Dom 28.08.2011

EL PAíS  › LA CEREMONIA DE DESPEDIDA DE MARTA TABOADA, MILITANTE Y ABOGADA DESAPARECIDA EN 1976

Una victoria para Marta

Los restos de la mujer, identificados por el EAAF, fueron enterrados en Moreno, donde ella había sido secuestrada. Antes se colocaron baldosas en homenaje a ella y a otros dos desaparecidos. Un cajón multicolor, música y el recuerdo de sus familiares y amigos.

› Por Alejandra Dandan

Marta Taboada revolea la melena y encara a una patrulla del Ejército. Su cartera cerrada con panfletos. La imagen vuelta al presente en el habla de uno de sus antiguos compañeros del Frente Revolucionario 17 de Octubre, hoy secretario de Estado. La puerta de la casa vieja donde vivió con sus hijos. La calle de un barrio de Moreno. Un pibe que se da cuenta de que uno de los que está entre los muchos que están ahí, frente a esa casa, que son muchos, puede terminar de contarle de un operativo en el que participó su padre desaparecido. Una carretilla vestida con la bandera argentina. El cajón. La urna con los restos de huesos de Marta Taboada. Unos barquitos de papel de su bisnieto que nadan sobre la pequeña urna de colores entre una estampita de una María Auxiliadora del ’77. La hoz a pocos centímetros de la estrella guevarista. El pelo de la Evita guerrillera. Otra vez el cajón. Y su hija, Marta Dillon –compañera de Página/12–, que con sus hermanos Andrés, Juan y Santiago esperan ante esa casa colocar tres baldosas para ella y otros dos compañeros. “No voy decir mucho”, dijo Marta Dillon cuando empezó. “Hay momentos que se parecen mucho a esa victoria que nombramos siempre, creo que este momento en que estamos juntos se parece mucho a La Victoria. Que todavía falta un montón, falta saber quién disparó, quién cargó los cuerpos en esa esquina de Ciudadela, quién firmó las partidas de defunción como NN con datos falsos. Un montón, pero estamos trabajando para eso.”

Frente a la puerta de la casa de la calle Joly, a unas cuadras del centro de Moreno, se reunieron los hijos de Marta Taboada, de Juan Carlos Arroyo, “El Negro” y de Gladys Porcel de Puggioni para marcar las veredas. Los tres militantes del FR17 de Octubre desaparecieron el 28 de octubre de 1976. Los huesos de Marta Taboada, recuperados por el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, siguieron silenciosamente esa primera parte de una ceremonia religiosamente política antes de volver a un auto para encabezar, como en todos los funerales, la caravana al cementerio. Estaban quienes tenían que estar. Eduardo Luis Duhalde negándose la condición de funcionario para quedarse ahí con su mujer, a estarse al lado de esa que fue su compañera de militancia, la apoderada de sus peores momentos de clandestinidad. La mujer que en medio de la dictadura se calzó un auto para sacar del país a “Martita” pero también al hijo más chico del secretario de Derechos Humanos. La mujer que alguna vez, ante una patrulla del Ejército, sacudió la melena y le preguntó a uno de los militares si quería revisar su cartera. El hombre dijo que no, que no hacía falta, aunque ella tenía la cartera llena de panfletos. “No tenía límites en esa entrega”, dijo Duhalde, micrófono en mano, poco después, cuando recordó que la vio por última vez un mes antes de su propio exilio y le pidió “encarecidamente que se cuidara”, porque tenía “más solidaridad que buen tino”, con “un corazón tan inmenso que superaba a muchos militantes de la época”.

Los funerales adquirieron la lógica de las manifestaciones políticas. Comenzaron en pleno centro de Moreno, ante la municipalidad. Un espacio ocupado con los resultados de una reconstrucción reciente de las vidas de los desaparecidos políticos locales. Con fotos que estuvieron enterradas durante la dictadura. Imágenes de las asambleas obreras de Grafa. Paneles de los desaparecidos de Moreno zona norte. Paneles que nombran ahora a quienes hasta hace poco permanecían sin identidad, en un lugar donde el trabajo de la Secretaría de Derechos Humanos local y de los sobrevivientes logró entender que no fueron 38 personas como se creía sino más de 100. Matrimonios. Embarazadas. Desaparecidos de Paso del Rey. De Moreno sur y La Reja. De Trujui y Cuartel V. Imágenes del Mundial 1978. Los centros clandestinos. Los Trabajadores de Educación y Cultura entre los que estaba el escritor Domingo Osvaldo Balbi o Marta Taboada, docente y abogada.

Protegida por la bandera negra de HIJOS en la primera línea, la carretilla con el cuerpo de Marta avanzó por las calles del centro. Ella, que en la urna era “mamá, abuela, bisabuela, amante”, iba adelante seguida por banderas de La Cámpora Moreno; la agrupación John W. Cooke. Lila Pastoriza, Eduardo Jozami, Graciela Daleo, Judith Said. Lohana Berkins y Marlene Wayar, militantes de esa diversidad sexual a las que Marta Dillon les agradeció especialmente la presencia. Carlitos y Camilo de HIJOS a quien la hija de Marta Taboada nombró como “hermanos y hermanas que me cambiaron la vida”. Nora Cortiñas. Lita Boitano. Gastón Concalves. Juana Muniz Barreto. Los hijos de Paco Urondo. Otros. Muchos. Abertina Carri, la compañera de Marta.

El “todo guardado en la memoria” de León Gieco se escuchó más fuerte. Frente a la vieja casa transformada en Jardín de Infantes, Raquel Robles de HIJOS sostuvo el micrófono en las manos como sosteniendo casi sin lágrimas lo que sucedía alrededor. Leyó adhesiones y volvió a leer más porque dijo que habían esperado más de treinta años para ese momento. “Marta creyó hasta el final que valía la pena dar la vida”, se oyó de alguna de ellas. “Tenemos que tener bien claro que la Justicia llega un poco lerda pero llega”, decía en un mensaje la madre del Negrito Floreal Avellaneda. Los HIJOS de Bahía Blanca mandaron “un cálido abrazo hermanador”. Y el Colectivo Militante de Moreno habló de utopías que siguen latiendo.

En la puerta, el hijo de Gladys de Puggioni tomó la palabra. Tupac Vladimir Puggioni vivió en esa casa a los 4 o 5 años. Ahora dirigente de los Descamisados de Salta, hermano de alguien llamado Fidel Cristo y nieto de una abuela que con cada golpe de Estado corría a la plaza del pueblo para retirar y esconder un busto de Eva. “Eran unos jóvenes y estamos poniendo placas a esos jóvenes”, dijo. Nombró a Néstor Kirchner. Todo el mundo aplaudió. Tupac dijo que hay miles de cosas que faltan, que lo sabemos y dijo también que “esta juventud que hay acá entierra a estos jóvenes”. También dijo “hasta la victoria siempre”. Y luego el nombre de sus asesinados. Detrás de los cuales esos muchos decían –decíamos– ahora y siempre.

Habló “El Indio” Domiciano Rivero. Campesino, obrero, hombre que pasó a la semiclandestinidad en mayo de 1978 y quien pasó los siguientes seis años en el exilio de Brasil porque quedarse en América latina le permitía, dijo, vivir de algún modo el mismo proceso. “Hace años no pensábamos que ni la mitad de lo que hay hoy iba a ser posible”, explicó. “Y es bueno ver que creo que se hubiese divertido mucho La Negra con lo de hoy”. Alentado de algún modo por esa voz de los HIJOS que les pedían a los viejos compañeros de militancia hablar de la vida de sus desaparecidos, El Indio se puso a contar algunas anécdotas. Que Marta tenía muchos ovarios. Que alguna vez lo cargó en un Citröen destartalado para llevarlo al teatro mientras estaban clandestinos. Que era la primera obra de teatro que él veía en su vida. Que le dijo que le gustó, pero no entendió ni medio a los actores. “Me cuesta mucho todo esto –dijo en un momento– porque el dolor nos sigue cruzando, sin flaquezas, pero nos sigue cruzando.” Y recordó que Marta Dillon hace tiempo se preguntaba si era cierto aquello que se dice de su madre, que era audaz, que era sensual. “Y sí que lo era”, dijo él. Porque alguna vez, esa mujer, en el ’76, “cuando ya nos asesinaban, mientras charlábamos cómo hacer, si salir o no, y mientras nos iba sacando a patadas el Ejército”, le dijo: “Negro: no sotros somos la contención”. “Es decir –replicó él–: estaba dispuesta a dejarse la vida.”

Marta habló en ese momento. También Camilo, de HIJOS. Dijo que ese cuerpo también era una parte de “nuestros queridos viejos”. Tomó la palabra Duhalde y dijo que era un día de “dolorosa alegría con aires de victoria porque rescatamos a Marta de las tinieblas y de aquello que Videla decía de que los desaparecidos son eso, desaparecidos, no están”. Miguel Fernández, secretario de Derechos Humanos de Moreno, se nombró como sobreviviente. Habló de la necesidad de empezar a contar las historias. Como datos, como herencia. Un alumno de Marta Taboada estaba entre los que se habían acercado. Ella estaba ahí, ahora en la urna.

El vía crucis siguió camino al cementerio de Moreno por la Ruta 7, su ruta, santuarios del Gauchito Gil, los recreos sindicales. Adentro, esperaba el padre Luis entre las banderas brillantes sobre el fondo del cielo de cenizas. El padre Luis, un cura, pero un cura raro. Ahí estaba hablando de darse la mano y de cantar la misma canción que Mugica y Angelelli cantaban en sus misas. El cajoncito ahora estaba en medio del pasto. Se oían palabras de Jesús subversivo y de liberación. En la ronda, hablaron Nora Cortiñas y Lita Boitano. Hablaron de las cosas pendientes, de la edad, de las Madres. De lo que después de ellas quedará por hacer con aquellos que todavía no se encontraron. La hermana de Marta Taboada habló luego de que lo hicieran Andrés, Santiago y Juan como pudieron, con las tripas en el alma. El agua bendita pasó de mano en mano y cada quien pudo echar algunas lágrimas benditas sobre el cajón de esa madre.

Se oyó otra vez Marta Taboada, presente. Ahora y siempre. Todo el mundo caminó entonces hacia el lugar final, la bóveda de los Taboada donde los restos de Marta, sus huesos, quedaron bien acomodados al lado de los de su padre. Marta Dillon colocó algo más, tal vez un vaso. Los barquitos de papel dejaron de verse, cerrados por una tapa, finalmente. Una cuchillada de amor, quién dijo que todo está perdido, tanta sangre que se llevó el río, pecho, siempre, sacar el alma, iba sonando una canción.

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