EL PAíS › REPORTAJE AL PRESIDENTE DE COLOMBIA SOBRE LA UNASUR, KIRCHNER Y LA CRISIS MUNDIAL
Sobrino nieto de un presidente, Premio Rey de España de Periodismo en 1985, ex ministro de Defensa y de Hacienda, Santos realizó su primera visita de Estado a Buenos Aires. Aquí relata su vínculo con Néstor Kirchner y con la Presidenta y describe los retos ante el mundo.
› Por Martín Granovsky
Durante el almuerzo que le ofreció Cristina Fernández de Kirchner en la vieja aduana Taylor, debajo de la Casa Rosada, el presidente colombiano Juan Manuel Santos hasta tuvo una salida: cuando la Presidenta le comentó que en las redes sociales (racinguistas, claro) había furor con los dos goles del colombiano Teófilo Gutiérrez a Godoy Cruz el miércoles por la noche, Santos decidió hacer un anuncio. Y después de los brindis, aprovechó que Gutiérrez estaba invitado, lo llamó y anunció la doble nacionalidad del jugador. Fue uno de los toques festivos del día de Santos en Buenos Aires, donde lo entrevistó ayer por la tarde Página/12.
–Los presidentes siempre cambian en el cargo. Usted ya lleva un año. ¿Qué descubrió, qué cambió, qué nuevo desafío encontró?
–Yo fui varias veces ministro. Estuve en Hacienda y estuve en Defensa. También traté mucho con el resto del Poder Ejecutivo y con la Legislatura. Desde que asumí como presidente traté de aplicar los principios de toda mi vida: las transparencia, la eficacia, la eficiencia, la permanente rendición de cuentas. Pero debo confesar que el panorama que encontré es más complejo que el que imaginaba cuando era ministro.
–¿Qué aprendió?
–Que un presidente debe tener paciencia sin ser complaciente.
–O sea: la paciencia está bien pero demasiada paciencia impide hacer las cosas.
–Sí, porque desconcierta a los colaboradores.
–Página/12 publicó el 29 de julio que fue usted el presidente que recomendó hablar de la crisis financiera en la cumbre de la Unasur del 28, en Lima. La Presidenta lo contó en público ya dos veces. ¿Qué lo llevó a tomar esa iniciativa?
–El clima de la Unasur. Con toda franqueza, al principio yo pensaba que ése iba ser un foro débil. Pero cuando vi a todos los presidentes reunidos me di cuenta de otra cosa: si estábamos todos allí, ¿cómo no íbamos a aprovechar para hablar francamente de la turbulencia mundial que podría perjudicarnos? No era sólo una posibilidad. Era una obligación.
–¿Obligación de qué, presidente?
–De coordinar las políticas monetarias y cambiarias. No sabemos aún los alcances de la crisis, pero tenemos que prepararnos para estar bien parados por si llegara a golpearnos duro. Tenemos que usar nuestras monedas en las transacciones. Tenemos que comerciar más entre nosotros. Tenemos que estar atentos por si el dólar de debilita. Tenemos que observar la entrada y la salida de capitales especulativos. Pero cuando digo “observar” hablo también de actuar. Ante una crisis como la actual no podemos ser espectadores pasivos. Cada uno puede aplicar sus políticas. Supongamos que sean correctas y eficaces. Bien, incluso así tendrán un impacto marginal. En cambio, si las coordinamos, el impacto positivo será mayor. Nos protegeremos de otra manera y tendremos una voz de otro peso en el mundo.
–No sé cuál es su percepción. La mía es que por primera vez desde que tengo memoria nadie dice cómo es la crisis, dónde terminará y cuál es la receta, buena o mala, para superarla.
–Es así y no es un buen panorama, porque en economía siempre conviene tener una dosis de certidumbre. Por eso mi aspiración es que nos preparemos para lo peor, aunque lo peor no llegue. Es una cuestión de método para encarar los problemas.
–¿Y cuáles serían los retos?
–Que disminuyan drásticamente los flujos de capitales. Que aumenten drásticamente los flujos de capitales. Que se debilite seriamente la demanda mundial. Que eso influya en que se debiliten nuestras demandas nacionales y regionales. Que haya pánico financiero. Que la crisis de confianza se extienda a todo el mundo y la crisis de confianza externa se convierta en numerosas crisis internas de confianza. No estoy diciendo que vaya a pasar todo. Digo que si pensamos que, eventualmente, algo de eso puede pasar, nada justificará que no intentemos ya mismo fortalecer el comercio intrarregional, que globalmente es pobre. Nuestras demandas internas son un fenómeno importante. Pero si se redujeran las demandas internas sería bueno que hubiéramos comenzado antes a incrementar la demanda de toda la región. En cuanto a los capitales, está claro cuál es el peligro. Tan claro que hasta la Unión Europea, en estas condiciones, acaba de poner trabas para evitar la especulación y controlar esos capitales especulativos.
–¿Por qué cree usted que en el mundo reina este nivel de incertidumbre?
–Porque estamos frente a un huracán. Ustedes están más lejos pero habrán visto por televisión qué sucede cuando se anuncia un huracán en el Caribe. Primero viene la advertencia de que va rumbo a Cuba, en el medio llega el aviso de que varió y se dirige a un país de América Central y luego aparece otro indicando que está dando la vuelta al Golfo de México. Como lo que pasa en el mundo hoy es un huracán, nadie sabe cuál es la receta. Y, al mismo tiempo, recetas que antes producían efectos y expectativas hoy pasan inadvertidas. La FED, el Banco Central de los Estados Unidos, acaba de anunciar que mantendrá los intereses cerca de cero hasta el 2013. ¿Y qué pasó?
–No produjo ningún efecto sorpresa.
–Claro, porque el mundo vive un huracán, no una pequeña tormenta. América del Sur no sólo superó la crisis del 2008 sino que salió fortalecida. Aumentamos nuestras reservas y las finanzas y la economía emergieron más sólidas de la crisis. Hoy la situación es manejable. Pues bien, debemos tratar de que siga siéndolo.
–Presidente, si le prometo contarle qué decía Néstor Kirchner de usted, ¿me cuenta por qué se produjo la buena química entre usted y él cuando tenían origen ideológico distinto?
–Lo vi por primera vez cuando fue uno de los observadores, en Colombia, a aquella extraña situación durante la llamada operación Enmanuel. Fue una observación frustrada, porque nos engañaron a todos. En un momento se acercó y me dijo: “Si esto es así, somos todos unos boludos”. Me produjo curiosidad tanta franqueza y tanta espontaneidad en la boca de un ex presidente que había viajado hasta Colombia en medio de una crisis tan compleja como la de mi país en ese terreno. Después, antes de asumir, yo viajé a Buenos Aires y cenamos juntos. Antes de cenar le regalé una camiseta de Racing con el nombre de Moreno en la espalda. Se puso muy contento. Luego comenzamos a hablar sobre la crisis entre Colombia y Venezuela y pudimos avanzar con mucha franqueza. Usted sabe, a veces los políticos tenemos un sexto sentido para sentir confianza con otro político. Quedamos en progresar rápidamente para superar la crisis, que era muy peligrosa. El tenía buena relación con Hugo Chávez y preguntó qué podía hacer. “Ayúdanos”, le dije. Volví a Bogotá y sentí que él se había puesto en movimiento. Me llamaba, llamaba a otros presidentes. Me di cuenta de que cuando decía que América del Sur no podía darse el lujo de un enfrentamiento entre dos países lo decía de un modo desinteresado, genuino. Cuando uno siente que otro lo va a ayudar en serio, la confianza aumenta.
–Para contarle qué decía él de usted le tengo que hacer una pequeña introducción.
–Adelante.
–En la Argentina, cuando hablaba muy bien de alguien Kirchner decía: “Es un compañero”. Y cuando quería hablar muy muy bien agregaba: “Es un amigo y compañero”. Para el exterior usaba otro ranking.
–¿Cuál?
–“Es serio.” No regalaba esa palabra. La aplicaba a los presidentes que, para él, eran capaces de negociar incluso en la diferencia, de llegar a pactos y de cumplirlos. Bueno, de usted decía eso: “Santos es un tipo serio”.
–(Se pone muy serio y hace una pausa antes de responder.) De verdad, me alegra.
–Presidente, usted fue ministro de Defensa de Alvaro Uribe y lo sucedió como jefe de Estado. Cada vez la distancia entre ustedes es mayor. ¿En qué se diferencia usted de Uribe?
–Uribe cumplió algunos objetivos en materia de seguridad que ahora me permiten a mí ocuparme de otros temas. Cada presidente tiene su estilo y es lógico que tengamos estilos distintos. Yo comparto la preocupación por la seguridad de Uribe y su determinación de generar confianza para la certeza inversionista. También su objetivo de lograr una mayor cohesión social en Colombia.
–Y para hablar ya no de estilos sino de objetivos, ¿qué se propone usted para enfrentar el problema de las violaciones a los derechos humanos, la cuestión de los millones de desplazados y una solución del tema de la guerrilla?
–Después de décadas, déjeme decirle que añoro la paz. Colombia añora la paz y trataré de lograrla. Pasamos demasiada violencia en mi país. Para los desplazados hay que concretar una reparación, y en este caso reparar significa distribuir tierras de gente que debió dejar su pueblo luego de tantos años de escapar de los grupos ilegales. En cuanto a los derechos humanos, mis principios son verdad, justicia y reparación. Pero voy a ser más preciso. Cuando usted le dice a una víctima que ya fue víctima que habrá justicia, verdad y reparación, lo que más le pedirá es que se repare su padecimiento, porque ya lo sufrió. Cuando usted le habla a alguien que puede ser víctima en el futuro, tal vez esa persona le preste más atención a sus planes para prevenir que algunas aberraciones no ocurran más. Es una línea muy compleja la que separa una situación de otra.
–¿Y trazar la línea en el punto de equilibrio o el punto deseado es función de los presidentes?
–Exactamente. Entre la justicia, la verdad y la reparación. Entre el Estado y el mercado. Entre cualquier tensión. Y eso implica decisiones políticas, éticas, de conveniencia...
–Firmó acuerdos, estuvo con la Presidenta y hasta habló de los jugadores de Racing. ¿Qué se lleva de la visita?
–Es la quinta vez que vengo a la Argentina. Pero ésta es una visita de Estado que un presidente colombiano no cumplía desde hace once años. Era una visita necesaria. Era como protocolizar una relación que además mejoró por mi amistad con el marido de la Presidenta. Y después de la muerte de Néstor Kirchner, que fue muy poco después de su actuación para acercar a Colombia y Venezuela, quedamos más obligados a mejorar las relaciones entre todos nuestros países. Por supuesto, incluyo ahí la relación entre Colombia, al norte de Sudamérica, y la Argentina, al Sur de una región que, creo, puede jugar un papel importante en el mundo.
–¿Por qué lo cree?
–Porque disponemos de alimentos, energía, una población joven, agua, biodiversidad cuando el mundo discute el cambio climático, economías en crecimiento y una institucionalidad madura. Le recalco este último punto porque una faceta de la crisis que uno observa en cada uno de los países, y pienso por ejemplo en los Estados Unidos, es también una severa crisis política.
–¿Por qué llamó a Cristina Kirchner para felicitarla por las elecciones del domingo cuando se trataba sólo de una primaria?
–Por lo que acabo de explicarle. Un triunfo así, en una elección tan limpia, garantiza gobernabilidad y madurez institucional. Y es bueno que eso ocurra en Sudamérica.
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