidarios de la boleta única afirman que ésta termina con una serie de prácticas impropias de la democracia, como el robo de boletas a los partidos que carecen de fiscales en los centros de votación. A diferencia de los distritos uninominales antes reclamados, la boleta única efectivamente presenta ciertas virtudes que obligan a considerarla con atención. Las experiencias recientes de Santa Fe y Córdoba revelan aspectos positivos que pueden incorporarse también al ámbito nacional en futuras elecciones, pero también sugieren ciertos inconvenientes que debemos analizar y que los partidarios acérrimos de la boleta única no suelen tomar en cuenta.
Los elevados niveles de voto blanco y nulo para las categorías legislativas (en torno del 20 por ciento en ambas provincias) deben ser contemplados. ¿Obedeció esto a una falta de información de los votantes sobre la operatoria de la boleta? ¿Se trató de una confusión al votar o de una deliberada abstención a emitir opinión sobre esos cargos? Puede que no sea objetable que una parte de los votantes no tenga información suficiente sobre las categorías legislativas y decline voluntariamente seleccionar a una lista, pero debemos precisar si éste es el caso y no, por ejemplo, que el sistema penalice a los votantes menos informados, que no conocen que también deben marcar ese cuerpo de la boleta y no sólo el cargo Ejecutivo.
Una segunda cuestión a analizar tiene que ver con la tensión entre la mayor libertad que se otorga al votante con la boleta única (algo indudablemente positivo) y los efectos que ello pueda tener en materia de gobernabilidad. El caso santafesino sugiere que la boleta única favorece la probabilidad de que ocurran gobiernos divididos, dada la mayor facilidad para realizar un voto cruzado entre distintos partidos en diferentes categorías. En cambio, la boleta partidaria aplicada en elecciones concurrentes favorece el arrastre entre categorías y, así, quien triunfa en el Ejecutivo suele ser también el partido más votando en el Legislativo. Es decir que dos valores que habitualmente consideramos positivos (como ampliar la libertad del votante y contar con gobiernos respaldados legislativamente) pueden estar en tensión, y ello requiere cierta atención.
Un tercer aspecto a considerar refiere al impacto de la boleta única sobre los partidos políticos. En la medida en que los candidatos de cada categoría deben realizar sus propias campañas (ya que no hay efecto arrastre entre ellos), puede tenderse a una personalización del voto que reduzca el ya debilitado peso de las organizaciones partidarias. Cuando esto se combina con un régimen federal, el fenómeno puede expresarse en una mayor territorialización de la política, que separe la competencia política nacional de lo que ocurre en cada provincia. Los politólogos coinciden en que contar con partidos políticos nacionales, que sean algo más que una confederación de estructuras provinciales, es fundamental para dotar de calidad a la democracia. En este sentido, pienso que el impacto de la boleta única puede ir en un sentido contrario al deseado.
Todas estas cuestiones no invalidan la aplicación de la boleta única, que debe ser analizada y que tiene indudables virtudes. Simplemente apuntan a marcar que, como cualquier procedimiento electoral que se elija, la boleta única tiene sus propios problemas, que deben ser tenidos en cuenta para minimizarlos o resolverlos. Pero, en definitiva, mi mayor duda con la boleta única refiere a algo similar a lo que sucedía con el grito por el fin de la “lista sábana”.
Nuestro régimen electoral funciona razonablemente bien, con garantías de transparencia, sin que medien denuncias serias de anomalías importantes. El tipo de boleta utilizada no hace ganar o perder elecciones a nadie. Por lo tanto, entiendo que se colocan demasiadas expectativas sobre la boleta única, que es un mecanismo en ciertos aspectos virtuoso, pero que no altera sustantivamente el funcionamiento del sistema electoral. Es cierto que no habría robo de boletas (un fenómeno, por otra parte, que nadie ha podido cuantificar), pero los partidos seguirían precisando fiscales de mesa. Y para esto último, con cualquier tipo de boleta que se utilice, se necesitan ante todo partidos fuertes, con arraigo social y una militancia comprometida.
* Secretario de Comunicación Pública.
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